Hace poco leí acerca del término Sororidad en el diccionario feminista de Rosa Candel:
“Sororidad del latín soror, sororis, hermana, e-idad, relativo a, calidad de. En francés, sororité,, en italiano sororitá, en español, sororidad y soridad, en inglés, sisterhood.
La Sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Este término enuncia los principios ético políticos de equivalencia y relación paritaria entre mujeres. Se trata de una alianza entre mujeres, propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el apoyo.
Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer.
Se trata de acordar de manera limitada y puntual algunas cosas con cada vez más mujeres. Sumar y crear vínculos. Asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras y así de manera sin fin. El mecanismo más eficaz para lograrlo es dilucidar en qué estamos de acuerdo y discrepar con el respeto que le exigimos al mundo para nuestro género. Los pactos entre nosotros son limitados en el tiempo y tienen objetivos claros y concisos, incluyen, también, las maneras de acordarlos, renovarlos o darles fin
Marcela Lagarde, Antropóloga y feminista ,Catedrática de de la Universidad Autónoma de Méjico, autora de cientos de artículos y libros sobre género.
“La política de las mujeres.” Madrid, Cátedra, 1997.”
Tras leer dicha definición, recordé un artículo que escribí para la revista Meik (www.revistameik.com) en el que hablaba, precisamente, de todo lo contrario: de la desunión entre mujeres, las causas y consecuencias de la misma y de lo mucho que perdemos por no ir de la mano para trabajar a fin de obtener pequeños logros en el día a día que, en perspectiva, son grandes conquistas para todas.
Creo que afroféminas es un buen ejemplo de esas conquistas. Las que leemos o escribimos en esta publicación online somos de lugares muy distantes del planeta y, sin embargo, ha conseguido reunirnos en este espacio intangible que es internet. Ahora podemos debatir, tener voz el importante,escucharnos. Así pues, poco a poco, vamos elaborando un discurso coral y heterogéneo como comunidad.
No siempre estaremos de acuerdo en todo, es más, probablemente, diferiremos en infinidad de cosas porque sí, somos mujeres y negras, pero también personas con nuestra visión del mundo propia. Con todo, la posibilidad de debatir, de confrontar sanamente nuestros puntos de vista, nos hace más sabias y, por tanto, más fuertes.
A continuación os transcribo el artículo sobre la rivalidad femenina, el mayor enemigo de esa palabra eufónica y de significado tan grande: la sororidad.
Causas de la rivalidad
Pero…¿de dónde viene esa competitividad y rivalidad insana? Hemos hablado sobre el tema con Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación española de mujeres progresistas, y con Anastasia Nzang, presidenta de la ONG Igualdad y Derechos Humanos de la mujer en África. Ambas coinciden en que esto es debido a las características de la sociedad patriarcal, dominada, desde siempre, por varones. Cuanto más poder tiene el hombre con respecto a las mujeres, curiosamente mayor es la rivalidad entre ellas. Esto sucede en todos los países, pero en aquellos en los que hay menos mujeres incorporadas al mundo laboral, se produce con un carácter más marcado. La causa es que está relacionado con cómo está estructurada la sociedad en función del sexo.
El rol que se le da al hombre es un papel dominante, de sustentador o cabeza de familia, mientras que la mujer ha estado, tradicionalmente, subordinada y mantenida por el varón, a cambio de cuidar a los hijos y realizar las tareas domésticas.
De manera que, mientras el éxito de un hombre, señala Besteiro, reside en sus logros profesionales, el de una mujer va asociado al marido con el que se casa. Eso provoca que las mujeres compitan entre sí para ascender socialmente.
Nzang utiliza la palabra “falocracia”, que viene a ser algo así como el poder o gobierno del miembro sexual masculino. Sería otra forma de decir lo mismo.
Ella se centra, además, en las peculiaridades de algunas culturas africanas, en las que la poligamia, aceptada con normalidad, genera una rivalidad aún mayor y parte del mismo seno del matrimonio. Esta rivalidad trae consigo vencedoras y vencidas y tiene consecuencias claras para la autoestima de las que no salen victoriosas, para las que no son las elegidas.
El inicio
Tanto Yolanda Besteiro como Anastasia Nzang Nze afirman que existe un punto de partida para esta situación y se encuentra en la socialización desde la infancia.
La primera habla de los colores que se usan, en función de si es niño o niña, por ejemplo, para decorar la habitación. Tonos más suaves y pasteles para ellas, más fuertes y enérgicos para ellos. ¡Y eso antes de haber nacido!…Luego llegan los juegos: lucha y deportes de equipo, como el fútbol para los varones, y muñecas, peinados y ejercicio individual como la gimnasia artística para las niñas. Todo ello lleva a que el niño aprenda a competir, sí, pero también a compartir e integrarse en lo colectivo, y a entenderse con sus congéneres. La niña, no.
Nzang, por su lado, hace un análisis y una apreciación similar. Recuerda, por ejemplo, que cuando nace un niño fang (etnia de Guinea Ecuatorial a la que ella pertenece) se le regala un escudo o una lanza, pero si es una niña el presente suele ser una cesta para ir a la finca que, asumen, cultivará.
Lo que ambas quieren decir es que la infancia marca a los futuros hombres y mujeres, de ahí que, como en tantos otros aspectos, la educación sea algo clave. Habría que abogar siempre por la coeducación.
Soluciones
La coeducación consiste en formar en los valores a los niños y niñas como seres humanos, no por su rol como mujer u hombre. En este sentido, lo importante deben ser las aptitudes, intereses, habilidades y no el sexo. Debe impartirse esta educación en la escuela, en el entorno familiar, en los medios de comunicación, en los libros de texto, las canciones, los cuentos, los juegos….Besteiro señala que mientras sigamos pensando que hay cosas de niños y de niñas y no de personas, seguiremos dividiendo y fomentando los problemas y la situación general actual.
Anastasia Nzang apuesta, también, por una presencia mayor de mujeres en el Parlamento para que se aprueben leyes en pos de la igualdad; y por ganar aliados masculinos para la causa, así como la creación de asociaciones de mujeres empresarias que puedan ayudar a las que acaban de comenzar a desarrollar sus actividades y trabajos. Ella piensa, de todas formas, que hay razones para el optimismo, teniendo en cuenta que ya existen instituciones tradicionales de ayuda entre mujeres como el djangué, una suerte de ahorro común o microcrédito entre féminas, que, pese al paso del tiempo, se mantienen.
Así es, con apoyo desde el comienzo de la vida y educación e iniciativas solidarias entre las mujeres, como muere la rivalidad y se tejen las redes del compañerismo.
Periodista graduada en la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Desarrollo y Ayuda Internacional (Instituto Complutense de Estudios Internacionales. Diplomada en Guión y Dirección de Documentales (Instituto de Cine de Madrid). Ha trabajado en varias cadenas de televisión como reportera y, en la actualidad dirige y escribe guiones para documentales sobre proyectos humanitariios por todo el planeta.
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