La palabra “Queer” es utilizada para describir una identidad de género y sexual diferente a la heterosexual y cisgénero, (individuo cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual). Además es una categoría política que posee teoría y exponentes.
El término “queer” es de origen Británico, aparece en el siglo XVIII con una connotación negativa, ya que esta palabra era usada como insulto para denominar a aquellos que corrompían el orden social, también fue utilizada para referirse a aquellos a los que no se ceñían a las categorías hombre o mujer, así lo señala el ensayo “Queer: historia de una palabra” el filósofo español Paul B. Preciado.
Según Preciado esta palabra se usaba para calificar a los hombres afeminados y a las mujeres masculinas, debido a que durante el reinado de Victoria I en Reino Unido entre 1837-1901, se defendía “el valor de la heterosexualidad”, es por esto que “queer” era el calificativo perfecto para nombrar a aquellas personas que escapaban de la categoría heterosexual. Eran tildados de “queer” el maricón, la lesbiana y el travesti.
“A mediados de los ochenta, empujados por la crisis del SIDA, un conjunto de micro-grupos decidió apropiarse de la injuria “queer” para hacer de ella un lugar de acción política”, así explica Preciado el cambio radical del significado de esta palabra, cuya connotación negativa fue neutralizada. “Así, ya no era ‘el señorito heterosexual’ el que llamaba al otro ‘maricón’ sino que ahora el marica, la lesbiana y la persona trans se autodenominaban “queer”. La palabra dejó de ser un instrumento de represión social para convertirse en uno revolucionario”, concluye.
En tal sentido lo “queer” no es solo un movimiento político, también es una corriente teórica. La Teoría “Queer” aborda la disidencia sexual, y establece que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales, son el resultado de una construcción social ficticia y estereotipada, por lo que no están esencialmente o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino que se trata de formas socialmente variables.
En el texto “Sexualidades transgresoras. Una antología de estudios queer” de Rafael M. Mérida publicado en el 2002 en Icária Barcelona el autor expresó que “Queer refleja la naturaleza subversiva y transgresora de una mujer que se desprende de la costumbre de la femineidad subordinada; de una mujer masculina; de un hombre afeminado o con una sensibilidad contraria a la tipología dominante; de una persona vestida con ropa del género opuesto, etcétera. Las prácticas queer reflejan la transgresión a la heterosexualidad institucionalizada que constriñe los deseos que intentan escapar de su norma”.
El término “queer” en su acepción académica fue implementado por la filosofa feminista Teresa de Lauteris en 1987, quien incorpora la noción de tecnología del género para referirse al género como ideal regulatorio de poder que construye materialmente los cuerpos, mediante una serie de tecnologías biomédicas, semiótica, literarias, audiovisuales, etcétera. “Sí la representación de género vehiculizan significados qué sancionan posiciones sociales diferentes, entonces representar o representarse como varón o mujer implica la asunción del conjunto de estos efectos de sentidos”. A partir de esta noción de género es que los cuerpos se sexúan biomédicamente, se generizan, adquieren unas ciertas sexualidades, obtienen visibilidad social etcétera, y por ende sentido en el entramado psicosocial de la hetero- metrópolis imperial.
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La teoría “queer” también puede ser abordada desde la perspectiva de construcción del poder enunciada por el filósofo francés Michael Foucault quien en su primer volumen de “Historia de la sexualidad” de 1976 estableció que la categorías sexuales se constituyen y son producto de las constelaciones específicas de saber/poder. Desde su propia definición Foucault nos explica como el poder no se limita a reprimir sino que se dedica a producir y moldear el cuerpo y sus actividades (y también deseos) y así encarna en prácticas y discursos anclados en la cotidianidad.
En este orden de ideas, Foucault agrega que el poder no constituye un régimen exterior al sujeto, por el contrario el propio sujeto al que se nos invita a liberar es un efecto del poder disciplinario (o de su producción más lograda).
Mientras que Monique Wittig en el texto de 1978 sobre “El pensamiento heterosexual” se refiere a la heterosexualidad como un régimen político que involucra una interpretación totalizadora a través de la historia, de la realidad social, de la cultura, del lenguaje, y de todos los fenómenos subjetivos, y una tendencia a universalizar su producción de conceptos, en tanto y en cuanto como lengua mayoritaria, hegemónica y dominante, sólo se puede hablar bajo sus propios términos.
Para Wittig el pensamiento hetero está fundado en la necesidad ontológica de construcción del otro diferente: la diferencia esencial entre sexos construye, entonces, a la mujer como el otro diferente del varón. De allí que la mujer no tenga sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en el heterocapitalismo.
En los años 90 Judith Butler escribe el libro “El género en disputa” en donde se refiere al género como un efecto performativo de actos repetitivos, mediante los cuales éste se define. No existe, pues, nada auténtico en la relación con el género, ni una identidad original detrás de sus expresiones. Por el contrario, son las propias actuaciones performativas las que producen, en su repetición ritualizada, el efecto ilusión de una esencia natural, de una cadena casual entre sexo y género sobre la que se funda la matriz de inteligibilidad heterosexual.
Volviendo al texto de “Sexualidades transgresoras. Una antología de estudios queer” podemos observar como el autor nos aclara que la performatividad en Butler alude al poder del discurso para realizar aquello que enuncia y, por lo tanto, permite reflexionar acerca de cómo el poder actúa como discurso. Si el lenguaje o el discurso de la subjetividad han tenido por efecto la creación del yo, la creencia de que existe un yo a priori o anterior al lenguaje, el discurso sobre la sexualidad ha creado las identidades sexuales. Si un enunciado performativo tiene éxito, es porque ese enunciado es el eco de uno anterior, “y acumula el poder de la autoridad a través de la repetición o cita de un conjunto de prácticas autoritarias precedentes”, lo que quiere decir, ni más ni menos, que un enunciado performativo fusiona “porque encubre y recubre a las convenciones constitutivas que lo activan”.
Según Mérida, para Butler, sigue siendo necesario desde una perspectiva política reivindicar palabras como “mujeres”, “marica”, “gay” y “lesbiana” porque nos definen antes de que tengamos plena conciencia de ello. También para desactivar sus usos homofóbicos. Pero la necesidad de activar el “error necesario” de la identidad siempre entrará en conflicto con las consideraciones postmodernas y desnaturalizadoras de la identidad.
La teoría “Queer” también hace referencia al derecho de la autodeterminación de los cuerpos y las identidades, busca sublevarse ante el sistema heteronormativo que oprime y mete dentro del clóset a todos los que se salen de la norma establecida, poniendo de manifiesto que hay que modificar el “sujeto” político del feminismo.
Melina Schweizer
Periodista Dominico-Argentina, ciudadana y libre pensandora