Afroféminas

Las ancestras, Ángela Solange y Las Comadres

Ángela Solange, lideresa afrocolombiana Foto: María Matienzo

En Ginebra conocí a mi comadre colombiana Angela Solange Ramírez. Yo no tengo hijos. Ella tampoco. Por el momento no está en nuestros planes, pero somos comadres de otras vidas, de las vidas que unen los ancestros. Lo digo sin dudarlo porque con ella corroboré que nuestros activismos políticos están incompletos sin la herencia ancestral, sin nuestras raíces africanas, sin nuestras espiritualidades. 

«Mi saber ancestral lo incorporo como un proceso político cultural de nosotros mismos, que no es heredado ni blanqueado, sino que lo teníamos y hace parte de los saberes», cuenta Angela Solange lo que ha sido un proceso que ha costado vidas en Colombia. «El sabedor hacía parte de la política del sistema. Mi abuelo era un gran doctor en el pueblo, era un sabedor y su reconocimiento se le pagaba, se le reconocía. ¿Quién no quería estar allá con Don Wellington y quién no quería saber lo que él tenía?»

«Cuando llegamos al contraste de las ciudades, somos los brujos, los rechazados, los espiritistas, los gitanos, los todo, menos los reconocidos como un saber medicinal, como un saber que en ese pueblo al que no llegaba la medicina occidental, era el que salvaba a la comunidad. Pero nosotros lo hemos posicionado. Lo tenemos tan claro, es un proceso político propio de nuestras culturas y se debe defender de generación en generación».

«No es que esto está bien, píntalo así, no, si se dice culebra es culebra, si se dice ojo es ojo, no lo cambien. Tiene que combinarse. La academia tiene que conversar con lo ancestral tiene que conversar la universidad, la escuela, los niños chiquitos, los posgrados, las maestrías, porque no nombran a las sabedoras, a las parteras, a las curanderas, a la yerbatera, a la que visiona, a la que sueña y lo interpreta y pasa y salva vida».

Y a diferencia de Cuba, que ha tratado por todos los medios de marginar los saberes haciendo lecturas oficiales racistas, excluyentes, dice la comadre que “nosotros en Colombia, nosotros como afro, lo hemos posicionado políticamente. Claro, eso ha costado muerte”, y por más que lo repitamos porque lo vemos en las noticias, el dolor que provocan las muertes de los activistas colombianos lo atraviesa todo, y a Solange Ramírez tanto como a otras miles de sobrevivientes. 


Ángela Solange junto a su madre (blusa blanca) y activistas afrocolombianas. Foto: Cortesía de la entrevistada

Herencia

«Yo soy una mujer que nací en Cali, Colombia» y la criaron sus abuelos maternos en Tumaco, en la Costa Pacífica. 

«Me crecí con comodidad y no comodidades, teniendo y no teniendo, pero si viendo unos abuelos muy prósperos con la tierra, unos abuelos muy pujantes en el tema laboral. Había quien nos ayudaba en la casa, yo me dedicaba al estudio, pero mis abuelos no eran estudiados. Los vi muy humildes, ayudando a los demás, pendientes de los demás».

«Mi abuela fue líder religiosa, pero sin imponer sus santos. Fue líder religiosa, líder de cantar, de las cosas tradicionales y fue partera. Y sé que lo heredé de ella, porque hay algunas parteras con secretos, parteras que saben sobar y arreglar el niño. Ella tenía las dos visiones secretas, sobaba y sabía de todo el tema de las plantas. Me crié viendo eso y aprendí a hacer remedios, entuertos, para el dolor de cabeza, el mal de ojo, para curarse los 40 días de la mujer, porque ella me enseñó».  

«Por parte del papá de mi abuelo, o sea, mi bisabuelo, que curaba con culebras, con secreto y de él heredé las visiones y los sueños que son dos cosas diferentes. A mis 22 años vine a comprender que tenía el don, no sabía qué hacer con eso porque veía lo bueno, veía lo malo y pasaba porque no lo comprendía», y cuenta que le tenía miedo a su abuelito porque tenía culebras embotelladas aunque después terminó valorando el conocimiento que contenía cada uno de esos frascos. 

Cuando la comadre tenía 10 años, en la década del 80, el conflicto armado no se conocía como guerrilla ni como paramilitar. Recuerda que «entraban al pueblo, daban balas, en esa época, hasta donde yo entiendo, tenían ideal, no llegaban a matar a la gente» y no es que romantice la violencia de aquel tiempo es que dice que «unos cuatro años después ya comenzaron a entrar al pueblo con otros lemas que era matar gente, sembrar coca, despojar a la gente de sus tierras, quitar terrenos y casas, violar mujeres, matar hombres, reclutar niños muy pequeños y a jóvenes”, entonces sus abuelos la sacan de Tumaco y se quedaron resistiendo en el pueblo.  

«Y resistieron hasta cierto punto, después a mi mamá le tocó ir por ellos porque el pueblo ya fue tomado por la guerrilla, incendiado. Ya no se podía vivir. Se habían adueñado de las tierras».

Una muerte cada 6 meses

Mirar de frente a la muerte hizo que Solange Ramírez se definiera como lideresa. 

«Nunca viví con mi papá, hasta que él decidió reconciliar a sus hijos. Nos cuenta que yo era la única hija mujer. Él tuvo cuatro hijos más. Solo quedamos dos vivos, el que vive en los Estados Unidos y yo. Mataron a mi papá y a mis otros dos hermanos».  

«Siento que no he superado la muerte de mi papá y que nunca la voy a superar. A mi papá lo matan por propiedades. Él era un terrateniente, tenía muchas tierras en el bajo Cauca» y explica que de todos los Cauca, al que pertenecía su padre tenía muchas riquezas de oro, «entonces los guerrilleros del momento intentan extorsionarlo con que él tiene que entregar y él no cede. Él había sido militar y se había se jubilado hacía 23 años, pero el error de mi papá fue que nunca demandó las amenazas, el hostigamiento que tenía. Creo que él pensaba que podía defender sus tierras», y dice que fue durísimo saber de su muerte. 


Declaraciones de Ángela Solange en el marco del Foro Afrodescendiente sucedido en Ginebra.

«Fue una festividad del padre en el 2007. Lo matan el día 15, el 14 habíamos acordado todos los hermanos compartir con él. Le habíamos comprado regalos para estar con él al día siguiente. Saliendo le cogió la tarde el día 14, y sale el 15 al Cauca para devolverse en la noche para Cali. Saliendo lo atajan los grupos y lo matan. Cuando me llaman yo pienso que está herido, pero ya estaba muerto. Me toca irle a hacer el reconocimiento en el lugar donde lo mataron. Lo más impactante de mi vida ha sido ese hecho, porque yo a mis otros hermanos al menos no los vi, pero a mi papá lo vi», después investigando descubre que sí había denunciado al menos un acto de violencia y la fiscalía había hecho caso omiso. 

«A los seis meses cumplidos me quería recuperar de la muerte de mi papá y matan a mi hermano menor. Al año siguiente me matan a mi hermano mayor. En menos de dos años perdí a tres seres queridos. Se llevan seis meses cada uno”, así le cambió la vida y comienza en los liderazgos, a buscar justicia

«Empiezo a andar en estos temas, a escuchar a las víctimas. Y todo me llegaba, me pegaba, y me dije: ‘Tengo que luchar por las víctimas porque yo soy víctima’.» 


Activistas afrolatinas y cubanas en el III Foro sobre Afrodescendientes.

¿Cómo nacen Las Comadres?

«Mi madre crea una organización y se llamaba ‘Arte y Oficio para mujeres vulnerables afrodescendientes’. Al principio éramos ilegales porque cuando fue a tocar las puertas a que nos orientaran le dijeron que no la podían atender porque era negra. Y ella decía: ‘Yo tengo que tener una organización incluyente de negras, afro, indígenas, niños y niñas’.»

Recuerda que ese día su madre llegó llorando pero solo contó lo que le había pasado al cabo de dos meses. En el 2010 empezaron y Ángela Solange tenía claro que la organización debía tener un enfoque desde la «víctima». 

«Yo lo he perdido casi todo por la violencia y sabía que debían de haber muchas personas que pasaron por lo que yo pasé. Y ella me sigue porque mi mamá siempre me ha seguido en todas mis luchas».

«No ha sido fácil tener la organización, atender otras víctimas. Empecé mi proceso de sanación en el 2014 para poder sanar a los demás, porque toda esa carga emocional nunca la había podido desahogar, hasta que empiezo a andar con el proceso de la coordinación de las mujeres que hoy en día se llaman Las Comadres» y que a su vez pertenecen a la plataforma de organizaciones Afrodes.

Llegar a este momento de su vida fue para la comadre como llegar «donde el psicólogo que has estado buscando en tu vida», pero a la vez se encuentra con «el panorama de las mujeres violadas, que le mataron los tres, los cuatro hijos y quedaron solas; con las que sacaron de sus pueblos con otros niños y están en una ciudad que no sabe ni para dónde van. Empiezo a ver que mi realidad la han vivido 50 más, 5000 más, pero peor. Fue como ver la otra realidad del país, de otras mujeres que han sufrido cosas peores».

«Y en un encuentro se me desatan mis ancestros. Miro que tengo potenciales de sanación y ellos me dicen internamente que hasta que no me sane no puedo empezar a hacer procesos de sanación», pero sanar heridas que han calado el alma es muy doloroso y le tocó ir paso a paso, muerto a muerto: primero su papá y luego sus hermanos.


Ángela Solange. Foto: María Matienzo.

«No había pasado por mi proceso de duelo. Me tocó volverme líder con mi dolor, defendiendo a otras con dolores, y hacer de todo eso un proceso de política pública también», o sea, unirse a otras organizaciones e influir para que haya leyes como la 1448 que es la que atiende a las víctimas del conflicto, documentando para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), reclamando, presionando al Estado, llevando ante la Corte para que haya una ley general de víctimas en Colombia. 

«En el 2015, casi 16, ya había terminado mi proceso de sanación. Y siento que se me potencian los saberes ancestrales, pero siempre he dicho: ‘Señor dame el querer como el hacer para hacer si es de sanar, pero si yo voy a dañar a otros no quiero trabajar nada de eso’. Un día me toca una intervención en un sitio y veo a alguien que está muy mal. Veo lo que le va a pasar. Y siento que Dios me dice: ‘Ya estás preparada. Tienes que intervenir a esta persona’.»

Y también empieza a descubrir no solo su potencial sino a otros sanadores que le dicen «tú sabes esto», «tú tienes esto», «pero eso no es gratis, tus abuelos murieron, tú vienes de descendencia que murió por ese conocimiento, defendiéndolo y entiendo cómo murieron también mis tatarabuelos», y logra armar un árbol genealógico desde lo espiritual, como logramos hacerlo las personas que descendemos de otras personas que fueron esclavizadas. 


Activistas afrocolombianas (en la esquina izquierda destaca Ángela Solange). Foto: Cortesía de la entrevistada

Morir para dar vida

«Nosotros ya hemos pasado el hambre, ya hemos vivido la violencia, pero no nos hemos quedado ahí, somos resilientes de eso políticamente, defendiendo lo que hemos sido, lo que hemos padecido, lo que hemos sufrido. Y lo que reclamaron nuestras ancestras y ancestros en el pasado, por lo que murieron».  

«Muchas mujeres decían si me violan, primero me mato, me corto, lo que sea, pero no me violan. U otras por sus hijos, dijeron, primero me tengo que entregar al amo o tirarme y sacar a mi hijo por otro lado, que se salve él. O sea, murieron dando vida y ya eso de por sí es un movimiento».

«Entonces la primera reverencia debe ser a nuestros abuelos, a nuestras abuelas porque los saberes que hoy heredamos de ellos vienen de África», pero ella no tiene que ir muy lejos para heredar valentía. 

«Mi mamá viene con su liderazgo creo que toda una vida. La he visto siendo líder de todos los temas. Su liderazgo más fuerte ha sido en la junta de acciones comunales. Por eso en el 2020, en plena pandemia, del Día de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre, le pegan un tiro, pero sobrevive» y desde entonces han comenzado a sufrir amenazas y persecución por lo que la CIDH ha emitido Medidas Cautelares y un esquema de seguridad para intentar salvaguardar sus vidas. 

«Cuando me dicen: ‘Tu mamá está viva’, yo no le creo” porque volvió sobre los mismos miedos de cuando le dieron la noticia del asesinato de su padre, pero la señora Silvia Gelen Rodríguez Quintero, sobrevivió.

«Y a mí me tocó hacer el trasteo. Ese día que saco los corotos de mi mamá, sentí que enterraba a mi familia en vida», y tuvieron que dejar atrás la casa que consiguieron una vez con esfuerzo, y le ha tocado ver las secuelas que le dejó el disparo a su mamá, ver lo que sufre. 

«No sé cómo transmutar ese dolor. Vivo con eso» porque las sanaciones para las mujeres guerreras nunca cesan, son procesos constantes, cíclicos. Y lo dice una comadre que ha sobrevivido al sexismo, al racismo y a los machismos dentro de los liderazgos; al Estado colombiano que ha vulnerado derechos pero que la ha hecho aprender que la política no se la deben a nadie más que a sus ancentras y ancestros.

*Este texto ha sido publicado originalmente en la revista cubana Alas Tensas y republicado en Afroféminas por un acuerdo de colaboración.


María Matienzo

La Habana (1979). Escritora. Ha colaborado como periodista en medios y revistas como Cubaliteraria, Havana Times, Diario de Cuba, El Tiempo en Colombia, Hypermedia Magazine, Programa Cuba y Connectas. Sus reportajes han sido publicados en una compilación de ediciones Samarcanda, España, bajo el título Apocalipsis La Habana (americans are coming). En el 2020 publicó la novela Elizabeth aún juega a las muñecas (Editorial Hurón Azul) y el libro Orquesta Hermanos Castro: la escuelita, sobre la historia musical olvidada (Unos & Otros Ediciones ). Fue reconocida por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF) como Women Journo Heroes. Sus reportes sobre la vida cotidiana de las cubanas y los cubanos se pueden encontrar en el diario CubanetNews.


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