Artículo publicado originalmente en la revista Tierra Adentro y republicado en Afroféminas con permiso de su autora.
Cada vez es más frecuente escuchar la palabra separatismo en los movimientos feministas. “¡Convocamos marcha separatista!”, “¡este es el contingente separatista, no se aceptan hombres!” o “espacia separatista y libre de violencia”; sin embargo, lo que define mejor a estas acciones es el concepto de espacio no mixto.
El separatismo es una apuesta política y una praxis que va más allá de no permitir varones en espacias feministas. Entonces, ¿qué es el separatismo? Es una postura política heredera de la corriente teórica “radical”, del feminismo de la diferencia y del materialismo francés.
Repasemos: el feminismo radical sostiene que las mujeres y los hombres no somos iguales porque ellos son socializados bajo el privilegio de género “varón” y nosotras, bajo la violencia de género “mujer”. El feminismo radical afirma que la raíz de la opresión tiene base material en la sexualización del cuerpo, su posterior jerarquización y que el “género” es el mecanismo de opresión.
El materialismo francés analiza cómo es que crecer en un cuerpo sexuado de mujer determina cómo te trata el mundo porque la opresión está encarnada, tiene una lectura material. Mientras que el feminismo de la diferencia agrega que habitar el mundo desde un cuerpo sexuado no solo tiene implicaciones en cómo te tratan sino también en cómo ves el mundo; el cuerpo sexuado produce una ontología sexuada, entonces las mujeres y los varones somos ontológicamente distintos, opuestos.
Si metes todas estas ideas en una licuadora, concluyes que las mujeres somos oprimidas con base en nuestro sexo, que ese cuerpo sexuado produce una ontología (o un análisis existencial concreto) y que somos criadas bajo ese yugo llamado género. En el lado antagónico están los varones, quienes son socializados en la masculinidad —que siempre es tóxica—, cuya toxicidad deviene en una construcción ontológica que los hace incapaces de no ser violentos: son educados desde el poder para cometer abusos de poder y que, por más buena voluntad que tengan en deconstruirse como antipatriarcales, siguen siendo beneficiarios del sistema porque los privilegios no se tratan de cómo te beneficias de ellos sino cómo el sistema te beneficia a ti.
Basándonos en este marco teórico, mantener cualquier tipo de relación con ellos es seguir perpetuando sus privilegios y exponerse, o exponer a otras, a sus violencias.
Entonces el separatismo es: con los varones NADA. El separatismo significa apostar en la medida de lo posible, pero siempre como postura política, por otras mujeres.
Separatismo es no leer varones, no tener citas con ellos, no coger con ellos, no criarlos, no luchar con ellos, no darles apoyo emocional, trabajo, cuidado ni nada. Si vas a marchas no-mixtas, pero regresas a casa a servirle la cena a tu pareja, tu praxis se llama espacio no-mixto, no separatismo. Es importante hacer la diferencia para respetar a las genealogías lésbicas y a las feministas lesbianas que practican el separatismo como una apuesta política y asumen los costos.
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Todo esto suena bien, pero sucede que a menudo el separatismo es considerado como la cúspide de la praxis feminista o la única vía para la emancipación; sin embargo, desde los años sesenta, las feministas negras y de color han señalado que el separatismo es blanco; se han dedicado a poner los puntos sobre las íes acotando los errores teóricos, éticos y prácticos del feminismo hegemónico, así como sus propuestas de emancipación. Aun así cuando alguna mujer señala que el separatismo es mayonesa, se citan ejemplos como la Colectiva del Río Combahee, la aldea africana Umoja o los encuentros para mujeres convocados por las compañeras zapatistas. Ninguno de estos ejemplos es separatista.
La Colectiva del Río Combahee es muy clara en su manifiesto: “rechazamos la posición del separatismo lésbico porque no es una estrategia ni un análisis viable de la política para nosotras. Excluye demasiados y a demasiada gente, en particular los hombres, mujeres y niños negros. Tenemos bastante crítica y odio hacia lo que la sociedad ha hecho de los hombres: lo que apoyan, cómo actúan, y cómo oprimen. Pero no tenemos la noción descabellada de que esto sucede por ser hombre en sí, es decir que la anatomía masculina los hace como son. Como Negras encontramos que cualquier tipo de determinismo biológico es una base peligrosa y reaccionaria para construir una política. También tenemos que preguntarnos si el separatismo lésbico es un análisis y estrategia política adecuada y progresista aun para las que lo practican, ya que sólo admite las fuentes sexuales de la opresión de las mujeres, renegando de los hechos de clase y raza”.
Por su parte, las mujeres de Umoja ven a su aldea como una suerte de refugio, no como un espacio separatista. Ellas señalan que aman y desean poder vivir en paz con los varones de su comunidad. Es importante hacer énfasis en que Umoja es una estrategia de seguridad, pero no una postura política.
Tenemos otros ejemplos: Gloria Andalzúa afirma que las mujeres tercermundistas en Estados Unidos tienen una doble militancia: luchar contra el racismo y luchar contra el machismo de sus compañeros; Angela Davis hace un análisis extenso sobre cómo las feministas blancas denunciaban a las negras por “defender a sus violadores”. Han pasado casi 40 años desde que Davis escribió “El mito del violador negro”, a pesar de ello, hoy en día hay feministas que llaman cuidapijas a otras por oponerse a una postura separatista.
¿Qué está mal con la lógica del separatismo? Teóricamente parece tener bases sólidas, y las tiene, pero solo para un grupo determinado de mujeres. El problema del separatismo es que está basado en análisis teóricos incompletos o sesgados que universalizan la experiencia “femenina” y “masculina” sin tener en cuenta las intersecciones de clase y raza.
Se habla de socialización masculina pero no de socialización blanca o de clase media acomodada, estas dos últimas socializaciones también producen actitudes violentas como el racismo y el clasismo. El problema con el análisis separatista es que considera al patriarcado como EL sistema de opresión, el kraken, y a la clase y la raza algunos de sus tentáculos, y no es así. El patriarcado es uno más de los tentáculos del kraken y no es más importante que la opresión racista o clasista.
Si las feministas negras y de color han señalado los errores teóricos del feminismo hegemónico, además de lo violentas que llegan a ser las estrategias derivadas de esos análisis, ¿por qué seguimos pensado que todas las mujeres estamos oprimidas y que un mundo sin varones sería mejor?, ¿por qué seguimos pensando que el separatismo es la cúspide de la emancipación?
Porque apela a nuestra emoción inmediata, en lugar de al análisis profundo: es tentador pensar en un mundo donde podamos salir solas de noche, sin miedo a que algún varón nos haga daño, pero, ¿en serio sería así? Cuando en tuiter una joven lanzó la pregunta “¿si no existieran los varones a quién le tendrías miedo?”, la violinista negra Jeniffer Rubio contestó: a las mujeres blancas. No considerar las voces de las mujeres racializadas e invisibilizarlas de las discusiones, también es racismo.
En el movimiento feminista hay una contradicción constante: por un lado, nadie quiere ser feminista blanca/blanqueada ni practicar un feminismo blanco porque está de “moda” la otredad; por otro, ninguneamos, silenciamos o no tomamos en serio los aportes de las feministas subalternas.
Gracias al boom de la interseccionalidad nos esforzamos en demostrar que nosotras sí entendemos de clase, raza y sus intersecciones con el sistema sexo/género. Sin embargo, señalar que nuestro feminismo es prieto, indígena, negro, periférico, marginal, de color o interseccional y luego agregar frases como “la interseccionalidad no es para incluir penes prietos”, “el feminismo no tiene por qué ser la madre de todas las luchas” o “todos los hombres tienen una mujer más oprimida que ellos” es un oxímoron; además significa despolitizar aportes teóricos fundamentales.
Existen un par de episodios vergonzosos en mi pasado que ejemplifican claramente el blanqueamiento y la despolitización del análisis que incorpora la clase y la raza. Hace algunos años escribí un texto que se llamaba “Nosotras no somos Ayotzinapa”. El texto se hizo viral porque señalaba que los asesinatos de mujeres no generan indignación colectiva como sí sucede con los varones, o al menos así era en ese tiempo.
Básicamente mi interseccionalidad se reducía a “incluyo a todas las mujeres porque si algo tenemos en común todas es que somos mujeres”. ¿Dónde estaba el error en mi texto? En no incluir a los varones que en este caso eran racializados. Quisiera decirles que yo solita me di cuenta, pero no fue así, fue hasta que la feminista negra Yuderkis Espinosa me dijo: si no eres ellos, tampoco eres nosotras.
Lloré, lloré mucho, porque, ¿hay algo peor a que te digan feminista blanca? Me dolió, pero aprendí. No de inmediato, o quizás sí, pero fingía por convivir, porque parece que te da puntos feministas decir a los 4 vientos que “tú no educas vatos” o “que no das servicios sexuales ni emocionales a hombres” o presumir que ridiculizaste a un varón en internet, aunque la mayoría de las veces ese varón sea un varón empobrecido y racializado.
En ese contexto sucedió otro evento desafortunado: mis amigas feministas compartieron una captura de pantalla del rapero decolonial “el Filosoflow” con una crítica a Sor Juana.
Yo, como muchas feministas, había sustituido la aprobación masculina por la aprobación feminista, estaba ávida del aplauso fácil; entonces fui a decirle: tú dices eso porque perteneces a una clase —varones— que históricamente ha tenido acceso a la educación. Discutimos. A grandes rasgos él me dijo algo que en ese momento no entendí por mi privilegio de clase: “Tú terminaste la universidad y yo no”.
A la discusión se unió Bren Nava, una extraordinaria poeta, quien muy amablemente dijo que mis posturas no eran interseccionales, que eran más blancas que la leche. También lloré, porque en Feministlán es peor que te digan blanca a que te digan patriarcal. Decidí callarme un rato, me puse a leer y entendí.
Leer no es otra cosa que escuchar, porque, como dice la filósofa y vedette Niurka Marcos: “Cuando yo empecé no hablaba. Porque el que habla no escucha y el que no escucha no aprende. Cuando una está empezando a aprender, calla. Y entre más calla, más escucha, y entre más escucha, más aprende”. Desde entonces no había escrito nada “serio” sobre feminismo, hasta hoy.
Sabemos que el separatismo es una praxis y una postura derivada de las corrientes feministas hegemónicas, que sirve, pero no para todas. Ahora bien, ¿cuál es el problema de querer posicionarlo como algo que sí es compatible con el anti-racismo, la interseccionalidad y el feminismo decolonial? El ejemplo más claro lo encontré en Facebook en una discusión entre varias feministas por un “quilombo separatista”.
Un quilombo es un espacio político y de lucha de personas negras, inicialmente esclavas y esclavos, contra la esclavitud y el racismo. Si bien la palabra quilombo en algunos países como Chile y Argentina es usada para nombrar eventos “escandalosos”, esto desde luego tiene que ver con una apropiación y blanqueamiento de palabras políticas pertenecientes a las luchas racializadas. Lo cual sucede por algo que en los estudios decoloniales se conoce como colonialidad del saber; sin embargo, aunque quilombo se use como sinónimo de fiesta, desmadre o escándalo, no es ético despojarla de su significado original. Esta acotación la hizo la teórica decolonial Yuderkis Espinosa en una fiesta feminista que las blancas del sur llamaron “Quilombo Feminista”. Yuderkis y una compañera feminista comunitaria de Bolivia señalaron algo fundamental: si es de blancas, no es quilombo.
La banalización de la palabra “esclavitud” por parte del feminismo hegemónico es constante; llaman de esta manera, por ejemplo, al trabajo doméstico. Si bien existen experiencias de injusticia doméstica, la forma correcta de nombrarlas es “trabajo no pagado” o bien explotación en el hogar. La esclavitud es otra cosa, es algo de lo que solo pueden hablar las personas racializadas y de quilombos, ¡también!, porque los quilombos eran estrategias políticas contra la esclavitud.
Yuderkis apuntó algo más: si es separatista no es quilombo, los quilombos eran mixtos, eran de hombres y mujeres negras organizadas en una causa común.
Por su parte, la compañera Aimara apuntó que si bien en todas las luchas indígenas, negras, de inmigrantes, de personas de color y del sur global existen espacios de autonomía entre mujeres para hablar de problemas específicos, esto no es separatismo porque ellas siguen luchando de la mano de varones contra el racismo, el despojo y el modelo económico. Las luchas decoloniales son incompatibles con el separatismo, y un feminismo que no toma esto en cuenta: es racista o blanco.
Los espacios no-mixtos o de autonomía entre mujeres son fundamentales para compartir experiencias en común, como espacios seguros de goce y afecto. También son necesarios los espacios exclusivos para mujeres negras, indígenas, trans, no binarias.
Pero el separatismo es útil solo para las mujeres que no viven opresiones de clase y raza. Si el separatismo es tu horizonte utópico y lo practicas en tu vida cotidiana porque crees que el feminismo no debe abrazar la lucha anti-racista, por la defensa de los territorios, del agua o contra la violencia policial en los barrios porque crees que debería priorizar a las mujeres, está bien, pero acepta que tu feminismo es blanco, ¡como la mayonesa!
Cada vez que afirmas que tu feminismo es de color, que incluye a las mujeres racializadas y que respaldas sus luchas; cada vez que afirmas que tu feminismo no es blanco porque incluye a todas las mujeres y porque lucha por todas, pero sigues manteniendo que la mejor munda posible es una sin varones, o llamas cuidapijas a quienes te dicen que usar “simio” como insulto es racista porque te estás apropiando de opresiones que no te atraviesan y de luchas en las que no militas, te estás apropiando del conocimiento de mujeres negras y de color para vaciarlo de contenido, despolitizarlo y blanquearlo y eso también es racismo.
Es mejor reconocer que tu feminismo es derivado del feminismo radical blanco y que solo sirve para un grupo específico de mujeres. Así como es importante no llamar separatismo a espacios no mixtos para no despolitizar la lucha de las lesbofeministas y mujeres que apuestan por esa estrategia: reconocer que el separatismo es la mayonesa del feminismo, es una postura ética. Hacer quilombos separatistas es racismo.
Para que sepas más de feminismo decolonial y antiracista te recomiendo seguir en Twitter a @floresdexamaica, @solallego, @ValuRulu, @marbellafi, @danillaortiz, @zapanteranegra, @afrofeministak, @yasnayae, @jenniferpaarker, @Sudaka_insumisa, @KollaGuarani y leer a Yuderkis Espinosa, Ochy Curiel, María Lugones y las brillantes recopilaciones de feminismos subalternos y de color.
Dahlia de la Cerda
(Aguascalientes, 1985) es narradora, activista y filósofa. En 2009 fue ganadora del certamen literario Letras de la Memoria, del Centro Cultural Los Arquitos. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico, en la emisión 2015, y del Programa Jóvenes Creadores Fonca, en las emisiones 2016 y 2018. Es codirectora en la organización feminista Morras Help Morra