Son suficientemente conocidas las condiciones históricas en las Américas que contribuyeron a la cosificación de los negros en general y de las mujeres negras en particular. Sabemos también que en toda situación de conquista y dominación, la apropiación sexual de las mujeres del grupo derrotado es un momento emblemático de afirmación de superioridad del vencedor.
En Brasil y en América Latina la violación colonial perpetrada por los señores blancos a mujeres negras e indígenas y la mezcla resultante es el origen de todas las construcciones de nuestra identidad nacional, estructurando el decantado mito de la democracia racial latinoamericana que en Brasil llegó hasta sus últimas consecuencias. Esa violencia sexual colonial es también el cimiento de todas las jerarquías de género y raza presentes en nuestras sociedades configurando aquello que Angela Gilliam define como “la gran teoría del esperma en la formación nacional” a través de la cual, y siguiendo a Gilliam:
1. “el papel de la mujer negra es rechazado en la formación de la cultura nacional;
2. la desigualdad entre hombre y mujer es erotizada;
3. y, la violencia sexual contra las mujeres negras ha sido convertida en un romance”.
Lo que podría ser considerado historias o reminiscencias del período colonial permanecen, sin embargo, vivas en el imaginario social y adquieren nuevos ropajes y funciones en un orden social, supuestamente democrático, que mantiene intactas las relaciones de género, según el color o “raza” instituidos en el periodo esclavista. Las mujeres negras tuvieron una experiencia histórica diferenciada, que el discurso clásico sobre la opresión de la mujer no ha recogido. Así como tampoco ha dado cuenta de la diferencia cualitativa que el efecto de la opresión sufrida tuvo y todavía tiene en la identidad femenina de las mujeres negras.
Cuando hablamos del mito de la fragilidad femenina, que justificó históricamente la protección paternalista de los hombres sobre las mujeres, ¿de qué mujeres se está hablando? Nosotras —las mujeres negras— formamos parte de un contingente de mujeres, probablemente mayoritario, que nunca se reconoció en este mito, porque nunca fuimos tratadas como frágiles. Somos parte de un contingente de mujeres que trabajó durante siglos como esclavo, labrando la tierra o en las calles vendiendo o prostituyéndose. ¡Mujeres que no entendían nada cuando las feministas decían que las mujeres debían ganar las calles y trabajar! Somos parte de un contingente con identidad de objeto.
Ayer, al servicio de frágiles señoritas y de nobles señores tarados. Hoy, empleadas domésticas de las mujeres liberadas. Cuando hablamos de romper con el mito de la reina del hogar, de la musa idolatrada por los poetas, ¿en qué mujeres estamos pensando? Las mujeres negras son parte de un contingente de mujeres que no son reinas de nada, que son retratadas como las anti-musas de la sociedad brasilera porque el modelo estético femenino es la mujer blanca.
Somos parte de un contingente para las cuales los anuncios de empleo destinan la siguiente frase: “Se exige buena presencia” y cuyo subtexto es: Negras no se presenten. Por lo tanto, para nosotras se impone una perspectiva feminista en la cual el género es una variable teórica más y —tal como afirman Alcoff y Potter—, “no puede ser separada de otros ejes de opresión” y “no es posible un único análisis.
Si el feminismo debe liberar a las mujeres, debe enfrentar virtualmente todas las formas de opresión”. Desde este punto de vista se podría decir que un feminismo negro, construido en el contexto de sociedades multirraciales, pluriculturales y racistas —como son las sociedades latinoamericanas— tiene como principal eje articulador al racismo y su impacto sobre las relaciones de género dado que él determina la propia jerarquía de género de nuestras sociedades.
En general, la unidad de la lucha de las mujeres en nuestras sociedades no sólo depende de nuestra capacidad de superar las desigualdades generadas por la histórica hegemonía masculina, sino que también exige la superación de ideologías complementarias como es el caso del racismo. El racismo establece la inferioridad social de los segmentos negros de la población en general, y de las mujeres negras en particular; operando además como factor divisionista en la lucha de las féminas por los privilegios que se instituyen para las mujeres blancas. Desde esta perspectiva, la oposición de las mujeres negras contra la opresión de género y raza viene diseñando nuevos contornos para la acción política feminista y antirracista, enriqueciendo tanto la discusión racial, como la de género.
Este nuevo enfoque feminista y antirracista se integra tanto a la tradición de lucha de los movimientos negros, como a la del movimiento de mujeres, y afirma esta nueva identidad política que resulta de la condición específica de ser mujer y negra. El actual movimiento de mujeres negras, al traer a la escena política las contradicciones resultantes de las variables raza, clase y género, está promoviendo una síntesis de las banderas de lucha que históricamente han sido levantadas por los movimientos negros y de mujeres del país, ennegreciendo de un lado las reivindicaciones feministas para hacerlas más representativas del conjunto de las mujeres brasileras, y por el otro, promoviendo la feminización de las propuestas y reivindicaciones del movimiento negro.
El peso de la raza
Ennegrecer al movimiento feminista brasilero ha significado, concretamente, demarcar e instituir en la agenda del movimiento de mujeres el peso que la cuestión racial tiene en la configuración de las políticas demográficas; en la caracterización de la agresión contra la mujer introduciendo el concepto de violencia racial como un aspecto determinante de las formas de violencia sufridas por la mitad de la población femenina del país que es no blanca; en la incorporación de las enfermedades étnico-raciales o las de mayor incidencia sobre la población negra, fundamentales para la formulación de políticas públicas en el área de salud; o introducir en la crítica a los procesos de selección del mercado de trabajo, el criterio de la buena presencia como un mecanismo que mantiene las desigualdades y los privilegios entre las mujeres blancas y negras.
Se debe estudiar y actuar políticamente sobre los aspectos éticos y eugenésicos que la investigación en el área de la biotecnología y, en particular, de la ingeniería genética pone hoy en el debate. Un ejemplo concreto lo tenemos en la cuestión de salud y población. Si históricamente las prácticas genocidas, tales
como la violencia policial, el exterminio de niños, la ausencia de políticas sociales que garanticen el ejercicio de los derechos básicos de ciudadanía han sido prioritarias en la acción política de los movimientos negros, los problemas evidenciados hoy en salud y población nos sitúan frente a un cuadro más alarmante aún relacionado con el riesgo de genocidio del pueblo negro en Brasil.
En el nuevo contexto, a la reducción poblacional a través de la esterilización masiva, a la progresión del SIDA y al uso de drogas entre nuestra población, se suman las amenazas de las nuevas biotecnologías, en particular, de la ingeniería genética, y sus posibilidades para que las prácticas eugenésicas se constituyan en nuevos y alarmantes aspectos del genocidio, sobre los cuales el movimiento negro precisa actuar. La importancia de estas cuestiones para las poblaciones consideradas descartables, como la negra y el creciente interés de los organismos internacionales por el control del crecimiento de estas, ha llevado al movimiento de mujeres negras a desarrollar una perspectiva internacionalista de lucha, la cual está promoviendo la diversificación de las temáticas, desarrollando nuevos acuerdos y asociaciones y ampliando la cooperación interétnica.
Crece entre las mujeres negras la conciencia de que los procesos de globalización determinados por el orden neoliberal que, entre otras cosas, agudiza la feminización de la pobreza, vuelven necesaria la articulación y la intervención de la sociedad civil a nivel mundial. Esta nueva conciencia nos ha llevado a desarrollar acciones regionales en América Latina, el Caribe y con mujeres negras de los países del primer mundo, para fortalecer nuestra participación en los foros internacionales, donde gobiernos y sociedad civil se enfrentan y definen la inserción de los pueblos tercer mundistas en el tercer milenio.
Esta intervención internacional, particularmente, en las conferencias mundiales convocadas por las Naciones Unidas a partir de la década del 90, nos ha permitido ampliar el debate sobre la cuestión racial a nivel nacional e internacional y sensibilizar a los movimientos, gobiernos y a las Naciones Unidas para la inclusión de la perspectiva antirracista y el respeto a la diversidad, en todos sus temas. Con esta óptica actuamos en la Conferencia de El Cairo sobre Población, en la cual las mujeres negras operaron a partir de la idea de que “en tiempos de difusión del concepto de poblaciones superfluas, la libertad reproductiva es esencial para las etnias discriminadas y para impedir políticas controladoras y racistas”. Así estuvimos en Viena, en la Conferencia de Derechos Humanos, de la cual salió el compromiso —sugerido por el gobierno brasilero— de realizar una Conferencia Mundial sobre Racismo y otra sobre Migración antes del año 2000. Así trabajamos en el proceso de preparación de la Conferencia de Beijing, y realizamos en Mar del Plata un seminario con mujeres negras de dieciséis países de América Latina y el Caribe, donde resultó un documento consensuado pro Beijing que fue adoptado también por mujeres negras organizadas del primer mundo.
Estas conferencias mundiales se volvieron espacios importantes en el proceso de reorganización del mundo luego de la caída del muro de Berlín y constituyen hoy foros de recomendación de políticas públicas para el mundo. El Movimiento Feminista Internacional ha operado en estos foros con el lobby más eficiente entre los segmentos discriminados del mundo. Ello explica los avances de la Conferencia de Derechos Humanos en Viena en relación a la mujer, de la Conferencia de El Cairo sobre Población y de la Eco 92.
En los esfuerzos realizados por las mujeres hacia Beijing, uno de los resultados fue que Brasil, por primera vez en la historia de la diplomacia internacional, obstruyó la reunión del G-77, grupo de los países en desarrollo del cual forma parte, para discrepar con el retiro del término étnico-racial del artículo 32 de la Declaración de Beijing, cuestión innegociable para las mujeres negras de Brasil y los países del Norte. La firmeza de la posición brasilera aseguró que la redacción final del artículo 32 expresara la necesidad de “intensificar los esfuerzos para garantizar el disfrute en condiciones de igualdad, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de todas las mujeres y niñas que enfrentan múltiples barreras para su desarrollo y su avance debido a factores como raza, edad, origen étnico, cultura, religión…” La lucha ahora es asegurar que esta conquista se concrete en la vida real. El próximo paso es la implementación de estos acuerdos por parte de nuestros gobiernos.
El origen blanco y occidental del feminismo estableció su hegemonía en la ecuación de las diferencias de género y ha determinado que las mujeres no blancas y pobres, de todas partes del mundo, luchen por integrar en su ideario las especificidades raciales, étnicas, culturales, religiosas y de clase social.
¿Qué lugar existe para el feminismo negro? ¿Hasta dónde las mujeres no blancas avanzarán en estas cuestiones? Las alternativas de izquierda, de derecha o de centro se construyen a partir de estos paradigmas instituidos por el feminismo que, según Lélia Gonzalez, padece de dos dificultades para las mujeres negras: por un lado el sesgo eurocentrista del feminismo brasilero se constituye en un eje articulador más allá de la democracia racial y del ideal de blanqueamiento, al omitir la centralidad de la cuestión de raza en las jerarquías de género y universalizar los valores de una cultura particular (la occidental) al conjunto de las mujeres, sin mediarlos con los procesos de dominación, violencia y explotación que están en la base de la interacción entre blancos y no-blancos. Por otro lado, también revela un distanciamiento de la realidad vivida por la mujer negra al negar “toda una historia de resistencias y de luchas, en las que esa mujer ha sido protagonista gracias a la dinámica de una memoria cultural ancestral (que nada tiene que ver con el eurocentrismo de ese tipo de feminismo)”. En ese contexto, ¿cuáles serían los nuevos contenidos que las mujeres negras podrían aportar en la escena política más allá del “toque de color” en las propuestas de género?
La feminista negra norteamericana, Patricia Hill Collins, argumenta que el pensamiento feminista negro sería “un conjunto de experiencias e ideas compartidas por mujeres afroamericanas que ofrece un ángulo particular de la visión del yo, de la comunidad y de la sociedad…, que involucra interpretaciones teóricas de la realidad de mujeres negras por aquellas que la viven…” A partir de esta visión, Collins elige algunos “temas fundamentales que caracterizarían el punto de vista feminista negro”. Entre ellos se destacan:
1. el legado de una historia de lucha.
2. la naturaleza interconectada de raza, género y clase.
3. el combate a los estereotipos o “imágenes de autoridad”.
Acompañando al pensamiento de Patricia Hill Collins, Luiza Bairros usa como paradigma la imagen de la empleada doméstica como elemento para analizar la condición de marginación de la mujer negra, y a partir de ella, busca encontrar especificidades capaces de rearticular los puntos colocados por Patricia Hill Collins, concluyendo que “esa marginalidad peculiar es la que estimula un punto de vista especial de la mujer negra (permitiendo) una visión distinta de las contradicciones en las acciones e ideología del grupo dominante”. “La gran tarea es potenciarla afirmativamente, a través de la reflexión y la acción política”.
El poeta negro Aimé Cesaire dice que “las dos maneras de perderse son: por segregación, siendo encuadrado en la particularidad, o por dilución, en el universal”. La utopía que hoy perseguimos consiste en buscar un atajo entre una negritud reductora de la dimensión humana y la universalidad occidental hegemónica que anula a la diversidad. Ser negro sin ser solamente negro, ser mujer sin ser solamente mujer, ser mujer negra sin ser solamente mujer negra. Lograr la igualdad de derechos es convertirse en un ser humano pleno y lleno de posibilidades y oportunidades más allá de su condición de raza y de género. Ese es el sentido final de esta lucha.