Afroféminas

Vida

Foto de Helen King

Conocí a Lisha limpiando habitaciones de piso en Barcelona. << ¿Quién me iba a decir que sería una Kelly cuando aterricé?>>, me dijo una vez sonriente y agotada mientras intentábamos alizar las sábanas blancas de algún turista perdido por la ciudad condal. Lisha tenía los ojos más grandes que había visto jamás. Grandes, vivarachos, y tristes. Los ojos más tristes que no he vuelto a ver. Lisha me contó que eligió ese nombre en honor a su madre. <<Mi mamá siempre decía que yo venía a hacer grandes cambios, que debía estar atenta a todo y nunca separarme de ella, era una mujer hermosa, aún conservo en la memoria el olor a tierra mojada y a quraac para desayunar>>.

Quien le iba a decir que unos años después sus manos se soltarían para siempre. Con el tiempo y mucha paciencia, todas las barreras que aquella mujer de cuello empírico y piel tersa se había puesto, comenzaron a menguar y me vi siendo participe lejana de su historia, y la de miles de otras mujeres en situaciones parecidas. <<Me di cuenta de que tenía que irme de Somalia el día que se llevaron a mi hermana y le hicieron la ablación genital, murió una semana después, no pudo soportar los dolores y las fiebres. No quise imaginarme que me harían a mi si sospechaban que era diferente>>. Lisha, su madre, y dos hermanos cruzaron el mediterráneo, luego de un largo peregrinaje interno por los países vecinos buscando un sitio donde vivir en paz, huyendo del hambre, de la pobreza, del asedio de los grupos armados internos. En medio del mar, su madre y uno de los hermanos no pudieron resistir el duro trayecto, y sus manos se separaron para siempre en aquel cementerio sin ley.                                                    

Abdelahi tocó tierra en España con quince años; con la piel repleta de cicatrices respirando, por primera vez en su vida, libertad. Con el tiempo, Abdelahi, aquel chico que había visto tantos horrores se convirtió en la Lisha de ojos grandes, vivarachos y tristes. Los ojos más tristes que no he vuelto a ver. Aún quedan muchas Lisha en Somalia. Niños convertidos en armas mortíferas de matar. Mujeres que mueren víctimas de la mutilación genital femenina. Mujeres que nunca llegan a crecer, porque mueren en el camino a causa de la desnutrición y el hambre. Mujeres y niñas que son violadas y asesinadas por  soldados y disimiles grupos armados. Números, estadísticas hundidas en el cementerio más grande del mundo, al que seguimos llamando mediterráneo.                                                                           

Le perdí el rastro a Lisha cuando el trabajo y la vida nos separó. Nunca supe más de ella, y esas ganas indomables de pelear, de seguir viviendo. Pero me queda el anhelo de que allí donde esté, seguirá deleitando con esos ojos inmensos, y ese estoismo perseverante de no dejar de ser, jamás.


Dayna Catá

‌Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.


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