Hadilla y Montse se llaman hermanas desde pequeñas. Pero no nacieron de los mismos padres ni llevan los mismos apellidos. Su hermandad traspasa los convencionalismos y se posiciona en ese abrazo eterno, que decides darle a una desconocida, con la que compartirás lazos de complicidad y amor electivo. Han elegido ir las dos a la misma universidad, en un pacto de seguir manteniendo esa alianza indestructible. Montse puede cumplir su sueño. Hadilla se queda rezagada en el camino, porque al monstruoso racismo institucional, no le importa que haya nacido también en Europa. Sigue siendo invisible y marginada, sin la carta de dudoso albedrío, a la que llamamos estatus legal.
Cuando hablamos de discriminación positiva, el concepto a priori, y sin profundizar, nos presenta un oxímoron bastante difícil de disimular. ¿Pero qué significa? Sus orígenes se remontan a Estados Unidos y la opresión racial que vivían durante siglos, gran parte de su población. Es el concepto que se utiliza para describir una política social que se orienta a mejorar la vida de aquellos grupos que han sufrido históricamente discriminación. Tanto racial, como étnica, sexual, religiosa y (o) social.
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Al poner discriminación positiva en la palestra, suelen suceder varios escenarios. Los que nunca habían escuchado el término, pero lo habían vivido directa o indirectamente. Los que están a favor. Los que están en contra. Lo que está clarísimo es que nadie es indiferente a un tema tan complejo.
Cuando me enteré de su existencia, términos, y características, me adentré en el tema por curiosidad obvia. Mirándolo desde mi punto de vista, nunca me ha gustado que me den nada hecho. Como mujer empoderada, totalmente independiente, todo lo que he ganado ha sido a costa de mi sacrificio, y al de la lucha de todas las mujeres que me antecedieron. Y, aun así, razono, he sufrido tantas trabas en todos los ámbitos, que no puedo evitar pensar, como hubiera sido mi vida, si la discriminación positiva le hubiera dado un buen puñetazo al racismo institucional.
Pienso en mis hermanas racializadas, que no han tenido los mismos privilegios, mujeres que el patriarcado ha cercado y no las ha dejado acceder a una educación libre y completa, a una sanidad decente y sin censuras, a una calidad de vida social integradora en general; y me parece más que necesaria, justa. La meritocracia entra en juego en esta partida, no seamos ilusas, por mucho que nos duela, no existe, al menos no para las minorías. Las mujeres, siempre estaremos en desventaja en muchos puestos de trabajo en comparación con los hombres, incluso con el mismo nivel de formación y estatus socioeconómico. Si a eso le añadimos, el color de la piel, la procedencia, la opción sexual, la ideología, la historia se pone aún más triste. La discriminación positiva promueve una equidad real.
Yo quiero que mis hermanes negras, trans, latinas, gitanas, discapacitadas, musulmanes, migrantes, neurodivergentes, pertenecientes al colectivo LGTBIQ, con la misma formación o más, tengan un hueco en aquellos espacios, que les blanques y los hombres, han ocupado durante siglos. Y quiero que aquellas, que aún no han alcanzado todo su potencial, puedan de esta manera romper, quemar, y tener, por fin, un camino donde haya eco como plataforma para alzar la voz.
Hay miles de Hadillas en Europa y el mundo entero. Yo he sido una durante mucho tiempo. Pero gracias a los beneficios de la discriminación positiva, hoy puedo entrelazar estas palabras y contar su historia abriéndose paso con fiereza tenas, mientras esquivaba las trampillas del capitalismo y el racismo. Hoy, estas dos mujeres son socias fundadoras de un bufete de abogadas, al que han puesto el nombre de: Akhawat.
Dayana Catá
Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.
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