Afroféminas

Poemas Afroféminos (I) de Ashanti Dinah Orozco Herrera

Poemas Afroféminos (I) de Ashanti Dinah Orozco Herrera

Llegaron a nuestra redacción estos poemas Afroféminos de Ashanti Dinah Orozco, artivista, luchadora afrocolombiana y MUJER. Una Afrofémina que miramos con frecuencia y de la que aprendemos constantemente.  Hemos decidido publicarlos en dos entregas dentro de las «Voces Afroféminas» de las que Ashanti ya forma parte desde el comienzo.

No queremos predisponeros ante las bellas imágenes que os encontraréis a continuación. Nosotras creemos que es mejor enfrentarse a la poesía desde la desnudez y la indefensión de alguien que adentra en territorio desconocido. Así, la vida le llega plena y le da en la cara con fuerza. Solo comentaros que Ashanti Dinah sigue transitando por los caminos en que todas nos reconocemos como nuestros: en los ancestros, en lo Orishas, en nuestro pelo o en nuestra rabia y sed de justicia.

Así, que sin más, nos zambullimos en las aguas dulces de los versos de la Kombilesa Ashanti Dinah Orozco. ¡¡¡Bebérosla!!!

 

¿Y QUÉ ES UNA MADRE?


Cuando el viento es una caverna de amapolas, 
Madre, es una Mujer-Raíz vestida de polen.
Es un tibio valle de vientre uterino- habitáculo de vida-,
jardín titánico de fuego infinito que viaja por las venas 
con su lava dorada de sangre lunar de río y burbujas de mar.

Cuando el recuerdo con su aroma fresca de albahaca y pan,

te devuelve al pasillo azulino de la infancia, en un espiral de nubes,

Madre, es el preludio de un poema que te arrulla de luz y de íntima fragancia.

 

Cuando la esperanza se conjuga 
–entre latidos de clamor milenario–

y se abraza a tu cuerpo como el tronco a la tierra,

[con todas las raíces y todos los corajes]
Madre, es combustible perfumado de gruta existencial,

la arcadia feliz de un verbo chamánico

que plantó sus semillas 
para fecundar la liturgia mineral de parir.

 

 

YEMANYÁ, CASA UTERINA

¡Maé Yemanyá hija de Olodumare!

Negra señora, Soberana-oceánica del eterno canto de mar,

un destello de algas y corales ancestrales

acaricia tus senos azules

y acuna la luz inundada que me habita.

 

Alzas tu manto majestuoso de musgos,

y sumerges mi desnudez de sal en el abismo

de tus brazos húmedos y cadenciosos

en cascadas de placer.

Abres tus fauces en un manantial de helechos

y adivino el olor del clímax de tu festín incesante de olas

para abastecer la tierra fértil

con su lluvia vestida de noche,

mientras el tam tam de los tambores batá

va rozando los muslos del mantra cromático de Olokún. 

Yemayá asesú   asesú Yemayá
     Yemayá asesú   asesú Yemayá
     Yemayá oludó   oludó Yemayá
     Yemayá oludó   olodú Yemayá 

Desciendes de la matriz misma del fuego omniponente

donde hace siglos mi cuerpo se fundió

con el vértigo del agua salina;

y siento cómo me seduces con tu saya verde-esmeralda

en movimientos ondulantes de sutil dulzura,

y escucho el rugido ronco de tu garganta tempestuosa

que me aclama para que no olvide que somos Una
en conjunción con el beso amoroso de tu inmensidad eterna,

Poderoso principio de la Madre fundacional, útero de la vida toda:

¡Omío Yemanyá Omoloddé! ¡Yemanyá Ataramawa!

 

CONTEMPLACIÓN FEMENINA

Me gusta contemplar el bosque de lluvia que levanta su rostro sereno de agua durmiente

cerca de mi cabaña forestal de sueños

y cubre con susurros las cicatrices fértiles de la garganta terrestre.

También es cierto que disfruto contemplar el carbón de la tarde,

cuando el enorme sol de antifaz amarillo se viste de ausencia,

se hunde a breve distancia sobre la tenue luz del moribundo día,

tras las arenas grises de las nubes

para teñir otros horizontes con su liturgia dorada.

Algo se desnuda de suspiros en mi alma entera madura de versos,

y anochece la alborada de un silencio, hecho de arcilla, por la estrecha rendija de mis ojos.

Un súbito temblor me abriga, me sosiega en la cresta del sentido

como la serenata de un rocío de mariposas sobre una flor en las praderas.

Me vuelve incienso en resonancia, orlada de un remanso de fuego crepuscular.

Mientras escucho resbalar un vapor de luna por entre las canteras mitológicas del mar,

me deslizo a lo largo de esos mismos rayos de luna que miraron todas mis ancestras,

el mismo brillo vespertino de plenitud de luna que contemplé en mis vidas pasadas:

de matrona, de bruja, de tuareg, de cimarrona, de pantera, de tierra, de selva, de laguna..

la misma luna que me ha acompañado en tantas danzas uterinas de eclipse hormonal

y en tantas menstruaciones adheridas a las paredes de mi vulva-sapiens

                                                            [como moléculas de verbo rojo].

Contemplo esa misma luna que me mira en su ejercicio especular,

y que me espiará por siempre con su rostro de lienzo luminario desde su balcón celestial

hasta el día que muera.

En ese punto escucho la sedosa voz interior, tan íntima, tan leal, tan elocuente;  

descubro con el palmo a palmo cómo la honda armadura de mi piel arcana

se entreteje de vibraciones. 

Un coro ha comenzado ahora:

escucho ruidos, ecos y melodías sonoras de un violín acompasado de palomas;

vuelan mis pensamientos con alas de cedro,

cruzan los océanos errantes de la mirada, atraviesan los brocados del aire acariciando mis oídos.

Una ligera sensación a recuerdo lejano se constela como un átomo de tiempo

en el estero húmedo y esponjado de la memoria

como si cayera desde gran altura del pentagrama infinito. 

Me pregunto: ¿qué tipo de sistema medular viaja por la órbita de los planetas

y traslada en su velocidad cuántica pentagramas de electrones,

de punto en punto, uniéndolo todo como un vórtice espiral que acaba aquí en mi vientre?

Adivino entonces el armazón sintáctico que sostiene las márgenes del firmamento,

las bifurcaciones que aritméticamente me funden en su materia cósmica.

Creo que lo he comprendido todo en un instante de golpe:

hay una pulsación primordial que nos ancla al nido de la vida,

por eso, las más ligeras contemplaciones del universo nos hacen estremecer

como el cosquilleo espiritual de un lucernario de estrellas.

Y bajo el parpadeo de la noche-caoba sentimos que la más grande constelación de los misterios

yace justo en el reflector de nuestras pupilas de mujer.

 

 

Ashanti Dinah Orozco Herrera

Nació en Barranquilla (Caribe Colombiano). Es Licenciada en Lenguas Modernas, Universidad del Atlántico, Magíster en Lingüística y Literatura Hispanoamericana del Seminario Andrés Bello, Instituto Caro y Cuervo. Docente del Programa de Pedagogía Infantil de la Universidad Distrital.

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