A veces me pregunto quién soy yo para hablar de racismo, o de vulneración de derechos humanos. He visto sus expresiones de miedo y de dolor, les he acompañado a través de un teléfono en momentos críticos, he escuchado sus historias y he intentado comprender cómo debía ser haber estado en su lugar. Pero nunca he estado en una situación en la que he tenido que huir de mi país, ni en la que me han encerrado sin cometer ningún delito, ni nunca me han denominado ilegal.
Saidou tiene apenas 21 años, aún tiene cara de niño. Pero su historia denota coraje, valentía y sobre todo una madurez repentina que la vida le obligó a tener.
Hoy hace exactamente 46 días que salió de su país natal, Senegal. Me cuenta cómo fue su viaje, agradeciendo en todo momento a dios haber llegado vivo. El 9 de noviembre a las 3 de la mañana subió en la embarcación, por la que pagó unos 600€, que desembarcaría en las islas Canarias cinco días después, el 14 de noviembre a las 5 de la mañana. Cinco días perdido en el mar, en la oscuridad, hambriento y sediento, sabiendo que podía morir en cualquier instante.
Fue uno de los afortunados que logró llegar vivo a tierra, a la ansiada Europa. Pasó un par de días en uno de los famosos puertos en los que se almacenan personas como si fuesen mercancía, y de pronto un día le trasladaron. Lo que parecía una buena noticia se convirtió demasiado rápido en una pesadilla. Le llevaron a un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros).
Cuando le pregunto cuál ha sido el peor momento desde que salió de su hogar no duda en su respuesta: el 17 de noviembre, el día del internamiento, y su cara se entristece.
La tienda de Afroféminas
Saidou está ahora en una cárcel para inmigrantes encerrado, no solo le han quitado la libertad de movimiento, sino que le han quitado sus pertenencias, entre ellas su teléfono móvil, su único método para poder contactar con sus familiares. La rutina está establecida, tienen dos recreos, uno a la mañana y otro a la tarde, en ese horario les permiten usar sus teléfonos.
¿Cuál es su delito? Tratar de tener una vida mejor, pero ¿en qué momento eso se ha convertido en un delito?
Pasan los días y el miedo inicial va en aumento, han comenzado las deportaciones y Saidou tiene todas las papeletas en su bolsillo. Es senegalés (Senegal es uno de los países que tiene acuerdo de deportación con España) y está en un CIE en Canarias. Puedo pensar lo duro que debe ser para él, pero no puedo hacerme una idea, después de un viaje tan largo, tan duro, después de arriesgar su vida una y otra vez y finalmente cruzar el mar y llegar a Europa a salvo, está pendiente de si será o no deportado.
¿De qué depende que eso ocurra o no? De la aleatoriedad con la que está tomando esas decisiones nuestro gobierno. Cada vez suena aún más injusto todo.
Fallou es su hermano mayor y lleva catorce años en España, tiene todos los papeles en regla y ha conseguido una abogada que lleve el caso de su hermano pequeño. Pero no sabemos si eso será suficiente.
Hay días duros, hay noticias que son como una puñalada, hay momentos en los que me afecta demasiado todo lo que ocurre, pero ¿acaso no es “lo normal”? Que me indigne que se vulneren constantemente los derechos humanos, porque entonces ¿para qué existen?, que me hierva la sangre cuando se pierden vidas porque es evitable que eso ocurra simplemente cambiando leyes o acuerdos. Que se me pare el corazón cuando alguien pone comentarios buscando a familiares que perdió su pista hace años, pero nadie ha buscado esos cuerpos y por lo tanto les queda la esperanza, junto con un dolor insoportable. A veces la esperanza es el peor castigo.
Integradora social y enfermera. Pongo el corazón en todo lo que hago. Mis principios son la base de mi vida, igualdad y defensa de los derechos humanos por encima de todo. Estamos construyendo un mundo mejor.