«¡Esta chica se ha quedado anclada en el tema de lo negro!», seguro dirá algún amigo o amiga. Ya lo ha hecho mi padre, conocidos, en fin. Pero sucede que lo negro, por decirlo de una forma, no se advierte como norma, no se contempla como posibilidad primera, es una opción apenas conveniente, no es algo que pueda ser, que ocurra, no se piensa que alguien lo sea, no es el primer pensamiento.
Es mucho lo que hay que decir sobre lo negro. Cuando es visibilizado, suele ser por dos circunstancias: o es explícitamente nombrado, lo cual suele poner a la defensiva a unos y generar ofensiva desde otros; o viene a colación como adjetivo peyorativo asociado a cualquier idea concebida en su peor parte: «negra suerte», «humor negro», «trabajar como un negro», y un ofensivo etcétera. De manera que la idea representada en el concepto negro no se atribuye a una persona solamente y no siempre en términos positivos o halagadores, sino que se consigna a cosas, objetos, características de personas para vejar, disminuir, soslayar o insultar. No así con el término blanco, que además de ser lo obvio, esperado y sobreentendido, es atribuido a características nobles, prístinas, pulcras, bellas, en fin.
En otros casos, uno menos positivo que otro, lo negro surge y destaca como algo espectacular, exótico, bello en una forma tan excelsa, que debe ser exhibido, termina cosificado, y esto llega a suceder con personas que no necesariamente advierten la manera en que son percibidas, haciéndoles sentir un orgullo perecedero y para nada reivindicativo. También brota como raíz al irrumpir por sobre el suelo de una realidad que está expresamente diseñada y construida, desde lo público a lo privado, para su negación; lo negro aparece en forma de grito, expresado en discursos y narrativas de reclamo, en estilos de peinados, vestimenta aturdidas de color, bailes, pañoletas en la cabeza, en el rescate de rituales y costumbres ancestrales. Lo negro (re)aparece desde una nueva lente, para contar otra historia.
Un claro ejemplo de lo que expreso en el primer párrafo lo he vivido al buscar en la Red alguna imagen que evoque la negritud, palabra que existe para expresar una condición, puesto que no existe blanquitud, como se usa negroide mas no blancoide, lo que me conduce al siguiente planteamiento: lo blanco es lo normal, lo natural, lo que se supone y se espera, por tanto no es una «condición» que se dé, simplemente es; en tanto que ser negro sí es una condición, algo que puede «hasta padecerse” y llega a ser «disculpado» o «advertido» solo para que se sepa de antemano. Les decía que buscando, por citar un ejemplo, imágenes de mujeres flotando, lo cual he hecho para acompañar poemas y versos que he publicado, solo aparecen mujeres blancas, rubias. Si agrego la palabra «morena», veré duplicados de las mismas mujeres pero con el pelo negro o castaño oscuro. Solo al escribir «negras» aparecen las mujeres negras. Una vez quise ver qué tan lejos llegaba todo y busqué mujeres bonitas, mujeres bellas, mujeres trabajadoras, mujeres de lo que usted quiera. Busque y verá. Siempre aparece el mismo resultado, con poquísimas excepciones, y sin embargo, excepciones absolutamente blanquedas.
Recordemos que para algunas personas negras, el hecho de que les digan que lo son es ofensivo. Incluso, hay códigos entre ellos donde se salvaguarda esta regla. He sido testigo de esto, personas que juran alteradas que son marrones, insistiendo con gran vehemencia que no son negros. Y es que el color de piel es lo más asociado como rasgo negro. Las fosas nasales, orejas, trasero y curvatura de la región lumbar, tanto en hombres como mujeres, la textura del pelo, los labios, redondez del rostro, entre otros fenotipos, pasan a un segundo lugar. Mientras, nadie le dice al blanco que lo es, ¡no hay que hacerlo! En series policiales que sigo en televisión, he visto escenas donde explícitamente se muestra el contexto en que un testigo dice, titubeante: «era un/una hombre/mujer negro/negra… perdón, era un(a) afroamericano(a)… »; luego, los personajes se miran dando por obvio que la persona ha cometido una ligera indiscreción. Si el sujeto es blanco se expresa como tal sin mayor problema o se usa la palabra caucásico o caucásica, no hay ruidos ni miradas de soslayo. No es algo que incomode a nadie.
Paradójicamente, hay quien piensa que quienes abordamos estos temas, con intensiones didácticas y con el fin de favorecer un análisis que promueva, sino el desmonte de tanta construcción psicosocial equivocada, por lo menos algo de reflexión, lo hacemos desde el resentimiento e iras contenidas. De forma que en estas letras habré dejado escapar algún trozo de odio hacia lo que sea que sugiera blanco. Nada más lejos. Para suerte de muchos, incluso mía, análisis y discusiones sobre este tema pueden tratarse en cualquier foro sin faltar a una ley o ser subversivos, entre personas de diversas nacionalidades, aunque debo reconocer que con todo y espacios disponibles falta mucho por recorrer, por desmontar y resignificar.
Y todo lo anterior se resume en algo simple y la vez sumamente complejo: un replanteamiento y rescate institucional y social del concepto negro. Recuperar el espacio de igual a igual, no de especiales ni exóticos, que si pensamos bien toda persona puede ser exótica y especial en alguna parte, alguna vez, para alguien en particular o para un colectivo, y ello no debe prevalecer a su condición de persona. Un replanteamiento que, al producirse, siquiera sea necesario el recurso de la discriminación positiva.
Los ensayos pseudocientíficos de siglos atrás que plantearon la supremacía de razas hicieron mucho daño y fueron una excusa perfecta para la legalización y comisión de actos atroces. El daño continúa, de manera sistémica y se retroalimenta en formas tan sutiles como tretas publicitarias y otras no tanto como el derecho que se reserva alguna empresa de no contratar personas negras. Más el hecho de que hoy, en pleno siglo XXI, hay muchos que piensan que su valor como ser humano está directamente relacionado con su color de piel. Y si alguien piensa que todo está dicho, bástele imaginar todo lo anterior con rostro de mujer, agregue pobreza, desprotección institucional y de manera automática surgirán toda suerte de contextos que me dicen lo que falta por decir y hacer.
(*) Publicado originalmente por la autora en Wall Street International Magazine, el 24 de enero de 2019.
Persona, mujer, humanista y psicóloga. Amante de la cocina, la música y las letras.
República Dominicana