Afroféminas

La mujer negra, sujeta política y columna del desarrollo de su pueblo

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En África la mujer negra fue y sigue siendo pilar fundamental en la comunidad.

Sus capacidades y roles fueron respetados, al punto de que se desempeñó en todas las aéreas, incluyendo las guerras; campo en el cual desde la visión occidental la mujer es menospreciada.

Cuando nos adentramos en esa historia no contada de África es muy común encontrarnos con apasionantes relatos de miles de diosas, reinas y princesas Africanas expertas en este arte, quienes tenían a su comando ejércitos conformados por hombres.

Pero este es un minúsculo caso donde se puede evidenciar el valor y potencia de la mujer negra; en la actualidad la mujer negra no ha olvidado su rol, y en el proceso post-esclavización ha sido ella la pieza fundamental e infaltable en la reconfiguración de nuestros territorios, tanto materiales, como espirituales, y se ha encargado de mantener viva nuestra historia y ha hecho posible la ilusión de esa reconstrucción social necesaria para el desarrollo de nuestro ser, como pueblo étnico, tanto colectivo como individual.

La problemática de la mujer negra se enmarca dentro de esa estructura occidental donde la mujer, por su condición de mujer es inferior, midiéndola a partir de categorías patriarcales, que condicionan su existencia a partir del otro, que tiene y ejerce el poder sobre ella; esta situación se agrava en la mujer negra, puesto que la obliga a vivir múltiples situaciones que menoscaban su integridad.

«…la sociedad la margina triplemente, por ser mujer, por ser negra y por su condición histórico-económica»

Por dicha estructura las relaciones entre hombres y mujeres se desenvuelven por el ejercicio del poder, relación en la cual la mujer ha ido en desventaja, puesto que la sociedad machista y patriarcal en la que habitamos se fundamenta en el control de la mujer, ese control se ejerce inicialmente en el proceso de formación que reciben las mujeres, las cuales son formadas para obedecer a un otro, el otro es representado por la iglesia y los hombres, y en muchos casos; por las mismas mujeres, aquellas que tienen la función de enseñar a las otras toda la institucionalización que ellas han sufrido, haciendo que ese proceso del ejercicio del control sea trasmitido de generación a generación. Esta práctica del control, también pasa por un elemento neurálgico, como es el cuerpo de la mujer, el cual es una ficción construida por el otro, a partir de su propio interés. Esa actuación del poder, ha construido ideales de la mujer, que deben ser cumplidos por ésta para encajar dentro de la sociedad; uno de esos ideales es la concepción de pureza del cuerpo de la mujer.

Todas estas generalidades que condicionan la existencia de la mujer, se complejizan mucho más en la mujer negra puesto que la sociedad la margina triplemente, por ser mujer, por ser negra y por su condición histórico-económica, esta situación la pone en condiciones de vulnerabilidad ya que se le niegan las oportunidades de equidad de género y se le violenta el derecho a la igualdad.

Sufre además una fuerte estigmatización sexual de parte de la sociedad blanco-mestiza, debido a la representación sexual que esta sociedad se ha hecho de ella, principalmente los hombres de esta etnia, que le consideran objeto sexual y las relaciones que establecen con ella no son en la base del respeto. Un ejemplo de este estigma se observa en los vejámenes que sufre por parte de los actores directos del conflicto armado que vive el país, encontramos casos en Buenaventura, Tumaco, Medellín, Turbo, y en muchos otros lugares del territorio nacional, donde la mujer negra es accedida carnalmente de forma violenta por los actores armados, no por ser mujer, sino por ser mujer negra de la que tienen cierta representación sexual; claro está que la violación a la mujer negra no solo se enmarca dentro de esa persecución étnica que hay hacia su comunidad, sino, también como herramienta de contravención de ese ideal de cuerpo femenino, y ejercicio de dominación.

Nuestras mujeres se encuentran flageladas por la sociedad en general, ya que sus aportes a la construcción de la Nación no le son reconocidos y se le excluye de todos los espacios de crecimiento integral, exclusión que la obliga a vivir en condiciones indignas y a su vez a buscar respuesta desde sus apuestas organizativas propias.

«Nuestras mujeres se encuentran flageladas por la sociedad en general»

La Ley 70 de 1993, Ley de Comunidades Negras en Colombia, en ninguno de sus 68 artículos menciona explícitamente a la mujer negra, pero su estructura colectiva, da a la mujer la función de revitalizar e inmortalizar los lazos culturales, objetivo que la mujer negra ha venido cumpliendo con creses.

Pero en Colombia aun los derechos de la mujer negra no son protegidos y resguardados por el Estado, y las estrategias que se emprenden para hacer reales y eficaz esos derechos no han sido pertinentes, ya que no han brindado garantías para que la mujer negra se desarrolle integral y autónomamente, que ayuden a consolidar nuestra responsabilidad como agentes activas en la transformación integral de la sociedad, para seguir haciendo énfasis en que una sociedad equitativa y justa no se construye por hombre o por mujeres, sino que se construye con hombres y mujeres trabajando de la mano, reconociendo el aporte de cada uno en la estructuración de nuevos imaginarios colectivos donde el género no sea asumido como una razón para la opresión, sino como un elemento potencializador de nuestra cultura, y por ende de nuestra nación.



Actualmente en el país no existe una verdadera atención para las mujeres negras, puesto que las políticas de género no cuentan con el componente étnico diferencial, elemento que es fundamental para la idónea aplicación de dichas políticas, porque la población afro tiene una cosmovisión y cosmogonía distinta a la mirada institucional y homogénea con la que se construyen dichas políticas y planes de gobiernos, aunque en el papel se mencione la diversidad étnica.
Esto evidencia que pese a que la Constitución Política del país reconoce la diversidad étnica y cultural del territorio, no se han emprendido acciones concretas para que los ciudadanos y ciudadanas vivan esa diversidad, haciendo que más de 20 años después el país no esté preparado para ese ejercicio.

En el caso específico de la mujer negra esa transformación primero debe pasar por el dialogo abierto entre los hombres y las mujeres de esta etnia, con el objetivo de comprender que ambos forman parte de esa columna vertebral que nos ha sostenido como pueblo. Esa renovación también requiere la configuración de nuevas categorías de lo masculino y lo femenino, en donde los genitales no sean el patrón determinante de esos roles, donde lo masculino no continúe representando fuerza, y lo femenino debilidad, y construyamos nuevos imaginarios de lo uno y de lo otro a partir del respeto de sus diferencias, sus capacidades e idoneidades especificas en cada uno de los aspectos sociales, y de acuerdo a los objetivos trazados como pueblo.


Leidys Emilsen Mena Valderrama

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