Hace unos sábados, me desperté emocionada y enérgica. Era un día soleado de enero y la temperatura era más alta de lo que inicialmente se pronosticaba. Ya sabes, fue uno de esos días de invierno raros y «cálidos» que te recuerdan que la primavera está cerca. O en palabras de mi madre, hace tiempo de «enfermarse».
De inmediato, pensé en todas las posibilidades del día. Quizás podría visitar uno de los museos locales. Pero no, mejor el museo no, voy con mis hijos y son muy ruidosos, probablemente nos llamen la atención. O podría pedirle a una de mis amigas que tomara un café. Pero debe ser en un sitio donde haya el suficiente ruido como para ahogar nuestra conversación. Odio las miradas cuando escuchan nuestras discusiones sobre de racismo, política, ya sabes…
En medio de mi planificación, me paré y pensé. Me di cuenta de que había estado revisando espacios y lugares a los que podía ir. Esto no solo limitaba mi vida, sino que era una cárcel de mi propia iniciativa. Me decía a mí misma donde podía y no podía, debía o no debía ir debido a lo incómoda que me sentía como una persona negra rodeada de blancos.
¿Cómo y cuándo empezó a pasarme esto?
Me gusta la cultura negra y no me avergüenza. Siempre he sido de ese tipo de personas. Soy una luchadora negra, fui Presidenta del Consejo Negro de mi universidad, tengo un grado superior en estudios étnicos. Me hice el gran corte y comencé mi transición. Publiqué varios artículos sobre temas negros y cultura y además llené mi casa con los libros infantiles de Barack y Michelle para mis hijos. Adorné mis perfiles en redes sociales con #blackgirlmagic y #blacklivesmatter.
Pero.
En algún momento de mi vida, experimenté un… cambio. Había algo debajo de la superficie. Tal vez esa sea la mejor manera de describirlo. Hubo un cambio en mi comportamiento e ideología que fue tan leve, tan gradual que no lo había detectado. Me encontré sintiéndome mucho más consciente de mi misma en ciertas situaciones. Me sentía más insegura alrededor de ciertos grupos de personas. Lo sentía como una pérdida de control.
Si tenía ganas de escuchar mi música a todo volumen en el coche… si me decidía a ponerme el piercing en mi nariz que normalmente mantenía oculto en el bolsillo… si quería tener una conversación apasionada en un bar o restaurante… básicamente, si tuviera ganas de ser quien soy, lo que soy, enseñar todo de mí, en esta piel negra. ¿Cómo podría ser percibida? ¿se me permitiría ser como soy? ¿o estaría disminuida, estereotipada, degradada? Por supuesto, ya sabía las respuestas a estas preguntas. No me debería importar, pero lo hacía. Me importaba de una manera que nunca me había importado antes, y me pregunté por qué.
Mientras que me fue fácil hablar sobre la raza y la opresión, y «vivir como mujer negra» en la Universidad, se hizo más difícil discutir y simultáneamente vivir esas cosas como una adulta del mundo real.
En Resumen, fue mucho más fácil hablar sobre techos de cristal, racismo y exclusión en un seminario que mientras trabajaba simultáneamente en una empresa donde esas cosas se convirtieron en experiencias vividas. Era más fácil hablar de lo que yo haría o no en ciertas situaciones como una joven universitaria, pero años después, cuando añadí variables como niños, facturas, compañeros de trabajo, suburbios, vecinos, y expectativas, las cosas se complicaron mucho.
Después de mudarnos a un barrio nuevo, predominantemente blanco, con mi familia, y siendo recibidos por un grupo de vecinos blancos increíblemente amistosos, una de ellos me hizo un cumplido.
«Es usted tan hermosa», dijo esta mujer dulce, de mediana edad, con toda sinceridad. «Usted tiene una…» Ohhh, ya podía sentir la microagresión que venía hacia mí, «… mirada exótica. ¿Está bien decirlo así?»
No. ¡No lo está! No soy exótica. Soy del Este de Cleveland. Hay muchas mujeres, MUCHAS, que son exactamente como yo. Yo miro diferente que tú. Eso es todo.
Esas son todas las cosas que pude haber dicho. En su lugar…
«Está bien. Gracias», respondí. La mujer blanca sonríe dulcemente, y se aleja, feliz de que había hecho una nueva amiga (negra). Una parte de mí se va con ella. Podría haberla aleccionado. Podría haber dicho simplemente «no, por favor no me llames así». Pero en ese momento dudando, decidí que era más fácil tragárselo que crear una situación tensa. Elegí su consuelo sobre mi malestar. El «Despertar» eligió quedarse dormido para mantener la falsa apariencia de normalidad.
No sé si estoy escribiendo sobre microagresión o estoy «despertando» (en serio, odio ese término), o qué. Estoy cansada. Esta es la difícil situación de la negritud. Este es el mal omnipresente que es la supremacía blanca. Me veo obligada a mirarme a mí misma mientras me clavan un cuchillo en mi propio corazón y luego lo retuercen en la herida. En palabras del hermano James Baldwin, «ser negro y consciente en Estados Unidos es estar en un estado de rabia constante».
Palabra.
Angela Souza
Estudiante de Western Reserve University
Este artículo ha sido publicado originalmente en True Culture University y traducido por Afroféminas gracias a un acuerdo de colaboración.