La mayor parte de mi niñez y adolescencia la pasé en el colegio. Un colegio privado donde había toda clase de niños, y por más que nunca sufrí de acoso, con el pasar del tiempo fui analizando cada una de las frases o acciones racistas que podía ver en la cotidianidad y que ya para mí, eran completamente “normales”.
Completamente “normal” era que mi hermana y yo tuviéramos más de 100 muñecas Barbie’s blancas y solo una era negra, mucho más normal que eso, era nunca jugar con esa en particular, a tal punto que le cortamos el cabello para que fuese el Ken guardia de seguridad que protegía a la comunidad de blancas perfectas.
Por otro lado, en la primaria, tuve solo una profesora que me hizo llorar todos los días de ese curso, digamos que tenía una preferencia mucho mayor con el resto de niñas que conmigo, y esto era “normal”. Tanto así que yo seguí mi trayecto educativo de la mejor manera y debo admitir que en esos momentos; casi todo lo que aprendía me parecía realmente necesario para la cotidianidad, sin embargo a medida que mi cuerpo iba cambiando me daba cuenta de que más cantidad de cosas carecía mi ser, como por ejemplo, el amor propio.
Un aspecto súper importante que escuchaba definir en una básica clase de orientación, como si se tratase de algo que puedes definir con Wikipedia sabiendo que es algo tan complejo y delicado. Pero a fin de cuentas nadie me enseñaba verdaderamente como responder las voces de mi mente al hacer las típicas preguntas:
“¿Por qué no soy blanca?”
“¿Por qué mi cabello no es liso?”
“¿Por qué a los niños no le gustan las negras?”
“¿Por qué me dicen negra mojina?”
Y es que todo se presta para el desprestigio de una niña o mujer que no ha descubierto que -como dice el dicho- “la negrura es sabrosura”, y hoy con todo orgullo lo defiendo y lo luzco, pero hace años no pensaba lo mismo gracias a una sociedad que consciente o inconscientemente me inculcó el racismo desde niña a mí como a miles de niños más.
Y sufría, mucho, de a ratos, buscando las respuestas a aquellas perennes interrogantes pero el dolor era como mi amigo más presente.
Nunca se iba.
Estaba yo sin saber que las respuestas a tantas preguntas, las tenía en mis manos, en mi mente, en mi corazón, en mi piel… Y básicamente todo lo lindo que podía pensar acerca de mi siempre podría ser derrumbado, hasta que abres los ojos, miras tu manos, escuchas tu mente, abres tu corazón hacia a ti y miras tu piel.
Y es tan hermosa.
Y tan única.
Como la Barbie negra entre las 100 Barbie’s.
Esa que tanto me molestaba y ahora amo; soy yo.
Sharon García @leopwr
Feminista venezolana en el Ecuador.
Fotógrafa y locutora.
Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Fermín Toro (UFT)
Editora de www.leopwr.wordpress.com