Afroféminas

Crecer. Testimonio

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Nunca sentí apego por nada, menos por mi cabello ya que siempre pensaba que antes de morir iba a estar orgullosa porque hice lo que quise con él. No sentía apego porque, bueno, es sólo cabello. ¡Ya crecerá! No fue sino hasta que decidí llevar mi cabello natural que me di cuenta lo importante que es este aspecto para mí. Con esta decisión una se vuelve más despierta, más intensa, te das cuenta de cosas que antes pasabas por alto.

La decisión de llevar mi cabello natural me llevó a acercarme a Dios, a no olvidar a mis abuelos, a amarme como soy y a alejarme de aquello que no me permitía ser. La larga lista de odios hacía mi empezó el día que me di cuenta que no tenía tetas grandes. Quería un vestido, mi mamá me dijo que no, que ese vestido era para mujeres con tetas grandes “y tú no tienes eso, se te va a ver feo”. ¡O cuando me vio desnuda una tarde y me preguntó por qué tenía estrías si ella con todo y su vejez y sus tres embarazos no tenía ni una! Se levantó la blusa y me mostró su abdomen inmaculado, tal cual, sin una estría o algo de que avergonzarse. O cuando de niña yo me acercaba a abrazarla mientras ella limpiaba las verduras para la cena y me rechazó porque “no ves que estoy aquí ocupada”

Decidí hacer la transición una noche mientras veía una página de chicas negras como llevaban hermosas y orgullosas unas largas trenzas para “proteger” su cabello durante la transición. Al día siguiente llegó Gisela con tubos de cabello y globos negros para ayudarme a empezar la mía. Amé mis trenzas profundamente, me protegían.

Cuando empecé a llevar mi cabello natural lo hice sola, en mi cuarto, con mi música favorita. Quité una a una las trenzas, corté el resto de cabello que aún quedaba con químico. Le mandé una foto a mi mejor amiga y a mi novio. ¡Estaban felices! Mi papá dijo que él mejor me daba el dinero para que lo volviera a alisar. Mi mamá me lo mandó a tinturar para que tuviera brillo porque se veía seco, feo. Mi mamá me dijo que una vez había visto a una chica con un afro pero que lo llevaba bajito, bien bajito y así se le veía lindo.

Mi pelo, a quien hoy le pido perdón, siempre ha sido rebelde, en menos de dos meses ya estaba largo y alborotado, hermoso para mí. Había regresado. ¡Mi mamá cada vez que podía metía sus manos en mi cabello, lo medía y decía que ya estaba muy largo, había que cortarlo!

Decidí cortarlo sólo un poco ya que en realidad estaba muy largo para mí, ese día no tenía espejos cerca, mis ojos eran los de mi mamá, ella era mi espejo. Decía a la peluquera que lo cortara, que aún estaba largo, que siguiera. Confié, sobre la capa roja que me puso la peluquera vi como caían uno a uno mis rizos que tanto esperé, cuidé y amé. Habían cortado la mayoría de mi cabello, más del que había deseado. En ese instante cayó con mi pelo toda mi fuerza, mi coraje, mi autoestima y esa armadura que había creado para defenderme y portar con orgullo la bandera de ser la única chica de mi calle (y creo que del barrio) en llevar el cabello natural.

Tuve que aprender a amar de nuevo, amar a un ser extraño que no pedí, a quitar la sabana del espejo, a tocarlo de nuevo, a hablar de ese día sin llorar, sobre todo a perdonar, aprendí a ponerme nuevamente la armadura. Esos días decidí realmente no sentir apego por nada, menos por mi cabello ya que siempre pensaba que antes de morir iba a estar orgullosa porque hice lo que quise con él.

 

Edith Watts Rocha

Mujer. Trabajadora Social. Cartagenera. Mestiza.

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