«¿Qué vienes de un refugio?» Le preguntó la enfermera a una chica negra que esperaba en la sala de espera del hospital con su madre blanca.
«¿Perdona?» pregunta la aludida con expresivo gesto de incomprensión mientras que mira a su madre y se da cuenta de que la pregunta iba dirigida a ella por su color de piel. No sin sorpresa, aclara: «es mi madre».
A este personaje ficticio basado en varias situaciones parecidas, no es la primera vez que le ocurre esto, y probablemente no será la última.
Durante nuestras vidas como afro-españolas, tanto ella como yo, mujeres negras nacidas y criadas en el territorio, nos hemos visto señaladas por el simple hecho de nuestro color de piel. Si bien las intenciones de los que señalaban no eran malintencionadas, muchas veces están cargadas de ignorancia y pecan de creer que son los únicos que caen en esos errores. Palabras que van tomando valor para señalarte y hacerte sentir fuera de lugar, sin mala intención eso sí, pero llenas de significado.
Y es que con asiduidad caemos en el error de pensar que somos los primeros en equivocarnos, en hablar sin procesarlo, en soltar la primera ocurrencia con toda la buena intención del mundo.
El verano pasado, mientras trabajaba de socorrista, una niña se me acercó para preguntarme si mi sangre era de color negro también. El pasado domingo, mientras visitaba a un pariente en el hospital, la enfermera nos contó como una niña negra había preguntado si su sangre era del mismo color que los demás. Alguien ignorante o realmente malintencionado le había hecho creer que su sangre era distinta por el simple hecho del color de su piel. En ese momento, pensé condescendiente que esas personas son ignorantes, que desconocen del impacto de sus palabras y el efecto que causan y por eso hay que ser comprensivos. Pero luego me rebelo contra mí misma, me niego a dejarlo pasar y reclamo a esta sociedad, de la que me considero parte, a que pensemos más antes de hablar, que nos responsabilicemos de las palabras dichas sin escudarnos tras el desconocimiento, el “no sabía”, y a que miremos mejor al otro como semejante siendo conscientes de nuestra influencia sobre los demás. Porque empezando por nosotros, enseñaremos a los más pequeños a ser mejores. Porque mientras no lo hagamos, la situación se repetirá en las aulas bajo el escudo de “cosas de niños”. Como le ha sucedido a Camila en un colegio de Madrid, obligándola a cambiar de centro, a sentirse señalada e insultada por el color de su piel.
Y aunque la respuesta también está en hacernos fuertes en lo que nos hace distinto, en sentirnos felices, fuertes y orgullosas de nuestra negritud; existe una delgada línea entre la discriminación y la ignorancia que no estoy dispuesta a seguir excusando. Es por eso que creo necesario que se abra un diálogo sobre lo que es una falta de respeto y lo que no, para que no haya más niñas que crean que su sangre es de otro color, o su piel demasiado negra para ser de la nacionalidad, decir o amar lo que quieran ser.
Pilar Bebea Zamorano
Periodista y comunicadora audiovisual afroespañola viviendo en Madrid. Ha realizado varios cortos documentales en Europa y actualmente se encuentra trabajando en proyectos personales tanto audiovisuales como escritos.