El mundo se fijó en Haití cuando su suelo se estremeció tragándose vidas, edificios y sueños en 2010. 12.000 ONGs desembarcaron en la isla.
Pasó el tiempo y, de nuevo, Haití recuperó su soledad forzada. Hoy «sólo» quedan 1000 organizaciones que han abandonado la ayuda de emergencia con el fin de centrarse en el desarrollo, en políticas a largo plazo para transformar el país junto a los haitianos y no por ellos.
Entre tanto, retoma la soledad bulliciosa que le granjeó el atreverse a rebelarse, el atreverse a decir no a la esclavitud convirtiéndose, de ese modo, en la primera nación independiente de América Latina.
Y desde entonces, camina en solitario con el orgullo que da el conocer su historia, saber que su revolución triunfó, que acabaron con una lacra que duró siglos y que lo hicieron sin ayuda. Por eso se saben fuertes y capaces de volver a comenzar cuantas veces haga falta.
Aún quedan ruinas en Puerto Príncipe y también seres arruinados, pero lo que más hay son personas que trabajan duro para reconstruir su país y orientarlo, entre otros, hacia el sector turístico. Parajes hermosos no les faltan y los frutos de su esfuerzo ya son palpables.
Escribo sobre Haití porque me dijeron que pocos vuelven contentos tras conocerlo y yo, sin embargo, regreso encantada. Quizá porque donde algunos ven pobreza, yo veo dignidad, o porque donde algunos ven el fin yo veo el principio… de algo grande. Un pueblo irreductible no se destruye tan fácilmente…
Lucía Mbomío
Periodista