Desde la esclavitud hasta nuestros días, los cuerpos de los africanos han servido siempre a los intereses del capitalismo mundial, desde los «migrantes económicos» rechazados por mar o explotados, pasando por desechos industriales vertidos por Occidente, que se clasifican con las manos desnudas. Artistas como Romeo Mivekannin explican su trabajo a través de sus obras y confiesan su relación con esta globalización asimétrica.
Romeo Mivekannin nació en Bouaké en Costa de Marfil en 1986, y es uno de los artistas más destacados en la escena artística contemporánea africana. Lo representa la galería Cécile Fakhoury (en Abiyán, Dakar y París) y estudió en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de Toulouse (France). Sus pinturas en acrílico están hechas en telas cosidas y mojadas en decocciones tradicionales. Sus telas están pintadas básicamente en negro y blanco, y retoman motivos y obras de la historia del arte occidental para reintegrar el cuerpo negro. El propio artista se representa en sus composiciones en autorretratos con tonos azules.
Roméo Mivekannin es bisnieto de Béhanzin, rey del reino de Dahomey (actual Benín), que fue destituido por los franceses a fines del siglo XIX, se exilió primero en la isla de Martinica y después en Argelia. Mivekannin ha hecho una serie de pinturas a partir de las fotos del exilio del soberano. Algunas fotos serán expuestas entre el 4 de octubre de 2024 y el 5 de enero de 2025 en la Conciergerie de París, en la exposición «¡Revelación! Arte contemporáneo de Benín«.
A continuación, el relato de Romeo Mivekannin, en sus palabras:
Viaje clandestino al país
La historia de mi serie sobre el rey de Abomey, Béhanzin, es también compleja. Ciertamente, una de mis abuelas, Yvette, era su nieta. Su padre era jefe de familia y tenían un rol importante en Abomey (al sur de Benín) cuando Béhanzin salió el exilio a Martinica, en 1894, y después a Argelia por orden de los franceses. Esas abuela me inculcó sus valores y me contó su versión de la historia beninesa. Como era costumbre en mi familia, al terminar mis estudios, me enviaron a Francia. Cuando llegué ahí, tuve que silenciar esos valores que me inculcaron. En Francia, a veces te hacen entender que es mejor dejar un poco de lado tu orgullo. A partir de ahí, me encontré en un mundo de extranjeros con quienes me era difícil identificarme. Tenía la impresión de que debía tener un perfil bajo, mientras en Cotonou, cuando la gente que llegaba de Abomey se encontraba con mi abuela, ¡le hacían el saludo real!
Un día, llegué de Francia de vacaciones, y mis padres no estaban en casa. Entré clandestinamente a Abomey, como un turista, con visitantes alemanes. Evidentemente, en mi familia eso no se hace: cuando perteneces a la comunidad, debes avisar antes de llegar. Si me hubieran reconocido, se hubiera percibido como una verdadera afrenta. En el fondo, la familia real es muy conservadora, tiene reglas y leyes. Pero yo tenía ganas de saber más de la historia de ese reino, de ser parte de lo que me contaba mi abuela y lo que podía oír en Francia y Europa, con frecuencia, los dos relatos eran fundamentalmente diferentes.
«Ante la otredad, se gana, pero también pierde»
En ese periodo comencé a investigar y recopilar fotos de la familia real. A mi alrededor, en Benín, encontré mucha incredulidad. Los míos no me creían cuando les mostraba imágenes, pensaban que eran trucadas. Como los reyes de Abomey son considerados dioses, ¡evidentemente no es posible tomarles fotos! En total, junté unas 30 imágenes de archivos sobre el exilio de Béhanzin, la primera era una fotografía suya en el fuerte Tartenson, en Martinica, a donde lo llevaron primero en 1894. En conjunto, las fotos abarcan todo su recorrido entre el exilio y su muerte, en diciembre de 1906, en Areglia.
Trabajé con esas imágenes entre 2019 y 2022 para hacer cuadros que fueron expuestas en París, en la Galería Éric Dupont. Al comienzo, las fotografías tenían el formato postal, 10×12 cm. Como para mí es importante representar la escena como en el teatro, las amplío a tamaño natural para hacer mis pinturas. Trabajo en telas que remojo primero en baños de elixir, es decir, decocciones de plantas y de alcohol que se venden en botellas que en Benín se llaman «atingo». Antes de morir, mi padre me llevaba a buenos lugares para comprarlas. Actualmente, yo mismo las preparo con hojas que compro. No le era posible recogerlas porque hay que conocer mucho y tener prácticas particulares. Las telas las remojo durante algunas semanas. Después, reuní varias para formar un lienzo: es muy importante para mí que varias telas estén vinculadas en la imagen.
En casa, las telas tienen una importancia capital a lo largo de la vida, están literalmente impregnadas por el cuerpo, hasta la mortaja de la muerte. Al unir varias telas, reuní varias geografías. Este proceso se relaciona en parte con mi historia: nací en Costa de Marfil, mis padres huyeron del comunismo de Benín, y luego partí a Europa. Siempre estuve compartido entre varias orillas. Al partir, siempre se pierde algo, al regresar a casa ya no se te puede considerar verdaderamente como beninés. Ante la otredad, se gana, pero también se pierde…
La esclavitud de Béhanzin, «un tabú que eliminar»
En fin, cuando las telas se han remojado el tiempo suficiente, las seco, las fijo en un muro, proyecto la imagen a escala humana y comienzo a pintar. Al comienzo, trato sobre todo de atrapar el movimiento y el ritmo, antes de dar mi interpretación de artista. Trabajo rápidamente, en acrílico. La técnica es esencial para mí. A veces, vuelvo a empezar dos o tres veces porque no quedo satisfecho. En la mayor parte de las imágenes, entro en escena con un autorretrato, aunque no en todos.
Durante varios meses, solo trabajé en ese proyecto e hice unos 20 cuadros. Mi padre no estaba en muy buena forma, y yo quería terminar la serie a toda costa. Al comienzo, no le gustó mucho. Le preocupaba que expusiera esta historia que, según él, solo nos pertenece a nosotros, que hiciera resurgir viejos demonios. La historia del reino de Abomey, del exilio de Béhanzin, de la colonización, es una herida que no ha cerrado realmente. Mi padre me decía: «Tú vives allá, ¿estás seguro de que esto no te va a perjudicar?». Pero yo creo que, hacia el final, lo comprendió y lo apreció. La exposición se inauguró en junio de 2021, al día siguiente del entierro de mi padre. Para mí, hay un antes y un después de esta serie.
Al momento de la exposición, oí toda clase de críticas. Sin duda, es el trabajo menos comercial que he hecho, pero lo hice también por mi hijo. La esclavitud de Béhanzin y del reino de Abomey sigue siendo un tabú que debe terminar, creo yo. Quienes viven ahora no son responsables de esta historia. Para mí, es importante conocer todos los aspectos y readaptarlos. Hay que contar para seguir existiendo. Ahora, yo colecciono imágenes de Béhanzin del tiempo de su exilio. También encuentro interesante conocer la imagen que dejó en Martinica, tierra de esclavitud, por ejemplo. Cuando estuve ahí en diciembre de 2023 para la exposición «¡Revelación!» sobre los artistas contemporáneos benineses, oí que alguien gritaba: «Béhanzin, ¡no te irás nunca de esta isla!». Para los martiniqueses, es casi uno de sus ancestros».
Este videorreportaje de Tv5monde muestra las obras del artista.
La versión original de este artículo se publicó en AfriqueXXI. Global Voices y Afroféminas reproducen este artículo en el marco de una asociación con AfriqueXXI para compartir contenido.
Gabriela García Calderón Orb
Lingua Spanish – editora ·
Soy peruana, vivo en Lima, a dos cuadras del océano Pacífico. Soy abogada, zurda, miope. Puedo leer y escribir de derecha a izquierda, como espejo. Me encanta el invierno limeño, si, el invierno limeño. Me gusta leer, ver buen cine, recibir cartas (algo desgraciadamente ya en desuso), escribir en mi blog Seis de enero y compartir un helado en cualquier momento del año (que no sea de chocolate).