Las mujeres afganas temían la represión que podían sufrir con la vuelta de los talibanes al poder después de 20 años, y con razón. Solo ellas guardan en la memoria los años anteriores de represión y violencia hacia sus cuerpos, que vulneraron sus vidas y sus derechos como seres humanos.
Desde la llegada de los talibanes al poder en el año 2021, hemos visto cómo se han incrementado las violaciones a los derechos de las mujeres en este país. Actualmente, las mujeres afganas no pueden salir a la calle libremente, recibir educación en las mismas condiciones que sus compañeros, leer, cantar o recitar poesía en público. Esto último está recogido en la Ley para la “Propagación de la virtud y la prevención del vicio”, entre sus 35 artículos en los que se reafirma la misoginia y el deseo estricto de control sobre la vida íntima de las mujeres afganas, pero no pensemos, ni tan siquiera por un segundo, que esta violencia hacia las mujeres a través del silenciamiento es exclusivo de la sociedad afgana. El deseo de callar a la mujer es una realidad histórica que atraviesa a todas las culturas y sociedades.
¿Qué sucede para que tengan tanto miedo a nuestras voces, para que a lo largo de la historia hayan intentado callarnos? El silenciamiento siempre ha sido una estrategia de control de las sociedades hacia las mujeres y hacia quiénes somos consideradas otredad. Solo basta remontarnos un poco en la historia y recordar casos como el de la esclava Anastacia y el uso de la máscara de silenciamiento.
Cuando hablamos de derecho a una existencia digna y derecho a la voz, estamos hablando del locus social, de cómo ese lugar impuesto dificulta la posibilidad de trascendencia (Ribeiro, 2020, p. 87).
Grada Kilomba, en el primer capítulo de su libro Memorias de la plantación: episodios de racismo cotidiano, ofrece una breve explicación sobre esta mordaza de silenciamiento.
“Esta máscara era una pieza muy concreta, un instrumento real, que fue parte del proyecto colonial europeo por más de trescientos años. Estaba compuesta de un pedazo de metal que se colocaba dentro de la boca de la sujeta negra, amarrada entre la lengua y la mandíbula, y fijada detrás de la cabeza con dos cuerdas: una cuerda alrededor del mentón y la otra alrededor de la nariz y la frente. Oficialmente, la máscara era utilizada por los amos blancos para impedir que los africanos esclavizados comieran caña de azúcar o granos de cacao mientras trabajaban en las plantaciones, pero su función primaria era implementar una sensación de mudez y de miedo, en tanto la boca devenía un lugar de silenciamiento y tortura” (Kilomba, 2023, p. 19).
La reflexión que hace Kilomba tras describir gráficamente en qué consiste esta máscara de silenciamiento es útil y necesaria para entender por qué nos han querido callar durante tanto tiempo, por qué nuestra voz representa un peligro y por qué históricamente ha sido un símbolo de lucha y coraje. Luchar por poder hablar, por narrarnos a nosotras mismas, por ser escuchadas y devenidas sujetas mediante el acto del habla y la escucha.
“La boca es un órgano muy especial. Simboliza el habla y la enunciación. En el racismo, se transforma en el órgano de opresión por excelencia: representa el órgano que los blancos quieren –y necesitan– controlar. En este escenario particular, la boca es también una metáfora de la posesión. Se fantasea que la sujeta negra quiere poseer algo que pertenece al amo blanco. Los frutos: la caña de azúcar y los granos de cacao. Ella quiere comerlos, devorarlos, desposeyendo al amo de sus bienes. Aunque la plantación y sus frutos pertenecen ‘moralmente’ a la colonizada, el colonizador hace una interpretación perversa, leyendo esa acción como signo de robo. ‘Estamos tomando lo que es Suyo’ deviene ‘Están tomando lo que es Nuestro’” (Kilomba, 2023, p. 21).
Kilomba nos habla de la importancia simbólica del habla y la enunciación, y me gustaría profundizar más en este punto, pero otras lo han hecho antes que yo de forma muy clara y precisa. Por ello considero necesario mencionar a Djamila Ribeiro, quien escribió sobre el poder social del habla y la voz en su libro Lugar de enunciación, donde, a lo largo de cinco capítulos, nos muestra que en la historia hay quien siempre ha podido hablar, en su nombre y en el de los demás, y hay quien habitualmente se ha visto obligado a escuchar.
El proceso que conlleva el acto de hablar está mediado, sin duda, por las relaciones de poder presentes en nuestra sociedad; quienes han ostentado el poder están más cerca de la legitimidad que se otorga a quien puede ser escuchado. El poder opera en este caso como un puente hacia ese lugar de habla que reafirma a su vez la humanidad y, por tanto, el derecho a la voz. De esta manera, es casi imposible que quienes dentro de una sociedad son considerados grupos subalternos –sin reconocimiento de su humanidad y, por tanto, fuera del círculo de poder– puedan devenir sujetas con voz propia y ser escuchadas.
“El subalterno no puede hablar. No hay ningún valor atribuido a ‘la mujer’ como elemento respetuoso en la lista de prioridades globales” (Spivak, 2001, p. 126).
Como apunta Ribeiro, “esas experiencias resultantes del lugar social que ocupan impiden que la población negra acceda a ciertos espacios… No poder acceder a ciertos espacios conlleva no contar con producciones y epistemologías de estos grupos en estos espacios; no poder estar representados de forma justa en las universidades, medios de comunicación y política institucional, entre otras limitaciones, imposibilita, a su vez, que las voces de los individuos de estos grupos sean escuchadas, incluso por quienes tienen más acceso a internet. Hablar no se reduce al acto de emitir palabras, sino al hecho de poder existir” (Ribeiro, 2020, p. 87).
“Hablar no se reduce al acto de emitir palabras, sino al hecho de poder existir” (Ribeiro, 2020, p. 87). Quizás tras esta afirmación podamos encontrar algunas respuestas a mi pregunta inicial: ¿Qué sucede para que tengan tanto miedo a nuestras voces, para que a lo largo de la historia hayan querido callarnos?
Hablar es un acto político que lleva consigo el reconocimiento de humanidad, de sujeta capaz de pensar el mundo, de reflexionar sobre el lugar que ocupamos en él, nuestra identidad y la forma en que deseamos existir en este espacio. Cuando Ribeiro sitúa el acto de hablar como un derecho a existir, recoge en esta afirmación que el habla es también una herramienta de autodeterminación y resistencia. Cuando hablamos hacemos visible nuestra experiencia, dotándola de valor, una experiencia única que desafía el silenciamiento impuesto.
Por su parte, callarnos simplemente refleja una de las múltiples formas de violencia social y epistémica hacia la mujer, especialmente hacia la mujer negra, hacia su intelectualidad y su manera de pensar el mundo, ya que no solo se nos ha excluido de los ámbitos de la educación y la política, sino que esta exclusión ha contribuido a la formación de una subjetividad de inferioridad.
Este silenciamiento histórico responde no solo a un intento de control social, sino a la consolidación de una estructura de poder que define quién puede y no puede tener voz legitimada en esta sociedad, manifestando así un acto de poder donde existe un grupo de personas que al tener la legitimidad de hablar pueden impedir a otras no solo hablar, sino ser escuchadas y reconocidas dentro de la sociedad.
Esta lucha de poder por el habla deviene en una lucha epistémica en donde se decide por consiguiente qué saberes son válidos, qué historias son narradas, desde dónde y quienes narran esas historias. La imposibilidad de hablar o el silenciamiento impuesto hacia las mujeres o los grupos considerados otredad dentro de esta sociedad no es solo un resultado de prejuicios, sino una práctica arraigada en estructuras de poder que perpetúa la desigualdad y establece un orden jerárquico de voces en función del poder otorgado dentro de la sociedad.
El miedo a nuestras voces y el silenciamiento son un intento de seguir manteniéndonos desprovistas de humanidad, colocándonos en una posición pasiva borrando con esta acción toda capacidad de influencia en las decisiones sociales y políticas. Silenciarnos busca impedir que se nos reconozca como sujetas legítimas de derecho dentro del orden social.
Zinthia Álvarez Palomino
Afrovenezolana Creadora del proyecto literario @negrasquecambiaronelmundo que visibiliza las aportaciones de mujeres negras. Autora de los libros «Mujeres negras en la ciencia» y «Mujeres negras en la Filosofía».