La WNBA es la liga de baloncesto profesional femenina más importante en Estados Unidos y, posiblemente, la más conocida del mundo. Hoy hacemos un recorrido por esta competición que nace, a la sombra de la NBA, en 1996 y que se ha consolidado internacionalmente, no solo por su dedicación al deporte, sino también por el activismo que sus jugadoras muestran en cuestiones sociales, como la lucha antirracista, el feminismo o el movimiento LGTBI.
La Women’s National Basketball Association (Asociación Nacional de Baloncesto Femenino), también conocida como WNBA, fue fundada el 24 de abril de 1996, como la versión femenina de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA), y comenzó a jugarse en 1997. Compuesta por doce equipos, la temporada regular se juega de mayo a septiembre, con el partido “All-Star”, que se disputa por lo general en julio, y las Finales de la WNBA, que se celebran desde los últimos días de septiembre hasta principios de octubre.
No es la primera liga profesional femenina estadounidense, ya que con anterioridad se disputaba la Women’s Basketball League (WBL), pero sí es la primera que cuenta con el apoyo de la NBA, ya que la otra era independiente. La presencia femenina en este deporte se remonta, sin embargo, a los inicios de las competiciones de baloncesto a finales del siglo XIX, cuando participaban equipos compuestos por mujeres.
Al momento de su creación, existía otra liga profesional de baloncesto femenino, la American Basketball League (ABL), a la que acabaría desplazando a partir de la temporada 98/99. Cuando la ABL desapareció, sus jugadoras se incorporaron a los equipos de la WNBA.
El primer partido de esta nueva liga se juega el 21 de junio de 1997 entre New York Liberty y Los Angeles Sparks, en el Great Western Forum de Los Ángeles. Y las primeras ganadoras de la liga esa temporada fueron las Houston Comets, con figuras destacadas como Cynthia Cooper.
La WNBA contaba en ese momento con ocho equipos: Charlotte Sting, Cleveland Rockers, Houston Comets y New York Liberty en la Conferencia Este; y Los Angeles Sparks, Phoenix Mercury, Sacramento Monarchs y Utah Starzz en la Conferencia Oeste. En 1998 se incorporan dos más, Detroit y Washington, y dos equipos más en 1999, Orlando y Minnesota, lo que elevó el número de equipos en la liga a la cifra actual.
Hasta el momento ha habido un total de 17 equipos en la historia de la WNBA, 5 de ellos ya desaparecidos: Cleveland Rockers, Miami Sol, Charlotte Sting, Portland Fire y, en esta última temporada, las cuatro veces campeonas Houston Comets.
Los equipos y la liga fueron propiedad de la NBA hasta finales de 2002, cuando se vendieron algunos de ellos a sus homólogos de la NBA de la misma ciudad o a un tercero. Esta venta provocó que dos de ellos se retiraran de la competición, el Miami Sol y el Portland Fire, por poder encontrar nuevos dueños.
Por lo general, los equipos realizan campos de entrenamiento en mayo. Esto permite preparar a las jugadoras para la temporada regular y determinar las 12 mujeres que formarán el equipo al inicio de la temporada. Durante ella, cada equipo juega 36 partidos, 18 en casa y 18 fuera. Como en la NBA, cada equipo recibe y visita a todos los demás grupos al menos una vez por temporada.
En julio, la temporada regular se detiene para celebrar el All-Star Game. Se juega durante un fin de semana en una ciudad distinta seleccionada por la WNBA cada año. La competición presenta jugadoras estrella de la Conferencia Oeste frente a jugadoras estrella de la Conferencia Este. Durante la temporada, el público elige con sus votos las jugadoras que les gustaría ver en el torneo.
Antes de la temporada de 2009, el tamaño máximo de la plantilla del equipo se cambió de 13 jugadoras (11 activas y 2 inactivas) a 11 jugadoras (todos activas), aunque si algún equipo lleva menos por lesiones, puede tener nueve jugadoras, siempre previa petición del club y por aceptación de la liga. El salario mínimo de la última temporada fue de 57.000 dólares para jugadoras con menos de 3 años de experiencia y 68.000 para las más veteranas. La media de espectadores se sitúa entre los 7.000 y 10.000 espectadores por partido, reduciéndose progresivamente desde sus comienzos.
Durante la temporada de 2018, el sindicato de jugadoras de la WNBA abandonó el convenio colectivo (CBA) con la liga. En enero de 2020, la liga y el sindicato llegan a un acuerdo para firmar un nuevo convenio que entra en vigor en 2020 hasta 2027. Entre las nuevas medidas está que las jugadoras puedan llegar a la agencia libre sin restricciones un año antes de lo anteriormente convenido, las jugadoras recibirán su salario completo mientras estén de baja por maternidad y las jugadoras veteranas podrán trabajar como entrenadores en la NBA sin límite salarial.
También se decidió que la WNBA se disputara íntegramente durante el verano, cuando hay menos competiciones deportivas, para favorecer la retransmisión de los partidos en directo por televisión. Eso posibilita que muchas jugadoras puedan fichar por equipos europeos o asiáticos durante la temporada de invierno.
Pero, a medida que la liga ha ido creciendo y ganando popularidad, también lo ha hecho el activismo de sus participantes. Uno de sus principales reivindicaciones es la desigualdad entre el deporte masculino y el femenino. Voces como Brittney Grinner, Breanna Stewart y Maya Moore reclaman, precisamente, la igualdad entre género, orientación sexual y raza.
Y es que las jugadoras mejor pagadas de la WNBA, como Emma Meesseman, cobran una quinta parte del salario más bajo de un jugador de la NBA. Además, son más bajos los patrocinios de las marcas y las condiciones de los contratos que reciben. Y, a nivel mediático, también aparecen en menor medida en noticias y portadas de los periódicos.
Pero los jugadores de la NBA también han respaldado la iniciativa. “Tenemos que hacer más ruido sobre el tema de los sueldos de las jugadoras de la WNBA. Mucho más ruido. Deberían ganar mucho más dinero del que ganan ahora mismo. Eso es obvio. Son atletas profesionales y modelos para la sociedad. Son las mejores del mundo en lo suyo y deberían cobrar como tal”, afirmaba al respecto Isaiah Thomas para The Player’s Tribune.
Una de las caras más conocidas en esta protesta es la jugadora Sue Bird, una de las que más trayectoria ha tenido dentro de la liga, pues ha sido hasta 3 veces campeona y 11 veces protagonista del All-Star, pero, además, es una luchadora activa por los derechos LGTBI dentro y fuera de la pista. También subrayamos el papel de Cinthya Cooper, que se ha alzado con el título del Campeonato de la WNBA hasta en 3 ocasiones. Su forma de jugar la ha llevado al Salón de la Fama del Baloncesto y a ser considerada una leyenda del deporte en EE.UU; o el de Diana Taurasi, quien se ha convertido en una de las jugadoras de baloncesto femenino más influyentes en todo el mundo, tras ser campeona de la WNBA tres veces y obtener cuatro medallas de oro olímpicas.
En cuanto al tema racial, la Liga Femenina de Baloncesto, como forma de unirse al movimiento de Black Lives Matter, decidió el año pasado que las jugadoras llevaran en sus camisetas los nombres de las mujeres que han muerto a manos de la policía o como resultado de la violencia racial, como Breonna Taylor y Vanessa Guillén. La primera murió por varios disparos de la policía en marzo mientras se encontraba en su casa de Louisville, en Kentucky. La segunda, una joven soldado y latina de 20 años, fue asesinada a martillazos por su compañero Aaron Robinson en la base de Fort Hood en Texas.
Asimismo, la WNBA formará un Consejo de Justicia Social que estará liderado por las jugadores Layshia Clarendon, Sydney Colson, Breanna Stewart, Tierra Ruffin-Pratt, A’ja Wilson y Satou Sabally. También estarán como asesoras Alicia Garza, fundadora de Black Futures Lab y cofundadora de Black Lives Matter y Carolyn DeWitt, de Rock the Vote, una organización sin ánimo de lucra que lucha por “construir el poder político de los jóvenes”.
Una de las jugadoras del Washington Mystics, Natasha Cloud, de 28 años, que fue criada en una casa con dos padres y dos hermanos, todos ellos de piel blanca, conoce de cerca el racismo. Por eso decía: “Tenía 10 años cuando me di cuenta de que mi vida iba a ser diferente a la de mis hermanos. Yo no soy lo suficientemente negra para algunas personas ni lo suficientemente blanca para otras. El deporte fue mi escape de eso. Era un espacio seguro donde podía estar”. Cloud afirma que los atletas no pueden guardar silencio ante situaciones injustas y deleznables, como lo que le ocurrió a George Floyd. “Si callas, eres parte del problema”.
“Esto no es una cuestión de política sino de derechos humanos. De gente que es asesinada por el color de su piel”, añade Astou Ndour, internacional de la selección española y jugadora de las Dallas Wings. “Con un dedo no se puede tapar el sol. El baloncesto siempre se ha caracterizado por denunciar las injusticias que dejan atrás a parte de nuestra gente, y aquí no podíamos mirar para otro lado”, indicaba en una entrevista realizada por El País.
Otra voz destacada es la de Layshia Claredon, base en las New York Liberty. Esta anunció recientemente que había pasado por quirófano para quitarse los pechos para inspirar así a jóvenes deportistas transgénero que pudieran verse reflejados en ella. “Me identifico como negra, gay, mujer, no cisgénero y cristiana. Soy una intrusa incluso dentro de cada comunidad a la que pertenezco. Mi propia existencia desafía todas las barreras raciales, sexuales, de género y religiosas”, señalaba la jugadora tras la operación.
Un informe del Instituto por la Diversidad y la Ética en el Deporte señaló a la WNBA como la mejor liga profesional de Estados Unidos en cuanto a contrataciones con diversidad racial y de género. “La WNBA marca la vara de una representación inclusiva y poderosa a lo largo y ancho de su organización en cuanto a jugadoras, entrenadores, staff y administración”, señala el documento. La NBA, sin embargo, aparece detrás suyo con una A-.
Aunque ha habido un decrecimiento en la cantidad de jugadoras de piel negra: de 82,7% en la temporada de 2019 a 79,6% en la temporada de 2020, fuera de la pista se ha pasado de un 42,3% a un 54,2% en cuanto a entrenadores asistentes, mientras que entre los entrenadores principales solo alcanzan el 25% de la liga con nombres como James Wade, Derek Fisher y Vickie Johnson. De hecho, solo 10 de las 24 campañas disputadas han tenido alguna mujer afrodescendiente al frente en un equipo. Una de ellas es Vickie Johnson, que es actualmente la única entrenadora negra que lidera una franquicia de la WNBA esta temporada, entre otras cosas por la cantidad de requisitos académicos que solicita la asociación para desempeñar un cargo como este. Con respecto a su homóloga, en la NBA no hubo una entrenadora hasta el pasado diciembre, cuando Becky Hammon, técnica asistente de los San Antonio Spurs, tomó el mando del equipo. Asimismo, solo un 39,7% de los empleos en la administración de la liga están ocupados por mujeres; en los medios de comunicación que se hacen cargo de la retransmisión de los partidos solo un 9,6% de periodistas radiofónicas y de televisión son mujeres; y en el arbitraje la cifra roza el 20%. El informe pretende dar la voz de alarma respecto a estos puntos para que se dé verdadera visibilidad a las minorías tanto dentro como fuera de la pista.
Algunos de los programas a los que se suscribe la WNBA para preocuparse por la comunidad y aportar su grano de arena a un mundo más justo son Hoops for Troops, en el que colaboran con militares activos y retirados y con sus familias; NBA Mind Healt, con el que se pretenden educar sobre la salud mental y ofrecer recursos para su mejora; o NBA Green, que tiene como propósito concienciar sobre el medioambiente y generar fondos para protegerlo, entre otros. También participa en el Basketball without Borders, que pretende fomentar el deporte en los jóvenes y entrena a jugadores noveles procedentes de Asia, Latinoamérica y África.
Pero, además, para la asociación es importante no solo que sus jugadoras y entrenadores estén concienciados, sino también las empresas que firmen un convenio con la WNBA deben “compartir los mismos valores en cuanto a igualdad de género, raza y del colectivo LGBT+”.
Natalia Ruiz-González