Con seis años me sentía diferente. Y no entendía el por qué. Era una sensación rara.
No me gustaba. Quería llamarme Marta.
Con ocho años me sentía fuera de lugar. Era un sentimiento bastante incómodo.
Seguía sin gustarme.
Con diez años aprendí a mentir. Les enumeré a mis amigos todas las cosas que me habían regalado los reyes. En mi casa ni siquiera había árbol. ¿No era más fácil decir que no lo celebraba? Que era musulmana. ¿Es que no lo ves? Es muy fácil, dilo.
Con doce años cargaba con el peso de muchos estereotipos. ¿En tu país coméis con las manos?
Si es que con la de hermanos que sois, no me extraña que nunca traigas el material a clase.
Con quince años quería sentirme diferente y desmentir todas esas etiquetas. Pero ¿cómo iba a desmentir algo que era cierto?
Con dieciséis años me dijeron que hiciera lo que hiciera siempre iba a ser una mora más. Y me lo creí. ¿Tan malo era serlo?
Con diecisiete años ya no quería sentirme diferente, quería ser una más. Pasar desapercibida. Tenía un máster en mentiras. Seguía celebrando la navidad, por supuesto.
Con dieciocho años estaba viviendo una vida que no era la mía. ¿Vamos a tomarnos unas cervezas? Me encantaría ir de fiesta con vosotras, ¿nos fumamos unos pitis?
A los diecinueve conseguí todo lo que siempre quise y perdí el brillo de mis ojos. Tuve mi primer grupo de amigos. ¿A los cuantos días de haberles conocido tenía que encajar? ¿Cómo? ¿Seguía sin ser española? Mi nombre tampoco es tan difícil de pronunciar. Si no es eso, entonces qué es. Si escucho reggaeton y no voy los veranos a marruecos. ¿Qué más necesitáis que haga?
A los veinte me quedé sola. Empecé la universidad. ¿Era ya una mora diferente?
Me puse el velo. Por primera vez sentí que era yo misma.
Hice un grupo de amigas. Mi sueño se había materializado. ¿He encajado ya?
Ponte un turbante mejor. Deberías cambiar tu forma de vestir, es un consejo solamente.
Si no vas a salir de fiesta no vengas a cenar con nosotras. Te ofendes por todo, míratelo.
A los veintiuno me volví a quedar sola. Esta vez sí que no era culpa mía, ¿o si? Me subí en el tren, y por primera vez, me insultaron a la cara por ser musulmana. Ya me lo advirtió mi madre. Joder, qué hago llorando. Madura de una vez, pasa de las miradas.
A los veintidós, muy a mi pesar, lo llamé por su nombre. ¿Era esto racismo o paranoia?
Intenté volver a ser yo. ¿Alguna vez lo había sido?
Rompí muchos estereotipos. ¿Cuándo me iba a sentir suficiente?
Si te quejas de tanto racismo quítate el velo, o mejor aún, vete a tu país. ¿Qué país?
Fui a mi primera entrevista de trabajo. Vi muchas caras de sorpresa. Volví a tener ocho años al sentirme fuera de lugar. ¡Eres perfecta para el puesto! Ah, que llevas velo… ¿no te lo puedes quitar? Lo sentimos, hemos encontrado a otra persona.
¿Era este el futuro laboral que me esperaba? Ya no quería ser una mora diferente.
Las chicas como tú parecéis muy sumisas, deberíais revelaros.
¿Revelarme contra el racismo institucional y social?
No, revelarte contra los hombres que te obligaron a taparte.
A los veintidós cambiaron muchas cosas. Cambié yo, y cambió mi entorno.
Seguía sin encajar. Y no me importó.
Con veintidós entendí muchas cosas.
Me enorgullecí de mis raíces. De mi religión. Y de mi nombre.
Quizás el mundo no había cambiado, pero yo, ya no quería llamarme Marta.
Halima Achab Touil