Las mujeres africanas y afro-descendientes, que de alguna manera u otra, nos hemos criado en tierras colonizadoras, vivimos entre dos realidades que aún siguen estando en disputa. Y como es de esperar, una de las consecuencias casi inevitables de estar y relacionarte en ambos mundos, es enamorarte de tu opresor.
Bien sabemos, que allá por el siglo XIX, entre un sinfín de acontecimientos, el más importante sin duda sería la colonización, el imperialismo y la explotación hacia los países del continente africano. No obstante, para las mujeres afro, esta época además supuso su explotación sexual y reproductiva por medio de militantes y soldados europeos, que vendrán no solo con la intención de violar y esclavizar a las mujeres, también de implantar el ideal de belleza occidental en las mentes de nuestras antepasadas. El cual, a día de hoy, continúa vigente en el pensamiento colectivo de la población africana.
Los hombres blancos nos trajeron la creencia de que ellos eran <<son>> “la raza superior”, y nosotras nos lo creímos, o mejor dicho, hicieron que nos lo creyéramos. Pues apreciamos en estos unos rasgos que jamás habíamos visto. Fueron sus ojos azules y verdes, ese pelo rubio y liso, esa piel clara… lo que los hacía diferentes al resto. Nunca conocimos semejantes características, ellos eran para nosotras lo que nosotras éramos para ellos: seres exóticos. Aunque con una diferencia a recalcar: nuestra única y exclusiva función era la de satisfacer sus deseos más salvajes, los mismos que quedaban censurados en el lecho matrimonial. Porque si algo dejaron claro, es que las aptas para el matrimonio eran ellas, las europeas. Entonces entendimos dos cosas, por un lado, que éramos sus objetos sexuales; y por otro, que “lo bonito” viene de Europa.
En la actualidad, las mujeres negras que vivimos en occidente hemos interiorizado dicho prototipo. Por ello, solemos tender a fijarnos o sentirnos más atraídas por hombres blancos. Es más, recuerdo haber dicho de pequeña una infinidad de veces la frase de: “Lo siento, pero a mi los negros no me atraen”. Y por desgracia, no soy la única, hablando con otras compañeras, coincidimos en que existe una preferencia hacia los hombres blancos dentro de la comunidad afro-fémina.
Asimismo, no solo es trata del físico, también juega un papel muy importante los estereotipos y prejuicios que fueron implantados por la sociedad blanca durante la colonización. En donde entendimos al hombre blanco como un ser amable, cortés, cariñosos, inteligente, racional, civilizado, etc. Y al hombre negro como su contrario.
Es entonces, el caballero blanco sinónimo de <<perfección>>, de modo que, se no presenta en forma de “salvador”, capaz de hacer de nosotras mujeres válidas y mejorar nuestro estatus social al vernos relacionadas con ellos.
Ahora bien, no pretendo decir con esto que debamos sentirnos culpables, y mucho menos reprimirnos a la hora de entablar relaciones con hombres blancos. No soy yo quien para meterme en la cama de ninguna, porque no tengo el derecho, y además sería hipócrita por mi parte, dado que yo misma admito haber tenido relaciones afectivo-sexuales con hombres blancos y seguramente las siga teniendo. Lo que sí pretendo es hacernos reflexionar sobre nuestros gustos y preferencias, ya que si comprendemos que partimos desde un constructo social que nos dicta lo que <<es>> “bonito”, y por consecuente, lo que «debe ser deseado», entenderemos también que nuestra tendencia a fijar -más- la mirada en hombres blancos, es de igual manera producto de una socialización. La cual, no solo nosotras mismas hemos interiorizado, sino que a su vez, a los hombres negros les sucede algo similar. Y es que, obviando las diferencias, a ambes nos han educado para tener una visión idílica de Europa, por tanto, ha provocado que -en cierta manera- nos rechacemos entre nosotres. Así pues es un deber común trabajar en deconstruir dicho arquetipo, para reconstruir uno nuevo: sin jerarquías, sin intereses y sin prejuicios étnicos.
P.D. Agradecerles a Angelina Wendemi Sawadogo, Melinda Decker y Naomi Hechavarria por brindarme su punto de vista sobre el tema, ayudándome así a poder completar de una manera más objetiva este artículo.
Victory Collins
Nací en tierras nigerianas, a los 6 meses de vida mi madre y yo migramos a Canarias en busca de un nuevo devenir. Ahora me encuentro con 18 años y con muchas preguntas sin resolver, pues ser una mujer negra en un Estado colonizador tiene sus inconvenientes. Sin embargo, el activismo Afro-feminista me sirve como medicina para sanar muchas de mis heridas.