Frederick Douglass y los derechos de las mujeres
Cuando se escriba la verdadera historia de la causa antiesclavista, las mujeres ocuparán un gran espacio en sus páginas, ya que la causa del esclavo ha sido, particularmente, una causa de mujeres.1
Estas son las palabras de un hombre ex esclavo que llegó a estar tan íntimamente ligado al movimiento de las mujeres del siglo XIX que fue acusado de ser un “Don derechos de las mujeres”.2 , el abolicionista negro más importante del país, también fue el defensor masculino de la emancipación de las mujeres más destacado de su época. En varias ocasiones fue públicamente ridiculizado a causa de su apoyo convencido del controvertido movimiento de mujeres.
En aquella época, la mayoría de los hombres que encontraran cuestionada su hombría se habrían erguido, automáticamente, para defender su masculinidad. Pero Frederick Douglass adoptó una postura admirablemente antisexista y declaró que difícilmente se sentía degradado por la etiqueta de Don derechos de las mujeres. “Me complace decir que nunca han conseguido avergonzarme con tal calificativo”.3
“La mujer perfecta era la madre perfecta. Su sitio estaba en el hogar y, por supuesto, nunca en la esfera de la política.”
La actitud de Douglass hacia sus hostigadores pudo haber estado motivada, perfectamente, por su conocimiento de que a las mujeres blancas se las había llamado “amantes de los negratas” en un intento lábil de persuadidas para que abandonaran la campaña abolicionista. Y él sabía que las mujeres eran indispensables dentro del movimiento abolicionista tanto por su gran número como por “su eficacia abogando por la causa del esclavo”.4
¿Por qué se unieron tantas mujeres al movimiento antiesclavista? ¿Había algo especial en el abolicionismo que atraía a las mujeres blancas del siglo XIX como no lo había sido capaz de hacer ningún otro movimiento? Si estas preguntas se hubieran planteado a una líder del movimiento abolicionista como Harriet Beecher Stowe, es posible que ella hubiera argumentado que los instintos maternales de las mujeres proporcionaban un fundamento natural para explicar su solidaridad con la causa antiesclavista. Al menos, esto parece llevar implícito su novela La cabaña del tío Tom, a cuya llamada abolicionista respondieron un gran número de mujeres.5
“La cabaña del tío Tom”
Cuando Stowe publicó La cabaña del tío Tom, el culto decimonónico a la maternidad vivía su momento más álgido. Tal y como aparecía retratada tanto en la prensa como en la nueva literatura popular e, incluso, en los dictámenes de los tribunales de justicia, la mujer perfecta era la madre perfecta. Su sitio estaba en el hogar y, por supuesto, nunca en la esfera de la política.
En la novela de Stowe, la imagen que se brinda de la mayor parte de los esclavos es la de unos niños tiernos, cariñosos e inofensivos aunque, algunas veces, traviesos. El “apacible corazón hogareño” del Tío Tom era, como escribió Stowe, “la característica peculiar de su raza”.6
La cabaña del tío Tom está llena de postulados sobre la inferioridad tanto negra como femenina. La mayoría de las personas negras son dóciles y están apegadas a la esfera doméstica, mientras que la mayoría de las mujeres son madres y poco más. A pesar de lo irónico que pueda parecer, la obra más popular de la literatura antiesclavista de la época perpetuaba las ideas racistas que justificaban la esclavitud y las nociones sexistas que justificaban la exclusión de las mujeres de la arena política donde se libraría la batalla contra aquella.
La patente contradicción entre el contenido reaccionario de La cabaña del tío Tom y su llamamiento progresista no respondía tanto a una veta de la perspectiva individual de la autora, sino a un reflejo de la naturaleza contradictoria del status de las mujeres en el siglo XIX.
Durante las primeras décadas del siglo, la revolución industrial hizo que la sociedad estadounidense experimentara una profunda metamorfosis. En este proceso, las condiciones de vida de las mujeres blancas sufrieron una transformación radical. En la década de los treinta del siglo XIX, muchas de las tareas económicas tradicionales de las mujeres estaban siendo absorbidas por el sistema fabril. Cierto, estaban siendo liberadas de algunos de sus antiguos trabajos opresivos. Sin embargo, la incipiente industrialización de la economía estaba erosionando simultáneamente el prestigio de las mujeres en el hogar, que estaba basado en el carácter previamente productivo y absolutamente esencial de su trabajo doméstico. Consiguientemente, su status social comenzó a deteriorarse.
Una de las consecuencias ideológicas del capitalismo industrial fue la formulación de una concepción más rigurosa de la inferioridad femenina. De hecho parecía que, cuanto más se encogían los deberes domésticos de las mujeres bajo el impacto de la industrialización, más rígida se volvía la afirmación de que “el lugar de las mujeres estaba en el hogar”.7
El lugar de las mujeres
En realidad, el lugar de las mujeres siempre había estado en el hogar, pero durante la era preindustrial la propia economía se había centrado en el mismo y en el terreno agrícola aledaño. Mientras los hombres cultivaban la tierra ―a menudo ayudados por sus esposas―, las mujeres se habían dedicado a la fabricación de tejido, ropa, velas, jabón y prácticamente todo el resto de productos necesarios para la familia.
En efecto, el lugar de las mujeres había estado en el hogar, pero esto no se debía, simplemente, al hecho de que ellas dieran a luz y criaran a los niños, o a que satisficieran las necesidades de sus maridos. Dentro de la economía doméstica, ellas habían sido trabajadoras productivas y su trabajo no era menos respetado que el de sus parejas masculinas.
La ideología de la feminidad comenzó a ensalzar los ideales de la esposa y de la madre en el momento en que la manufactura se desplazó del hogar a la fábrica. Como trabajadoras, las mujeres, al menos, habían disfrutado de igualdad económica, pero como esposas estaban destinadas a convertirse en apéndices de sus compañeros varones, es decir, en sirvientas de sus maridos. Como madres, serían definidas como vehículos pasivos de la regeneración de la vida humana.
La situación del ama de casa blanca estaba repleta de contradicciones. La resistencia era inevitable.8
Las chicas de las fábricas textiles
La turbulenta década de los treinta del siglo XIX estuvo marcada por una intensa resistencia. La revuelta de Nat Tumer,9 en los primeros años de la misma, anunciaba inequívocamente que las mujeres y los hombres negros estaban profundamente descontentos con su destino como esclavos y que estaban más determinados que nunca a resistir al mismo.
El movimiento abolicionista organizado nació en 1831, el año de la revuelta de Nat Turner. En las fábricas textiles norteñas, donde mayoritariamente trabajaban mujeres jóvenes y niños, los inicios de esta década también trajeron consigo paros y huelgas. En tomo a aquellos mismos años, las mujeres blancas más acomodadas comenzaron a luchar por el derecho a la educación y por el acceso a carreras profesionales fuera de sus hogares.10
En el Norte, las mujeres blancas ―las amas de casa de clase media, así como también las jóvenes “chicas de las fábricas textiles”― invocaban con frecuencia la metáfora de la esclavitud en su búsqueda por articular sus respectivas opresiones. Las mujeres más acomodadas comenzaron a denunciar sus insatisfactorias vidas domésticas definiendo el matrimonio como una forma de esclavitud.
Para las mujeres obreras, la opresión económica que sufrían en el trabajo guardaba un fuerte parecido con aquella. Cuando las mujeres empleadas en las fábricas textiles de Lowell, Massachussets, se declararon en huelga en 1836, marcharon a través de la ciudad, cantando:
Oh, no puedo ser una esclava, no seré una esclava.
Oh, cuánto aprecio la libertad, no seré una esclava.11
Una forma de esclavitud
Ciertamente, entre las mujeres trabajadoras y aquellas que provenían de prósperas familias de clase media, las primeras tenían unas bases más legítimas para compararse con los esclavos. Aunque nominalmente eran libres, sus condiciones de trabajo y sus bajos salarios suponían tanta explotación como para invitar, automáticamente, a establecer una comparación con la esclavitud.
“Cuanto más se encogían los deberes domésticos de las mujeres bajo el impacto de la industrialización, más rígida se volvía la afirmación de que el lugar de las mujeres estaba en el hogar.”
Sin embargo, eran las mujeres con más medios las que en su empeño por expresar la naturaleza opresiva del matrimonio invocaban la analogía con la esclavitud en un sentido más literal.12 Durante la primera mitad del siglo XIX, la idea de que la antiquísima y consolidada institución del matrimonio pudiese ser opresiva era un tanto novedosa. Posiblemente, las primeras feministas describieron el matrimonio como una forma de “esclavitud” de la misma naturaleza que la sufrida por las personas negras, sobre todo, por el valor impactante de la comparación, pues temían que, de otro modo, pudiera diluirse la gravedad de su protesta.
Sin embargo, todo indica que ignoraron el hecho de que su identificación de las dos instituciones también implicaba que, en realidad, la esclavitud no era peor que el matrimonio. Pese a ello, el efecto más importante de esta comparación consistió en que las mujeres blancas de clase media sintieran una cierta afinidad con las mujeres y con los hombres negros, para quienes la esclavitud significaba látigos y cadenas.
Durante la década de los treinta del siglo XIX, las mujeres blancas ―tanto las amas de casa como las obreras― se volcaron activamente en el movimiento abolicionista. Mientras que las mujeres de las fábricas textiles aportaban dinero de sus exiguos salarios y organizaban mercadillos para recaudar fondos, las mujeres de clase media se convertían en agitadoras y organizadoras de la campaña antiesclavista.13
El desafío de Prudence Crandall
En 1833 cuando, a raíz de la convención fundacional de la Sociedad Americana Antiesclavista [American Anti-Slavery Sociery], nació en Filadelfia la Sociedad Antiesclavista Femenina [Anti-Slavery Female Sociery], había suficientes mujeres blancas manifestando una postura favorable hacia la causa de las personas negras como para que se hubieran establecido las bases de una unión entre los dos grupos oprimidos.14
Ese mismo año, un acontecimiento que recibió una gran atención por parte de la prensa hizo emerger a una joven blanca como un modelo dramático de valentía y de militancia antirracista femeninas. Prudence Crandall era una profesora que desafió a sus conciudadanos blancos en Canterbury, Connecticut, aceptando en su escuela a una niña negra.15 La coherencia y la firmeza de su postura durante toda la controversia simbolizaban la posibilidad de forjar una poderosa alianza entre la ya establecida lucha por la liberación negra y la batalla embrionaria por los derechos de las mujeres.
Los padres de las niñas blancas que asistían a la escuela de Prudence Crandall expresaron su oposición unánime a la presencia de la alumna negra organizando un boicot que recibió una amplia difusión por parte de los medios de comunicación. Pero la profesora de Connecticut se negó a capitular ante sus demandas racistas. Siguiendo el consejo de la señora Charles Harris ―una mujer negra que trabajaba para ella―, Crandall decidió matricular a más niñas negras y, si fuese necesario, dirigir una escuela entera para estas niñas.
La señora Harris, que era una experimentada abolicionista, presentó a Crandall a William Lloyd Garrison, quien, a su vez, publicó varias noticias sobre los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la escuela en el Liberator,16 su periódico antiesclavista.
“Prudence Crandall había dejado una huella tan profunda en la época que, incluso a pesar de haber sido aparentemente derrotada, emergió como un símbolo de victoria.”
La ciudadanía de Canterbury respondió aprobando una resolución contraria a sus planes, donde se proclamaba que “el gobierno de Estados Unidos, la nación con todas sus instituciones de derecho, pertenece a los hombres blancos que actualmente ostentan su dominio”.17 No cabe duda de que se referían a los hombres blancos en un sentido totalmente literal, ya que Prudence Crandall no solo había violado su código de segregación racial, sino que, además, había desafiado las actitudes tradicionales respecto a la conducta que debía guardar una dama blanca.
A pesar de todas las amenazas, Prudence Crandall abrió la escuela […]. Las alumnas negras permanecieron valientemente a su lado. Y los hechos que se sucedieron constituyen uno de los episodios más heroicos, y más vergonzosos, de la historia de Estados Unidos. Los tenderos se negaron a vender productos a la señorita Crandall […]. El médico del pueblo no atendería a las estudiantes enfermas. El farmacéutico se negó a proporcionarle medicinas. Y para colmo de esta feroz inhumanidad, unos gamberros rompieron las ventanas, tiraron estiércol en el pozo del agua de la escuela y provocaron varios incendios en el edificio.18
¿De dónde sacó esta joven cuáquera su extraordinaria fuerza y su asombrosa perseverancia en un estado de sitio cotidiano? Probablemente, esto fue posible gracias a sus lazos con las personas negras cuya causa defendía tan ardientemente. Su escuela continuó funcionando hasta que las autoridades de Connecticut ordenaron su arresto.19 Para entonces, Prudence Crandall había dejado una huella tan profunda en la época que, incluso a pesar de haber sido aparentemente derrotada, emergió como un símbolo de victoria.
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Notas
1 Frederick Douglass: The Life and Times of Frederik Douglass, Nueva York, Collier; Londres, Collier-Macmillan Ltd., 1962; reimpresión de la version revisada en 1892, p. 469.
2 Íbid., p. 472.
3 Íbid.
4 Íbid.
5 H. B. Stowe: Uncle Tom’s Cabin, Nueva York, New American Library, Signet Books, 1968 [edición en español: La cabaña del tío Tom, Madrid, Cátedra, 1998]. Frederick Douglass incluía los siguientes comentarios en su autobiografía: “En medio de estos conflictos acerca de los esclavos fugitivos llegó el libro conocido como La cabaña del tío Tom, un trabajo de una profundidad y potencia maravillosas. Nada podía haber sido más adecuado a las exigencias morales y humanas de la época. Su efecto fue asombroso, instantáneo y universal. Ningún libro sobre la cuestión de la esclavitud había tocado de modo tan amplio y favorable el corazón estadounidense. Combinaba todo el poder y la pasión que caracterizaban este tipo de publicaciones y muchas personas lo acogieron como una obra inspiradora. La señora Stowe se convirtió inmediatamente en objeto de interés y admiración”, F. Douglass, The Life and Times of Frederick Douglass, ed. cit., p. 282.
6 H. B. Stowe, La cabaña del tío Tom, ed. cit., p. 107.
7 Véase Barbara Ehrenreich y Deirdre English: “Microbes and the Manufacture of Housework”, For Her Own Good: 150 Years of the Experts’ Advice to Women, Garden City, Nueva York, Anchor Press/Doubleday, 1978, cap. 5. Véase, también, Ann Oakley: Woman’s Work: The Housewife Past and Present, Nueva York, Vintage Books, 1976.
8 Véase Eleanor Flexner: Century of Struggle: The Women’s Rights Movement in the US, Nueva York, Atheneum, 1973. Véase, también, Mary P. Ryan: Womanhood in America, Nueva York, New Viewpoints, 1975.
9 El 22 de agosto de 1831 este esclavo, que justificaba con ideas religiosas la sublevación contra los amos blancos, se unió a otros ocho hombres para entrar en la casa de su propietario, donde mataron a este y a cinco miembros de su familia, e iniciar una revuelta que les llevó de plantación en plantación, reclutando aproximadamente a 70 esclavos, entre ellos algunas mujeres. Cuando las noticias del levantamiento llegaron a Washington, el gobierno federal envió a 3.000 hombres para sofocarla. Se capturó a la mayoría de los insurrectos, pero Nat Tumer no fue encontrado hasta octubre de ese mismo año.
El gobernador de Carolina del Norte, el Estado con más población esclava en aquellos momentos en Estados Unidos, amparándose en el temor a que se extendieran los levantamientos, envió una milicia que perpetró una matanza indiscriminada de población negra en la zona fronteriza entre ambos Estados. Debido a que los rumores de alzamientos inminentes continuaron creando alarma entre la población blanca, los códigos sobre la esclavitud se endurecieron, se formaron patrullas nocturnas, se hizo más difícil para los esclavos conseguir la libertad y se impusieron grandes restricciones a los esclavos libres (N. de la T.).
10 Véanse Herbert Aptheker: Nat Tumer’s Slave Rebellion, Nueva York, Humanities Press, 1966; Harriet H. Robinson: Loom and Spindle of Life Among the Early Mill Girls, Kailua, Hawai, Press Pacifica, 1976; B. Wertheimer: We Were There: The Story of Working Women in America, Nueva York, Pantheon Books, 1977; y E. Flexner: Century of Struggle: The Women’s Rights Movement in the US, ed. cit.
11 H. H. Robinson: Loom and Spindle of Life Among the Early Mill Girls, cit., p. 51.
12 Véase la discusión sobre esta tendencia a equiparar la institución del matrimonio con la esclavitud en Pamela Allen: “Woman Suffrage: Feminism and White Supremacy”, capítulo V del libro de Roben Allen: Reluctant Reformers, Washington, DC, Howard University Press, 1974, pp. 136 y ss.
13 B. Wertheimer: We Were There: The Story of Working Women in America, ed. cit., p. 106.
14 La primera sociedad femenina antiesclavista fue creada por mujeres negras en 1832 en Salem, Massachusetts.
15 Véanse E. Flexner: Century of Struggle: The Women’s Rights Movement in the U.S, ed. cit., pp. 38-40; y Samuel Sillen: Women Against Slavery, Nueva York, Masses and Mainstream, lnc., 1955, pp. 11-16.
16 Williarn Lloyd Garrison comenzó a publicar su propio periódico, Liberator, en 1831, tras abandonar su colaboración con el periódico abolicionista The Genius of Universal Emancipation, dirigido por el cuáquero y defensor de la colonización Benjamin Lundy. Con este gesto, marcó la primera de las múltiples divisiones que atravesarían la historia del movimiento abolicionista, del que él mismo fue uno de sus militantes más conocidos, poniéndose a la cabeza de la corriente más radical dentro del movimiento antiesclavista en aquellos momentos pues, hasta entonces, la oposición a la esclavitud no significaba un desafío al prejuicio racial ni a la consideración de los negros como seres inferiores.
Garrison, a quien se acusaba de utilizar una retórica incendiaria, defendía la emancipación inmediata de los esclavos frente a los defensores de la colonización, que abogaban por el establecimiento de colonias donde los esclavos pudieran ser libres, pero no por el reconocimiento de la plena ciudadanía estadounidense a los mismos. Garrison también defendía de manera incondicional la participación directa de las mujeres dentro del movimiento antiesclavista, lo que le llevó a desatar otra disensión dentro de las filas del movimiento al proponer incorporar a una mujer, Abby Kelly, en el comité ejecutivo de la Sociedad Antiesclavista Americana, de cuyo texto fundacional, la “Declaración de Sentimientos”, él había sido redactor.
El periódico de Garrison se convertiría en una eficiente arma de propaganda para el movimiento y fue publicado semanalmente hasta 1865. Por ejemplo, para Frederik Douglass su suscripción al mismo marcó un momento iniciático en su carrera militante y, más tarde, se convertirla en un acompañante de Garrison y de otros líderes en distintas convenciones organizadas por los antiesclavistas relatando su propia experiencia como esclavo. La ayuda del Liberator y de la Sociedad Antiesclavista Americana también permitió a Prudence Crandall abrir la escuela para niñas negras que se propuso [N. de la T.].
17 S. Sillen: Women Against Slavery, ed. cit., p. 13.
18 Íbid.
19 Íbid., p. 14.
Angela Davis
(Alabama, 1944) Filósofa, activista afrodescendiente y profesora de la Universidad de California. Entre sus libros más conocidos se encuentran If They Come in the Morning: Voices of Resistance (1971), Women, Race and Class (1981), Women, Culture and Politics (1989), Blues Legacies and Black Feminism (1999), Are Prisons Obsolete? (2003) y Freedom is a constant struggle (2015). En 2006 se le otorgó el premio Thomas Merton, por su lucha por la justicia social y en diciembre de 2014 recibió el título de doctor honoris causa de la Universidad de Nanterre, en Francia.