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Todo lo que necesitas saber sobre la Etnomaternidad decolonial y antirracista

Este artículo es el resultado de una experiencia etnográfica. En él haré una socialización y contextualización del feminismo decolonial tal cual como lo he venido trabajando como madre de una hija racializada, más allá de otras posiciones que reivindican las maternidades feministas. En dicha experiencia me interesó establecer las condiciones y la genealogía que ha hecho posible la labor de maternar teniendo como lugar de enunciación el Tercer Mundo, y más concreto aún, el Caribe colombiano y la problematización con lo “negro” como categoría racial, y sus implicaciones sociales, políticas y culturales; así como con todas las demás implicaciones que eso tiene desde las territorialidades subalternas y colonialmente subordinadas o con intento de anulación, que han venido dándose desde la Conquista y la Colonia; y, aunque se ha logrado forjar un giro (decolonial), aún perdura en nuestros días. 

En la primera parte planteo cómo nació y cómo se ha configurado el concepto y la práctica de la etnomaternidad teniendo como lugar de enunciación el Golfo de Morrosquillo y los Montes de María en el Caribe colombiano. En un segundo momento, paso a definirla tal como lo vengo proponiendo desde hace 5 años, y sobre ello, evoco un momento de mi vida en la cual éste término no gozaba de un espacio en las luchas feministas contra la colonialidad del poder; un momento en el cual daba por hecho, por ejemplo, el instinto materno, o la concepción de buena/mala madre. Esta definición se acentuó frente a los siguientes interrogantes: ¿cuáles son los retos de ejercer la etnomaternidad? ¿Qué importancia dentro de la sociedad? Posteriormente, y a manera de cierre, el artículo menciona algunos de los aportes de la etnomaternidad en la creación de nuevas cartografías culturales y políticas que inciden en la labor de maternar, y cómo su formación étnica y discursiva, nos permite re pensar los sistemas de conocimiento que estamos produciendo como madres racializadas, investigadoras, feministas y habitantes del Gran Caribe.

Candelaria del Mar es el nombre de mi hija, una niña racializada de 6 años de edad. Esta historia inicia una tarde en que ella llega del colegio y me preguntó: ¿mamá, por qué mi cabello no crece? La crianza de mi hija ha estado llena de preguntas similares; la última pregunta que me hizo, fue: ¿mamá, por qué las mujeres como nosotras, no salen en las revistas? Cuando Candelaria nació jamás imaginé que su vida iba a traer a la mía la deconstrucción de los imaginarios sobre una maternidad abnegada, romantizada y dentro de una familia heteronormativa, al servicio del capitalismo y el consumismo salvaje. Han sido 6 años de crianza bajo los que he estado definiendo etnográfica, conceptual y políticamente la labor de etnomaternar. Y sobre esta práctica es el presente artículo, el cual dedico a todas las mamás negras del continente con hijas racializadas, como la mía. 

La primera vivencia etnográfica de esta labor se da en el reconocimiento de las narraciones, rituales, cosmovisiones y saberes que Candelaria ha heredado de sus abuelas, bisabuelas, tatarabuelas y ancestros maternos y paternos, con prominente ascendencia afro. Ello ha implicado ahondar en la escucha de las tradiciones literarias propias, en atender al llamado por el respeto a la sabiduría curativa de las plantas, a entender que la oralidad ha sido la máxima herramienta de comunicación vital y cultural. La vida cotidiana en la labor de etnomaternar se convirtió en una estrategia de criar con una identidad arraigada al territorio negro de sus ancestros, a la conexión espiritual con la música de percusión, a la cocción de alimentos según recetas y secretos que solo las mujeres compartirnos. Todos estos saberes han sido producidos desde un conocimiento situado (como se cita en Cruz, M., Reyes, M., y Cornejo, M. (2012), desde identidades y espacios geopolíticos históricamente subalternizados, que imaginan y accionan otros modos de habitar el mundo, entre esos, el de habitar una maternidad contra hegemónica, que defiende y enaltece el uso del cabello natural, las relaciones dialógicas y horizontales y la generación de limites por fuera del adultocentrismo. 

Estas epistemologías van más allá de las jerarquías epistémicas globales de la colonialidad del poder, la cual se despliega de la civilización occidental (el eurocentrismo), pasando por el falso descubrimiento de América, y sin dejar de lado la peor de las atrocidades de la historia de la humanidad: la Trata Tras Atlántica y los procesos de esclavización en las Américas. Estas también son epistemologías feministas negras de la talla de Bell Hooks (1981), donde su texto/hito ¿Acaso no soy una mujer? Nos hace pensar en que, en nuestro feminismo, la identidad de ser mujer es reclamada y reconstruida ante un feminismo que se basó por mucho tiempo en la construcción de una idea de mujer, en donde, por supuesto, nosotras quedamos por fuera. Así las cosas, la evidencia etnográfica de mi maternidad nos muestra las multiplicidades de luchas decoloniales que debemos constantemente darnos, incluyendo la construcción de nuestras propias subjetividades corporales y mentales y la deconstrucción de los imaginarios esclavistas y fetichismos violentos. 


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Así pues, esta primera vivencia etnográfica de la genealogía de mi etnomaternar con conciencia histórica y una postura contestataria y cuestionadora devela un primer acercamiento conceptual de esta práctica hacia un feminismo decolonial y antirracista. ¿Por qué? Porque la crianza de una mujer blanca hacia sus hijos no pasa por el color de piel, por el tipo de cabello, ni por otras intersecciones propias de las mujeres negras, indígenas, populares, empobrecidas, latinas y madres solteras. Así pues, mi posición antirracista y decolonial me ha permitido entender, vivir y sentir un feminismo no hegemónico, situado desde la ruralidad, la incertidumbre, el trabajo doméstico, y otras condiciones de lo que implica ser mujer en un sistema patriarcal, cis-heteronormativo, racista y clasista. 

La segunda vivencia etnográfica hace referencia al origen mismo del ejercicio de etnomaternar, el cual se funda con el nacimiento de mi hija. Desde entonces llevo a cabo un trabajo consciente de diálogos con ella acerca del origen de sus rasgos físicos y de la importancia de amarse tal cual es. Ella luce su cabello, le gusta, le encanta mostrarlo y pide dejarlo suelto. Pero no siempre fue así, como lo mencioné anteriormente, todo este trabajo ha implicado la decisión política de estudiar cómo tratar el cabello afro, rizado y ondulado, de comprender su morfología y configuración, de apreciar la multiplicidad de peinados y los diversos significados que tiene en la diáspora africana. Es decir, soy una mujer afro-feminista que incluye la estética como una práctica política, por ejemplo, habitando e interviniendo en diversos lugares de la sociedad, el espacio público y el ambiente laboral con el cabello natural, así como saber responder a los comentarios estereotipados de los estándares de belleza en redes sociales y resistir ante las prácticas racistas, pan de cada día en el caribe colombiano; es una constante lucha interna, personal y colectiva, pues ya sabemos que lo personal también es político. 

Cierta vez una mujer blanca, luego de escuchar un podcast al cual me invitaron para hablar sobre la Etnomaternidad, me preguntó que cuál era la “cosa con la etnomaternidad”, pues afirmó que ella también podía ejercerla, y además, me preguntó  cómo me habían criado a mí y si me habían hablado de etnomaternar. Esa pregunta me hizo ser consciente de que había sido la creadora de una unión entre la identidad étnica, las formas diversas de maternar y del peligro de una sola historia, del cual nos insiste Chimamanda Ngozi Adichie. Y pues ¡Claro! Nadie más va a sentir como yo siento mi etnomaternar, por mucho que quieran entenderlo o hasta practicarlo en sus vidas, pues requiere de un esfuerzo ser madre feminista y antirracista. Un esfuerzo que hoy muestro con mucha emoción y en cuyos ojos de Candelaria del Mar logro reflejar un pensamiento identitario fuerte y arraigado a sus ancestros. 

Como lo hemos esbozado, Etnomaternar es una tarea, un compromiso étnico, ético y político como mujer racializada y feminista de todos los días, todo el día; todo el tiempo es una labor consciente la de romper con estereotipos, desdibujar de la mente de mi hija los imaginarios sociales sobre el modelo de familia monoparental, convocarla a la importancia de la lectura de autores africanos y de la diáspora; escuchar música que edifique, y no destruya nuestros cuerpos; un sinfín de prácticas que ya están instauradas en mi inconsciente y que las hago conscientes en cada momento, con cada palabra dicha, y cada acto de amor hacia ella. 

En ese sentido, el mayor reto que ha traído para mí ser una mujer mamá, racializada y feminista ha sido el de conquistar mayor seguridad en mí misma, pues aún hay muchísimo racismo, prejuicios enclavados en la familia, la sociedad y el Estado, principalmente del sistema educativo y religioso. Un sistema que nos vende la idea de una maternidad romantizada, en la cual se debe sufrir y sacrificar para ser una buena mamá y que, además, está a la orden del capitalismo, de las economías extractivistas, y es sumamente violento. 

Así, tal cual como lo plantea la feminista afrocolombiana Mara Viveros (2020), todo pensamiento es situado; y mi vida se sitúa en un contexto del Caribe donde ser mamá soltera es culpa de nosotras, no del progenitor, donde el cabello debe alisarse para verse bien y arreglado, donde el blanqueamiento de la piel es un procedimiento casi que obligatorio para vernos bellas y dignas del amor de un hombre. Por ello, hay que seguir nutriendo la idea de que las mujeres feministas sí podemos ser mamás, pero, educando con el feminismo, y si somos negras, pues siendo feministas antirracistas. Cada acto conlleva una responsabilidad, una conciencia histórica, un posicionamiento político. Ello quiere decir que dada nuestras actuales y variadas condiciones de opresión, así como las creativas e ingeniosas herramientas de las cuales nos valemos para resistir hasta hoy (por ejemplo, con la labor de etnomaternar); debemos seguir cartografiando y compartiendo con otras mujeres del continente y del mundo estrategias sobre el territorio y en el territorio, de tal manera que, la historia de las mujeres negras la sigamos escribiendo las mujeres negras, no necesitamos que las feministas blancas escriban por nosotras, pues podemos y estamos haciéndolo nosotras mismas. Tampoco se trata de dividirnos en las luchas y segregarnos con base a categorías; pues el feminismo será antirracista, o no será. 

Esta cartografía debe ser hecha por nosotras mismas. Así como la maternidad feminista nada contracorriente del capitalismo y del romanticismo intrínseco de la virgen María, y el canto religioso de ser la buena madre; etnomaternar implica ser feminista negra, por cuanto cuestiona los modos de producción eurocéntricos, la animalización de as sexualidades de los cuerpos racializados, luchando en contra de los prejuicios raciales liderados por la doxa escolástica y las políticas gubernamentales nacionalistas y capitalistas. Y ello hace que nuestro trabajo tenga que ser hecho por nosotras mismas, para poder transformas las estructuras que nos oprimen, desde levantar la voz, pasando por lucir con orgullo nuestros cabellos, exigir la inclusión de nuestras narrativas en los planes curriculares, configurar una epistemología propia y contextual, entre otras apuestas; debemos aprender que sí tenemos el poder para definir nuestras realidades o para transformar aquellas que nos reducen, buscando que dichas cartografías permitan re-definir nuestro vitalismo cósmico. 

Como antropóloga, mujer negra, feminista, madre soltera y poeta de la vida, formar una reflexiones sobre sobre la Etnomaternidad decolonial y antirracista es una responsabilidad colectiva que debe ser compartida entre todas aquellas que conllevamos estos marcos sociales de nuestra memoria histórica. El privilegio de haber ido a la universidad y tener estudios de maestría en Educación, haber parido y estar criando sin la figura permanente de un hombre, no puede ser unos factores de invisibilización de las múltiples realidades que cartografiamos a diario en nuestros territorios estructuralmente racistas y violentos; al contrario, la conciencia de la intersección de los sistemas que nos oprimen se convierte en un proyecto político diario, pues, desde la ritualización de la vida cotidiana, hasta las diversas esferas de lo social, debemos seguir generando un cambio frente a: 

Cada uno de estos aportes los ejercen millones de mujeres racializadas alrededor del mundo. La propuesta feminista sigue avanzando y tejemos nuestras conquistas en las trenzas de nuestros cabellos; pues cada que salimos a la calle con las melenas sueltas y los labios gruesos pintados de rojo, descolonizamos un poco los pensamientos y el conocimiento eurocéntrico se hace de lado. Seguir situándonos donde lo hemos venido haciendo, seguir enalteciendo nuestros puntos de vista y los paradigmas bajo los cuales investigamos, escribimos y construimos realidades con respiraciones nuevas. ¡No estamos dispuestas a la sumisión! Sin ser esencialistas, no perdamos de vista lo esencial. 


Referencias bibliográficas

Cruz, M., Reyes, M., y Cornejo, M. (2012). Conocimiento Situado y el Problema de la Subjetividad del Investigador/a. Cinta Moebio 45: 253-274. Recuperado de: https://scielo.conicyt.cl/pdf/cmoebio/n45/art05.pdf 

Hooks, Bell. (2017). El Feminismo es para todo el mundo. Madrid. Editorial Traficantes. 

Rosales Vanessa. (2020). Voces feministas: Mara Viveros. Recuperado de: https://www.spreaker.com/show/mujer-vestida-por-vanessa-rosales 

Viveros, Mara. (2016). La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. Debate Feminista 52 (2016), 1-17. Recuperado desde: http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wpcontent/uploads/2016/12/articulos/052_01.pdf

Ngozi, Chimamanda. (2018). The Danger of a Single Story. Barcelona. Random House.


Ritzy Katherine Medina Cuentas

Antropóloga- Universidad de Caldas

ritzykat@gmail.com 


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