Caminaba a casa con una amiga y su niña, tan linda, estaba iniciándose en el ballet. Las profesoras habían hablado bien de ella, estaba muy contenta de que la aceptaran. Pero había un inconveniente…debía; para ser perfecta; estirarse el cabello. No podían aceptar que tuviera el cabello trenzado en apretados tejidos o recogido de otra manera, no era la imagen de una “buena” bailarina de ballet.
Quedé muy consternada con esa noticia y nuevamente surge el conflicto que toda mujer negra lleva intrínseco: el cabello. Otra vez el cabello es el impedimento estratégico para excluirte de cualquier espacio social.
El llevar tus cabellos naturales impide un acercamiento verdadero a la vida real, te obligan a estirarlo a cualquier costo y cada vez son más las niñas que lo hacen; como si así pudieran esconder la herencia africana que llevamos dentro, y que salte a la vista censora de la Europeidad. Esconder nuestro cabello ha sido utilizado como escudo para enfrentar la realidad, críticamente.
Si en vez de estirarlo, lo lleváramos desprendido, rebelde…estaríamos dando un paso en defensa de nuestros ancestros. Existe una noción equivocada de lo que es “pelo bueno” o “pelo malo”, siempre le toca perder al “malo” …que da la casualidad que es el nuestro, el de rizos más apretados.
Le dije pues a mi amiga – que no se preocupara su hija sería buena no por el cabello, sino por sus dotes de bailarina- pero vi en sus ojos el miedo al rechazo, el miedo a que sus compañeras del llamado “pelo bueno”, no quisieran bailar en una compañía donde estuviera una niña negra que no había sucumbido ante la posibilidad de tener un pelo bueno.
Las maestras de la escuela de Ballet, según mi amiga, presionan a muchas de las demás chicas negras, y estas terminan por seguir el canon occidental de cabello, extremadamente liso y recogido, como si nuestros rizos no pudieren llevarse en un moño y participar del mismo sentido.
Todo está diseñado para que pierdas tu identidad, para que olvides ese vestigio africano que crece día a día en ti.
No he podido sacarme de la cabeza la imagen de la niña, llorando, en una peluquería cualquiera cuando le aplicaran lentamente la crema desrizadora, y esta, a su vez, fuera borrando todo vestigio de negritud, todo vestigio de la madre África.
Lissett Govin Murdoch, Cuba