Al igual que en muchos países latinoamericanos, el mito del mestizaje histórico del que nació el ser costarricense ha generado confusiones con respecto a nuestra identificación étnica y racial. Existe una idea errada sobre como ese mestizaje nos une como costarricenses, nos convierte en uno solo, en igualdad de condiciones y oportunidades. Este pensamiento nos ha llevado a negar, sistemáticamente y desde diferentes ámbitos, las diferencias que realmente nos componen.
Nos han hecho negar las razas, etnias y culturas que conviven en el país y al mismo tiempo nos ciega al racismo que vivimos y reproducimos. Esta idea de que todxs somos iguales (blancos) tenemos las mismas experiencias de vida y debemos comportarnos de la misma manera, son ejemplos claros del colonialismo que nos indica lo que es correctamente costarricense, donde lo blanco es visto como la norma, y cualquier diferencia es un error.
Ese racismo colonialista se manifiesta de diferentes maneras y en variados ámbitos: estructuralmente en el sistema educativo, de salud, de estadística y censos, en la creación de políticas públicas y en las organizaciones de la sociedad civil. Pero también se manifiesta en lo vivencial, en las expectativas, la exclusión, los prejuicios y estereotipos.
Estamos de acuerdo con que el primer ejemplo de racismo estructural es el de la negación de la existencia de la historia, vivencia y aportes Afrocostarricenses, indígenas, migrantes y cualquier “otro” que no cabe en el mito del costarricense blanquito, valle centrista, cafetalero y de clase media. Parte de esa alucinación costarricense de pensar que aquí todo mundo es blanco cuando realmente no es así. Esa negativa a entender que cualquier ticx se puede montar en un avión en San Jose sintiéndose parte de la mayoría blanca y bajarse en París o Madrid como minoría latina o sudaca.
Y como “ticxs progres” algunxs se sienten traquilxs, porque saben que ese ideal no es cierto. Saben que Costa Rica es un país multiétnico y pluricultural; conocen el significado de interseccionalidad, son feministas, apoyan las causas justas, es más, tienen amigos afrodescendientes. Dan por sentado entonces, que no tienen ninguna actitud racista.
Sin embargo, vengo a cuestionar esa tranquilidad progre. Quiero abrir la caja de Pandora de las actitudes y comportamientos de nuestrxs hermanxs en la lucha feminista. Esxs que gritan en las calles “si nos tocan a una, nos tocan a todas”; pero guardan silencio cuando hay ataques machistas contra una candidata afrodescendiente para la Defensoría de los Habitantes. Esxs que cada vez que se toca el tema de un libro particularmente problemático para lxs afrodescendientes, toman el lado del autor, porque era un “genio” cuya intención “no era esa”. Esos que callan ante el ataque racista partidario y machista contra la Canciller de la Republica y su familia.
Esas personas con excelentes intenciones y en posiciones de poder que no cuestión la negativa de las grandes casas de enseñanza universitaria a definir políticas de acción afirmativa para la integración de estudiantes afrodescendientes. O que evitan documentar a través de censos cuantos somos, a donde estamos, cual es nuestro nivel educativo y de ingresos; porque lo que no se mide no existe y si no “existimos”, es más fácil ignorar nuestras necesidades y así evitar definir políticas públicas para mejorar nuestras condiciones.
Las que cuando las afrofeministas mencionamos la importancia de tocar los temas que nos atraviesan el cuerpo en relación con los derechos sexuales y reproductivos y expresamos que además del derecho a decidir, para nosotras es importante la educación sexual, el acceso a métodos anticonceptivos modernos, y poder criar a nuestrxs hijxs en un ambiente libre de racismo, con justicia social y económica; se enfocan en vigilar nuestro tono y señalar nuestra agresividad, reproduciendo los estereotipos sobre lo violentas que son las mujeres afrodescendientes, escudándose en una fragilidad a la que nosotras nunca hemos tenido derecho.
Y entonces les pregunto, ¿deberían de sentirse tranquilxs? ¿Realmente cruzan las ideas de raza y clase las luchas que “sororariamente” están llevando? ¿O solamente son luchas de mujeres blancas/mestizas del valle central disfrazadas de “interés común”? ¿Han salido a los territorios para asegurarse de que están hablando por todas?
No pretendo con estas preguntas restarle importancia a las batallas que estamos dando para asegurar el respeto y disfrute de los derechos humanos para todos y todas las costarricenses. Es claro que todxs debemos tener los mismos derechos, acceso a decidir sobre nuestro cuerpo, a nuestra identificación de género, a la posibilidad de casarnos, a vivir libres de violencia y discriminación.
Mi intención es la de asegurar que los vicios que afectan nuestras luchas sean subsanados, que realmente estemos tomando en cuenta la diversidad en el sentido más amplio de la palabra. Que cuestionemos nuestras posiciones y adaptemos nuestros objetivos para incluir a todxs y no solamente reproduzcamos consignas de países que poco tienen que ver con el nuestro. Si nuestro objetivo es vivir en un país diverso e inclusivo, con respeto y derechos para todxs, no podemos seguir ignorando nuestros defectos. Seguir asumiendo que vivimos en un país post racial, donde no hemos sido afectados por las políticas y conductas racistas que atraviesan nuestro entorno.
Lo mejor que podemos hacer es examinarnos, asumir nuestros errores y mejorar. Enfocarnos en ser aliadxs. Cuestionar si realmente estamos hablando, luchando y tomando a todxs en cuentas si nuestros espacios de acción y decisión están compuestos por el mismo tipo de personas: blancas/mestizas, clase media y del valle central. Es decir, debemos de no solo llamarnos interseccionales solamente, sino también serlo. Cuando lo hayamos logrado, nos vamos a subir y bajar del avión siendo lo mismo, sin importar donde estemos.
Fundadora de la Colectiva Costa Rica Afro. Profesional en Comercio Internacional y conferencista en temas de Derechos Humanos, actualmente cursa una especialización en Políticas Públicas para la Igualdad en America Latina. Su activismo se enfoca en el anti-racismo y la búsqueda de la igualdad a través de la incidencia política y la educación popular.