El Chocó, es uno de los 32 departamentos que conforman el territorio Colombiano en la actualidad. Está ubicado en la región del Pacífico, al noreste del país y hasta el siglo XV estuvo poblado por diversos grupos indígenas que fueron diezmados significativamente debido a las prácticas colonizadoras y las tareas domésticas y serviles de la época. Las difíciles condiciones climáticas y territoriales y la falta de mano de obra trajeron consigo la esclavitud de negros africanos y el despojo de su cultura y sus creencias, para explotar lo que años después serían sus tierras, tierras que hoy comparten con asentamientos indígenas como los Embera y los Waunana, consolidándose así como una región pluriétnica y multicultural.
El Chocó quizás sea el más afrocolombiano de los departamentos colombianos, como también la región cuyo aislamiento geográfico, pobreza, mortalidad infantil y analfabetismo figuran entre los más elevados del mundo (Haven y Jimeno, 1995). Se caracteriza, además, por temperaturas altas (30º C), lluvias frecuentes, montañas empinadas, ríos rápidos que arrastran oro y platino, selvas densas ricas en maderas finas, una línea costera intrincada con muchas variedades de peces, 455.000 afrodescendientes, 49.000 amerindios y 6.000 mestizos. Los 46.530 kilómetros cuadrados de ese departamento se consideran patrimonio de la humanidad, debido a la enorme diversidad de fauna y flora que albergan, así como a los volúmenes de aire y agua que sus bosques reciclan (Jimeno, 1995).
En 1991, en Colombia, nace una nueva Constitución Nacional, que declara al país como una nación diversa, que reconoce y protege «[…] la diversidad étnica y cultural de la nación» (República de Colombia 1991: artículo 7), y garantiza el cumplimiento de los derechos específicos de estas comunidades. Con esta nueva constitución, se da un cambio radical no solo en la legislación Colombiana sino también en la relación con el otro, que pasa de la negación de las diferencias a su valoración, de la homogeneidad a la heterogeneidad (Cunin, 1993), naciendo así, nuevas formas de inclusión y legitimación del otro en los distintos campos de acción del individuo.
Pese a la redefinición de la nacionalidad colombiana en función de la diversidad cultural, la invisibilidad continúa impidiendo la inclusión de los afrocolombianos y acrecienta diferencias étnicas, económicas y sociales, debido a la supremacía del fenotipo “blanco” como figura de poder y máximo alcance social y otros discursos racializados que asocian la belleza y la clase con el color de piel. Esta “hipervalorización de lo blanco” genera no solo un desequilibrio social sino que genera un nuevo orden, donde la población indígena y afro, está situada asimétricamente con respecto a la población blanca.
Esta superposición de legados, no solo ha impedido la formación de la identidad afrocolombiana sino que ha maximizado la lucha entre el ser y el deber ser, entre resistir y enajenarse en un mundo donde el imperante consumismo es quien hace de juez y de verdugo, perdiendo las memorias ancestrales y con ello su lugar de pertenencia. Sin embargo, ha sido la era de consumo el espacio propicio para emerger con propuestas y acciones que vinculan y restituyen las memorias no solo de los afrodescendientes sino también de las comunidades originarias, que en el proceso de masificación han tenido que despojarse de lo que los identifica visualmente (prendas, lenguaje, peinado, costumbres) para hacerse en una sociedad que se rige por cánones de belleza absurdos y segregacionistas.
Estos actos de auto-discriminación y racismo se convirtieron en el eje de voces y movimientos que impulsaron la reivindicación de esa identidad particular que le pertenece a África y que resiste como forma de no olvidar sus orígenes y de construir un lugar donde se reconozca y legitime la diversidad. Y son estos procesos los que a largo plazo han permitido que diferentes actores emerjan desde su rol para re-significar entre otras cosas la estética de los afrocolombianos (ejemplo: Lía Samantha, ver artículo publicado), partiendo de un abandono del prototipo occidental para volver a la raíz (África) y a las ramificaciones creadas en torno a ésta (Chocó), y entender qué nos constituye como descendientes, cuáles son nuestras costumbres, y cuál es la mirada que tenemos sobre nosotros mismos, para comprender y validar así, nuestro lugar en el mundo, nuestros derechos y nuestra imagen.
Ana María López
Socióloga