Imagínense la siguiente escena: Dos docentes dictando un taller de capacitación acerca de derechos humanos, la dimensión étnico racial y el enfoque interseccional en las políticas públicas dirigido a un grupo numeroso de funcionarios municipales y concejales vecinales de un municipio de la ciudad de Montevideo. Los docentes son una mujer y un hombre afro.
Todos y todas las asistentes se muestran interesadas, concentradas, algunas más reflexivas y abiertas a la problematización que otras, pero todas van asintiendo con la cabeza al son de nuestra charla, bajo una escucha al parecer activa. Cuando de repente irrumpe en el aire una pregunta (también podría interpretarse como cuestionamiento) frente a los tipos de racismo y cómo identificar sus manifestaciones estructurales en la cultura uruguaya:
“¿Pero ustedes, van pensando así todo el tiempo?”
Exclamó un hasta entonces, callado participante.
Su tono desafiante, descreído y altanero imposible de soslayar sobre todo porque él mismo no quiso esconder, nos reafirmó la (falsa certidumbre de) supremacía de la blanquitud.
O, como le decimos las personas afro: el terror blanco. Pero esta vez, no por que las personas blancas tengan miedo a una revuelta bélica en su contra, sino por que tienen miedo a que desatemos el epistemicidio de la blanquitud y sus privilegios.
El privilegio de cuestionar mi propio testimonio, el testimonio de quien vive y experimenta cotidianamente el racismo.
Esa es una de las tantas formas de expresar racismo: anteponer la incomodidad que les genera hablar u oír del tema y aunque no estemos hablando de alguien en particular ni señalando con el dedo saben que estamos describiendo sus propias actitudes, se ven reflejados en nuestras palabras y eso, los saca de una zona de confort en la que quizás nadie nunca logró entrar, hasta esta clase. Y allí comienza el ciclo: parecen reconocer la existencia del racismo, dicen estar en contra, asienten, asienten, asienten, hasta que se ven a sí mismos reproduciendo prácticas racistas y comienzan defensivamente a elucubrar argumentaciones que minimizan toda forma de racismo por que quizás es un “error”, no se quiso decir así, que no fue con mala intención, que siempre se dijeron esas cosas y una debe acostumbrarse, que no son racistas porque tienen amigos, amigas o parejas afro (ridículo argumento!! ya sabemos que no basta con no ser racista, hay que ser antirracista!!). Señoras y señores, he aquí la fase de incomodidad. Generada por el autorreconocimiento, el racista frente a su propio espejo.
Acto seguido, una debe levantar el nivel de la reflexión porque claramente se ha perdido el foco e intenta elevar el análisis con teorías, evidencias, comparaciones, como para mostrar el cuadro completo ¿y qué hace el racista? pues, primero, te pregunta ¿estos datos de donde son? o ¿Cuál es la fuente de esto? y la pregunta estrella en toda clase ¿esos datos son de acá?!. Vemos aquí la fase de negación.
No sólo minimizan y vapulean tus propias experiencias, aquellas que cuentas porque tienes las suficientes fuerzas internas, herramientas resilentes y sentido común como para compartir algo íntimo, doloroso y a veces traumático apostando a su comprensión, desarme y erradicación. Sin embargo lo que encuentras son caras de sorpresa que rápidamente se convierten en corazas y argumentos sacados de abajo de la manga cual salvavidas para no ahogarse en la evidente verdad.
Hace unos días en el mismo contexto con una compañera esta vez, se repite la historia: hombre, blanco, adulto, profesional se presenta al curso (tarde, vale decir) y luego de hora y media en la que primó su silencio, pero también sus ademanes faciales que me advertían algún comentario incendiario a la vuelta de la esquina, el tipo levanta la mano y nos dice: “la verdad, todo esto, me resulta incomprensible. No entiendo qué tiene que ver la esclavitud con las políticas públicas, cómo me ayuda a mí saber todo esto y escucharlas hablar de todo lo malo y horrible que fue esta historia”. Modo supremacía blanca mode on. Actitud androcéntrica, eurocéntrica, occidentalocéntrica que se manifiesta en el mandato de “haz lo que te digo, por que es lo único válido”.
“Yo creo, y es mi opinión, que está mal encarado el tema. Ustedes deberían empezar por lo que sí se debe hacer, no por lo que no, siempre es no, no, no, no se puede, no se debe, está mal, todo muy negativo.” Fase whitesplaining on.
Y, como si esto fuera poco, se siente tan cómodo en sus privilegios y es tan clara tu situación ante su mirada de “no tan legitímamente profesional” que es capaz de darte consejos de cómo articular los módulos del curso para que sea más útil y quede menos anclado en el pasado: “ya pasó, todo esto ya pasó. No digo que no sea terrible, es que seguir siempre hablando de las mismas cosas, de lo trágico y de lo feo lleva a asentar la idea del racismo y no a erradicarla. ¿Cómo vamos a superar el racismo hablando de él?” Fase negación modo on. Obvio: las personas afro aquí o en la quebrada del ají (dicho chileno) nunca somos reconocidas como parte de la población nacional, no somos nativas, no se nos reconoce autóctonas. La extranjerización de nuestras existencias es una constante, y que esa extranjerización venga cargada de valoraciones negativas, de racismo, negación, discriminación, dice mucho de nuestras poblaciones y sus formas de sociabilidad. Es también una estrategia de reproducción del racismo local pues, el problema nunca es nuestro, nunca es de acá, nunca somos nosotros sino los otros, los de más allá.
“Es más, gracias a ustedes se me ocurrieron cosas racistas que hasta hoy nunca había pensado, por eso te digo que hablar de esto sólo fomenta que se siga dando, con esto lo que haces es dar ideas nuevas para ser racista” Fase revictimización modo on. Típico: denuncias racismo o discriminación étnico-racial y lo que recibes son miradas escépticas, desconfiadas, ridiculizantes. Preguntas cómo : ¿no será que estás estresada? ¿te levantaste peleadora hoy? ¿no será que estás exagerando porque estás sensible? que pretenden poner en tela de juicio tu integridad bio-psico-social.
Y así comienza el ciclo… otra vez. Por suerte siempre es uno en cuarenta, y en este último curso que menciono, habían tres funcionarias que habían realizado el curso hace muy poco tiempo y volvieron sólo con el propósito de profundizar algunos temas que les parecieron interesantes y por ser primera vez que los escuchaban y pensaban, apostaron a sumergirse en ellos nuevamente. Ellas nos sacaron por momentos, la responsabilidad de tener que responder a este participante, nos dieron tiempo de recobrar el aire, de recomponer la actitud técnica y no perder el foco de la discusión. Gracias sororidad!!
Beatriz Ramírez Abella, mujer afrouruguaya, activista política que ha ocupado cargos de jerarquía ministerial en nuestro país, se ha referido al sexismo y el machismo como un entramado sólido y de alta penetración, un sistema de opresión material y simbólica, Nunca mejor dicho. Así exactamente es como se viven estas situaciones. Cuando te ves enfrentada a responder lógica y coherentemente prácticas, actitudes y pensamientos netamente irracionales, incoherentes y sin lógica, cuando sos la responsable de desentrañar la explicación de cuestiones que no tienen explicación y aunque lo logres todo lo que digas será usado en tu contra por que al fin y al cabo no sólo estás hablando de algo que aparentemente no existe y te lo estás inventado, sino que además sos una persona afro enunciándolo desde lugares que no están predestinados para que tu los ocupes: no baste con ser profesional, especialista, o simplemente alguien con 32 años de negritud y experiencias de discriminación a cuestas. Ni aunque lo parezcas. Tu existencia es suficiente para negar aquello que no se quiere ver.
Kabenguele Munanga antropólogo y profesor afro brasilero/congoleño plantea “que este problema exista (el racismo) hoy en nuestro mundo contraría el principio de la solidaridad humana y de la humanidad. Evidentemente no tenemos soluciones fáciles como no tenemos recetas de combate, por que se trata de un fenómeno tan complejo y tan dinámico en el tiempo y en el espacio que es difícil encontrar una única definición como es difícil encontrar una única receta de combate, y como no existe una manera fácil de abordar este asunto, yo prefiero comenzar con las preguntas aparentemente simples y elementales, como ¿qué es la raza? ¿que es el racismo? ¿como se manifiesta el racismo?, entre otras”
¿Cómo desentrañar el enmarañado sistema de opresión racial, si no logramos que la sociedad acepte problematizar estas cuestiones?
Nuestras sociedades, nuestros países se levantaron a partir de nuestro genocidio y nuestro epistemicidio, y esos actos continúan siendo, de manera sistemática y permanente parte del día a día de nuestras interrelaciones, de nuestros contratos sociales como sociedad, no tan en el fondo, algo huele mal.
Fernanda Olivar
Antropóloga Social
Especialista en Políticas Sociales
Integrante del colectivo Diálogo Político de Mujeres Afrouruguayas y del colectivo Mujeres y
discapacidad.
Docente universitaria y tallerista en afrodescendencia y derechos humanos.