Es posible que les suenen los nombres de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez o Matías Ramón Mella asociados a la independencia de la República Dominicana. Sin embargo, poco ha trascendido el papel que jugó María Trinidad Sánchez en alcanzar la soberanía del país caribeño, por el que dio la vida.
Este pasado 27 de febrero se recuerdó a la mujer que confeccionó con sus manos la primera bandera nacional de la isla, junto a Concepción Bona, otro nombre que la memoria colectiva ha olvidado, y que, sobre todo, posibilitó la autodeterminación de los dominicanos.
Nacida el 16 de junio de 1794, era hija de Isidora Ramona y de Fernando Raimundo Sánchez y descendiente de esclavos.
Aunque se sabe poco sobre su infancia y juventud, se identifica su figura con una mujer culta, defensora de las causas justas y profundamente religiosa, y una figura clave en la educación inicial de Francisco del Rosario Sánchez, su sobrino y uno de los llamados padres de la patria.
Durante el proceso independentista formó parte de La Trinitaria, el movimiento que reivindicaba la Independencia Nacional dominicana. Resguardó y protegió a muchos perseguidos, efectuó labores organizativas en medio de la batalla, e, incluso, cargó y preparó ella misma cartuchos de pólvora durante la contienda en la puerta de la Misericordia, pero, sin duda, uno de los hechos que más llamamos la atención de su lucha activa es haber muerto antes de confesar y delatar al grupo de patriotas que buscaban la libertad de su pueblo, entre los que se encontraba su sobrino.
Muere fusilada el 27 de febrero de 1845, un año después de que se declarara la Independencia Nacional, sin poder ver a su pueblo verdaderamente libre de cadenas.
Después del triunfo de los separatistas, se integró en los movimientos conspiradores que surgieron para derrocar al gobierno de Pedro Santana, que tenía claras intenciones anexionistas. En su casa albergó a gran parte de los líderes de la conspiración, ya que su deseo fulgurante era conseguir que los trinitarios exiliados pudieran volver al país. Pero el gobierno conoció estas intenciones y María Trinidad fue una de las primeras personas apresadas, entre otras cosas porque era la única conocedora del escondite de su sobrino, Francisco del Rosario Sánchez, a quien trasladaba las comunicaciones que le enviaban, pero de quien jamás reveló su paradero. “Ellos son más útiles que yo a la causa de la República. Prefiero que los ignoren y se cumpla en mí la sentencia”, cuentan que pronunció en aquellos duros momentos.
Tras una dura tortura para que delatara a sus compañeros, le dijeron a elegir entre morir o acusarlos. Ella prefirió la muerte a cambio de la causa. De hecho, cuentan que mientras caminaba desde la Fortaleza Ozama hasta el cementerio, donde sería fusilada, al pasar por la Puerta del Conde, exclamó: “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República”.
El asesinato de María Trinidad, disfrazado de mandato judicial, fue el primero de muchos crímenes perpetuados a todos los que se rebelaban en contra del gobierno anexionista. Además de ella fueron también fusilados su sobrino Andrés Sánchez, hermano de Francisco del Rosario, Nicolás de Barías y José del Carmen Figueroa.
Por su valentía y lealtad, sus restos fueron trasladados a la capilla de los inmortales de la catedral de Santo Domingo y actualmente se encuentran en el Panteón de la Patria.
Hoy se la considera en el país antillano la primera víctima del crimen político en la historia republicana y el mayor ejemplo de liderazgo femenino de su época. Y, desde 1961, lleva da nombre a una de las treinta y dos provincias en que se divide República Dominicana, situada en la región norte, aunque muchos isleños, lamentablemente, eno sean capaces de reconocer de dónde o a quién perteneció primero.
Otras mujeres que la historia ha silenciado fueron Juana Saltitopa, “La Coronela”, que en la batalla del 30 de marzo alzó su machete contra el general Pierrot y trabajó como enfermera durante la pelea independentista; Rosa Duarte y Diez, que actuó en obras teatrales clandestinas que buscaban crear conciencia y recaudar fondos para la contienda; Concepción Bona, que entregó a Francisco del Rosario Sánchez la bandera de la república; y Baltasara de los Reyes, que ocultó al fugitivo Juan Pablo Duarte y tomó las armas durante la guerra.
Natalia Ruiz-González