Pensar en todas las formas de transformar la realidad social, en general, nos lleva a ver en esta inmensa tarea el protagonismo de los jóvenes, actuando en las redes sociales. Hasta el día de hoy, no he visto, leído ni escuchado nada que haga referencia a aquellas personas consideradas maduras, que se hacen cargo de la escena en los procesos de transformación de la realidad concreta. Es como si todos vivieran felices su retiro, bailando un bolero las tardes de la semana o deprimidos por una serie de enfermedades, mirando noticias de televisión que ni siquiera causan más asombro, porque está en el ritmo de esperar lo inevitable, el final como el único atisbo de futuro que es diario y no más allá de hoy.
Los jóvenes son exaltados, no hay problema en términos de aprovechar el proceso de transformación, sin embargo, no están fuera de un largo camino pavimentado por antepasados y antepasados que gestaron y emprendieron luchas por la justicia, ya sea racial, social, de género, entre otros.
En gran medida, percibo que la agenda occidental polariza e incluso antagoniza el supuesto anacronismo al elevar una cierta mentalidad binaria, joven, contemporánea y extemporánea, como si nosotros, los maduros, no pudiéramos volver a significar los procesos de lucha que siempre hemos emprendido y estar al lado de ellos.
¿Lo nuevo necesita llegar? Definitivamente sí. Sin embargo, no en detrimento del conocimiento forjado en la práctica, en la producción de conocimiento, en las diferentes formas de pensar y forjar una realidad en la que nos encaja y no se considera como cosas / bienes que tienen obsolescencia programada. Repito: este es Occidente con su pensamiento y actuación, rápido, consumible, individualista, narcisista.
El movimiento de los blogueras negras discute la estética negra desde la manipulación del cabello rizado, la compra y la experimentación de líneas de productos específicos, el corte, en resumen, una gramática que se elabora en este intenso movimiento de afirmación, apreciación y reconocimiento de la belleza negra. Sin embargo, en una búsqueda rápida en Internet, encontramos canales masivos de mujeres negras jóvenes y me pregunto: si no soy joven, pero tengo 50 años, ¿tampoco es posible pasar por el proceso de construcción en la valorización de mi estética negra? ¿También deseo, a través de elementos de identificación racial, como el color de mi cabello y mi piel, cuestionar y reinventar mi proceso de construcción de mi conciencia racial negra? Si puedo.
Es como si las mujeres negras mayores no tuvieran la capacidad de querer cambiar también. Cambiamos porque muchos de nosotras pasamos años usando transformaciones químicas o mecánicas del cabello, avergonzados de su color, no teníamos acceso al enorme volumen de información y debates en los campos racial y de género. Aquellos que «han pasado la edad», hacen un movimiento Sankofa, miran hacia atrás y replantean sus cuerpos, entendiéndolos como territorio, sin separaciones, tal como lo hacen este mundo moderno y occidental. Deseo pensar en el cuerpo como un territorio y, como tal, trae consigo todas las pluralidades, todas las posibilidades de su reinvención.
Carmen Gonçalves
Educadora. Master y Doctora en Educación – Trabaja con temas étnicos-raciales y educación antirracista.