Irene Major está en la mitad de la treintena y fue Miss Camerún. Era guapa, alta y negra. Ahora es modelo, cantante y, esposa de Sam Malin un magnate del petróleo de 51 años. Pero su sueño no era conseguir todo lo citado anteriormente sino tener la tez más pálida:
«Cuando mi piel se aclara, me siento más guapa. Soy consciente de que es un tema tabú y de que la gente podría juzgarme por ello pero… es así como me siento. La dictadura de la piel clara ha formado parte de mi vida, prácticamente, desde que nací. Hay muchos tipos de piel en África – de la más oscura, a la más clara, y nosotras crecemos sabiendo que las chicas más claritas son las más guapas. Es un hecho. Si no me crees, fíjate en todas esas estrellas del pop que cada año tienen la piel más clara. Muchas «celebrities» lo hacen», señala.
Su hermana, Elisa, con quien ha formado un grupo de música, también tiene una opinión parecida:
«Siendo más clara pasas a pertenecer a otra clase social. Todos los hombres africanos ricos y con éxito se casan con mujeres blancas o de piel muy clara porque han crecido pensando que las más claras son más bellas. No importa cuán oscuros sean ellos, la presión es para las mujeres. «.
Ambas apelan a su libertad para hacer lo que quiera con su cuerpo:
«Creo que toda mujer es libre de hacer lo que quiera y yo, personalmente, me siento mejor cuando mi piel es más clara».
En efecto, todo el mundo es libre pero… ¿acaso no está oprimida una mente que vive esclava de una tendencia estética, social, económica, histórica y machista?
Y subrayo lo del machismo porque son pocos los hombres que desgracian su piel para gustar más a las féminas. Ellos entienden que cuentan con más herramientas que su físico y que el éxito, no necesariamente pasa por encontrar pareja, sino que va más ligado a su actividad profesional. Son las mujeres las que se pliegan a las tendencias asesinas, no sólo para sentirse bien sino ¡para gustar al sexo opuesto!.
Lo que sucede con Irene Major y su hermana, por desgracia, no es una excepción. En países como Burkina Faso o Senegal, se ha convertido en una de las principales causas de ingreso hospitalario debido a que los componentes químicos de las cremas despigmentantes son muy agresivos y pueden provocar lesiones de gravedad e, incluso, cáncer cutáneo en personas que tienen la piel negra porque es la que más conviene para el entorno en el que residen.
Recuerdo haber hecho un reportaje para la televisión de Guinea Ecuatorial. Tuve la oportunidad de entrevistar a varios jóvenes universitarios, hombres y mujeres. Confirmaban las palabras de la modelo del país vecino, las mujeres más claras tenían más éxito, eran más guapas… Incluso, citaban dichos tradicionales en su lengua, que decían que, a la hora de casarse, la familia de una mujer más clara recibe una dote mayor. Esto demuestra, hasta qué punto ese sentimiento, ese menosprecio hacia lo propio, hunde sus raíces en el pasado.
Hay quien dice que es sólo una moda, algunos medios de comunicación, en cambio, sostienen que se trata del «síndrome post-colonial», del resultado de la dominación europea en África que provocó que la autoestima de varios grupos étnicos se enterrara para siempre. Según esta hipótesis, esto se ha traducido (y traduce), entre otras cosas, en una búsqueda de patrones estéticos tan ajenos como lejanos, aún a costa de padecer un sufrimiento del que la mayoría desconoce sus secuelas.
Porque sí, tiene consecuencias, y graves. La calidad de las cremas aclarantes difiere mucho en función de dónde se compren y el precio que valgan. Si bien es cierto que hay mujeres que pueden permitirse consumir productos de buena calidad con garantías farmacéuticas, buena parte de las personas que los adquieren, los compran en los mercados callejeros. Se trata de mezcolanzas elaboradas con más intención que conocimientos químicos y resultan muy agresivas. Así pues, si la hidroquinona (el agente despigmentante) sólo está permitida a un porcentaje mínimo en la Unión Europea, en África entra sin mesura a más del 20%. ¡Y claro que hace efecto! Muchas mujeres lucen orgullosas sus pieles nuevas, que en realidad son viejas, gastadas, quemadas… Por supuesto, son más claras, ya no tienen el precioso tono marrón oscuro, se vuelven rosas, se llenan de manchas, especialmente en las articulaciones y en la zona que rodea los ojos, se queman con el sol y, si se tienen que someterse a intervenciones quirúrgicas, debido a su adelgazamiento cutáneo, resulta muy difícil para los médicos poder coserlas.
El blanqueamiento es una epidemia atroz de la que se habla poco porque, en ocasiones, da la sensación de que cuestionar el uso de estos productos es sinónimo de atentar contra la libertad. Hay quien compara su uso con el de las personas que utilizan autobronceadores, abrasan su piel en cabinas de rayos uva o en sesiones maratonianas bajo el astro rey.
Si bien es cierto que podrían establecerse ciertas similitudes, el origen de una tendencia y la otra, son bien distintos. Sus efectos, no obstante, son igualmente devastadores.
La solución no pasa por la prohibición sino por la educación (¿o «deseducación»? ) y por la aceptación, de eso no hay duda.
Lucía Mbomío
Periodista