Cuando hablamos, tenemos miedo
AUDRE LORDE
de que nuestras voces no serán escuchadas
ni bienvenidas,
pero cuando permanecemos en silencio,
seguimos con miedo.
Así que es mejor hablar.
Desde pequeñas, las mujeres negras nos enfrentamos a un mundo que pretende hacernos creer que nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestras historias no importan. Quienes nos oprimen controlan lo que se dice de nosotras, y nos educan para guardar silencio mientras difunden narrativas que no nos representan, que nos denigran, nos excluyen, nos objetivan. Son historias producidas desde la hegemonía, tan potentes que, sin importar que nada tengan que ver con lo que realmente somos, las terminamos aceptando como verdades indiscutibles, por miedo, por resignación, por creer que hablar no hará ninguna diferencia.
Hace unos meses, leí por primera vez Narrativas: poemas en la tradición de mujeres negras, de Cheryl Clarke, y me cambió la vida. Algo muy poderoso sucede cuando una mujer negra es leída por otra. Ese instante de conexión con una historia que nos resulta familiar, que representa aquello que durante tanto tiempo queríamos gritar, pero que habíamos soportado en silencio, tiene un efecto transformador. Vernos, oírnos, sentirnos, a través de lo que cuentan otras mujeres como nosotras valida nuestras experiencias y nuestras formas de entender el mundo.
En la introducción del poemario, Cheryl cuenta que, aunque tenía unos 35 años cuando lo publicó, era una época de su vida donde sentía que aún no había alcanzado madurez, y que aún estaba aprendiendo sobre su forma de escribir, su feminismo y su lesbianismo, y sobre lo que significa ser una mujer negra. Ella reconoce que, de no haber sido por mujeres como Linda C. Powell y Barbara Smith, probablemente nunca se habrían atrevido a publicar su trabajo.
Cheryl no tenía la vida resuelta cuando empezó a publicar, aún estaba en proceso de sentirse cómoda en su propio cuerpo y de acostumbrarse al sonido de su voz, pero reconoció que contar lo que tenía para decir era preferible que guardar silencio.
Nuestra historias en nuestra tienda
Nuestras historias no tienen que estar perfectamente contadas, ni tenemos que tener todas las respuestas antes de empezar a narrarlas. Su valor se encuentra en el desafío del silencio, de la desconexión, del miedo. Está en su potencial de acercarnos a otras mujeres negras y de retroalimentarnos de sus respuestas; en reconocernos parte de una comunidad de seres humanos que han experimentado el mundo como lo hemos hecho nosotras.
La primera vez que escribí sobre mi experiencia como mujer negra, tenía mucho miedo a la reacción de los demás, a la invalidación, al rechazo. Temía no usar las palabras correctas, decir demasiado, de ser demasiado; pero hablar me empoderó. Hablé y no estuve sola. Las mujeres que respondieron a mi historia se animaron a contar las propias y ver ese efecto expansivo me transformó para siempre. Entendí que no escribo para agradar a mis opresores; sino que cuando lo hago, ellxs pierden control sobre mí. Sus narrativas son quebradas por mis palabras y por las de las mujeres que me antecedieron y que vienen después de mí.
El silencio nos aturde, nos limita, nos aísla, nos encadena, nos separa; hablar nos libera, nos conecta, nos sana. Hablar se lleva el peso de cargar solas con el dolor del sexismo y el racismo, nos ayuda a pensarnos como seres capaces de recobrar el control sobre nuestros cuerpos y nuestras historias. Hablar hace saber a otras mujeres que pueden hacer lo mismo y ese efecto multiplicador tiene el potencial de hacer temblar y – quién sabe, ya ha pasado antes– derribar las estructuras de opresión.
Kerli Solari
Estudié Derecho en Perú. Me interesan los temas de género, derechos humanos, discriminación e intolerancia. Me gusta escribir sobre lo que aprendo en @afrovioleta y colaboro abordando temas de Derecho e inclusión social en @qhumanta