Afroféminas

Soy negra y me gusta

Foto nappy Pexels

Acostumbro a besarme la piel porque Soy Negra y me gusta. Pero, en la República Dominicana somos negras, mulatas, mestizas, blancas, o ¿Qué?, y sobre todo ¿Quién lo dice?

De acuerdo a la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), en 1950 el mayor porcentaje de la población era mestiza, en 2006 mulata e india y otras relaciones menores de negros, blancos y amarillos. Estas cifras se consideraban a partir de los resultados obtenidos en los censos nacionales que incluían en sus cuestionarios las variables cromáticas. 

En el país el problema de la definición racial es una cuestión que en muchos casos se resuelve a conveniencia de la implementación institucional de alguna política o proyecto nacional o internacional, por otro lado, están aquellos que analizan los grupos étnicos a partir de investigaciones históricas, sociológicas, antropológicas y prácticas culturales. 

Cuando comencé a ir a la escuela, un colegio privado de clase baja en un sector de clase media baja, no había mucha diferencia de color y cabello, casi todos éramos prietos. Al comenzar a cursar los grados donde se habla de la historia dominicana, su origen y la conquista, creo que desde segundo o tercero de primaria si mal no recuerdo, la máxima por excelencia para definirnos era y continúa siendo “somos una mezcla de tres razas: blanca, negra y taína”. Yo no pensaba en lo que quería decir realmente. Esas palabras no eran para ser discutidas, solo se debían aceptar como identidad y responder en los exámenes para aprobar el curso. Por años no ha cambiado la premisa. Somos blancos, negros e indios, categorías de color que antes se incluían en las cédulas de identidad con las iniciales de cada matiz, por supuesto nunca N de negro, el negro era sustituido por M de mulato o mestizo. La institucionalización de nuestra ascendencia por años ha sido resuelta por los blancos, negros blanqueados, nacionalistas conservadores, clasistas, eurocéntricos, racistas, xenófobos y un largo etcétera que dictan qué somos y el color de nuestra piel. 

Ser mujer de un estrato social marginal me ha conducido a problematizar y rebatir en mis adentros aquello que por años han dicho que soy. Mi familia es heterogénea, hay todo tipo de colores en todas sus tonalidades. En las conversaciones al respecto era muy común calificarnos por renglones de los indios claros, indios oscuros, indio oscuro con nariz fina, chata o ancha, etc., las y los de cabellos malos, menos malos, buenos, los blancos… Estos adjetivos se acompañaban con la mención de dónde venían esas características, de cuál o tal parte de la familia y de ahí todo el árbol genealógico. Y es que en ninguna familia dominicana habría mucha diferencia en este tipo de conversaciones. 

En consecuencia, autoidentificarse resulta en un ejercicio de revisión cultural y filosófica que depende de las experiencias y complejos personales. 

En mi caso, no soy tan negra, ni blanca, ni tan india, no quepo en ningún estrato más que el de mestiza, pero nunca me reconocí como una mujer mestiza (o mulata –de mulo/a-). No es para menos, lo mestizo en RD carece de profundidad. El mestizaje, muy sostenido en documentos de toda índole sin una pizca de criticidad y valor sociopolítico y cultural real, lo que hace es encubrir el exterminio de los nativos de la región y la herencia africana. Quedan claro está, los blancos que no tienen estos conflictos identitarios o al menos no con estas condiciones. 

Con todo esto y por la negación de la negritud en favor de ser mestizos, es decir, menos negros, y la muy arraigada ilustrada hispanidad, están por resolverse muchas cuestiones. ¿Cuál es la identidad del mestizo? ¿Qué le caracteriza? ¿Cuál es su pertenencia cultural e idiosincrásica? ¿Cuál es su filosofía, estética, comportamiento? 

Para añadir, diré que en RD socialmente un mestizo está por encima de un negro, aunque esto no implique ser discriminado, es solo una coyuntura que lo hace mejor que el otro solo porque no es más oscuro, con esto acaba lo que concierne al mestizo y que es el resultado de la triada pigmentaria y étnica que enseñan en las escuelas. 

El primer paso para deconstruirme fue cortarme el pelo laciado químicamente por años. Se convirtió en una señal identitaria poderosa. 

Al quedarme con la cabeza rapada y luego al crecerme las greñas, me di cuenta que tenía la suerte de tener el cabello afrorizado, que me hizo ver quizás por primera vez mi color de piel, el de mi madre, gran parte de mi familia y notar las diferencias con relación a los demás. Declaré después “yo soy negra y mi herencia no se diluye en la abstracción de lo mestizo o lo negro institucionalizado”, sino que ella, mi herencia, es también africana. Que mí piel y mi melena son la supervivencia de todos mis ancestros y los esclavizados que resistieron en estas tierras. Como yo, muchas jóvenes empezaron un movimiento que se ha sostenido durante al menos una década de amor y aceptación a los moños, que motivaron a mujeres de otras generaciones a aceptar sus rizos, propiciaron la generación de un mercado de servicios de cuidado personal y la creación de productos locales especializados, que además ha crecido por el apoyo, alianza y reconocimiento con mujeres que siempre se enfrentaron al racismo, esto por decir algunos logros referidos específicamente con el cabello despreciado y denigrado por décadas. Por supuesto aquellas que portamos con orgullo nuestra corona desafiamos el establishment y resistimos los apelativos, algunos dirigidos al pelo: moño o pelo malo, soga, puyas, que no coge peine, alambre por decir algunos y otros a la persona como locas o sucias. A lo anterior se añaden, la obligatoriedad de tener el cabello lacio o ‘chino’ en muchas empresas, la prohibición de entrar a ciertos lugares o eventos y la discriminación de las y los niños en las escuelas a los que se le exige llevar el pelo recogido y peinados específicos en el caso de las niñas, y el pelo corto con estilos concretos para los niños. 



La discriminación invisibilizada y naturalizada a la que hemos sido sometidas es una de las tantas y tantas prácticas del racismo. Las hegemonías, el varonismo, matriarcado machista y la autoexclusión, perpetúan estos hábitos. No hay nada peor que una persona ejerza el racismo de tal manera que el otro sea el reflejo de su propia indefinición y falta de reconocimiento identitario. En mi país como en otros tantos se nos roba a menudo el derecho de Ser. 

Parecería que faltan muchas discusiones intelectuales para reconsiderar estos cambios decoloniales, negociar con las supremacías para reconocer dichos cambios y deconstrucciones apelando a que haya un debate abierto y horizontal que me temo nunca habrá. Afortunadamente la transmodernidad nos permite transigir sin necesidad de permisos y conformidades. Los movimientos independientes, reconocidos cada vez más en el país, hacen eco y protestan por los derechos de todas/os/es. Reclamamos, exigimos igualdad y crece el número de manifestantes contra la xenofobia, el nacionalismo anti-negro y el machismo. El sistema opresor debe ser desarticulado y nosotras ser y vernos como deseemos por voluntad, gusto y amor propio. 

Estoy segura que seguirán diciéndome que no soy negra porque no soy tan oscura, y si estoy en otro país, que no puedo ser dominicana porque no cuadro en la tipificación tradicional de cómo se supone nos vemos y comportamos las, los y les dominicanos. 

El primer paso es reconocer que somos negras con todas las gamas de marrones. 

Hoy por hoy insisto en que salir a la calle y caminar siendo mujer, negra, greñúa’, marginal y periférica es un acto de resistencia y afirmación identitaria. Soy Negra, me gusto y soy dominicana.

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Aniova Prandy

Artista visual, teatrista, maestra, caribeña, afrolatina, investigadora.
@aniovaprandy

https://aniovaprandy9.webnode.es


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