Negra, pobre, religiosa, solidaria y del llamado “Tercer Mundo”. Paciencia Melgar. Las enfermedades no distinguen de raza, de “papeles”, de religiones, de edades, de “Mundos”. La solidaridad tampoco.
Quizás será que todos en el fondo sentimos igual, actuamos igual, en fin, vivimos igual. O quizás esté equivocada, y tan sólo piense así para justificar mi modo de sentir…
Actualmente vivo en Estados Unidos, por motivos de estudios. Este verano, días después de tomar el vuelo de Guinea a España, viendo las noticias me enteré que se estaba muriendo gente en África a causa del ébola. Acostumbrada a aquel eco que transporta mala nueva, ni me inmuté. No habíamos salido de la masacre en Gaza y ya estábamos hablando de las 200 niñas secuestradas en Nigeria. Y no habíamos asimilado el dolor de aquellas madres, aquellas familias, cuando llegó la noticia del ébola. Recordándolo bien, sí… sí alcancé esbozar un pensamiento, “Madre mía! En qué mundo nos ha tocado vivir”…
Pasaron los días, semanas y seguía sangrando África, el ébola se estaba extendiendo. Recuerdo que dediqué un segundo de mi vida a pensar “pobre gente”… Luego sonó Liberia, y yo seguía diciéndome “pobre gente”… Después Sierra Leona, y pensé “Ah! Mi cuñado es de esa tierra. Pobre de su familia, ojalá no les haya tocado”. Minutos después me sorprendí pensando en la familia “Familia… la mía está en Guinea”. Tomé el mapa, y aunque sabía que entre Sierra Leona y Guinea Ecuatorial hay cierta distancia, quería estar segura de que mi gente estaba a salvo, lejos del peligro. Miré el mapa, y aparentemente sí que hay distancia. Pero seguía inquieta, preocupada. Pensé en nuestro mundo globalizado, donde las fronteras tan sólo son barreras para algunos; Pensé en el caos y la desesperación, en ese estado cualquiera estaría dispuesto a lo que sea por sobrevivir y yo no me veía condenándole “yo haría lo mismo” y, finalmente, pensé en la mala mezcla de la miseria o penuria, sentimiento de injusticia, insatisfacción laboral y la ignorancia, en esas circunstancias cualquiera aceptaría un soborno y dejaría pasar a quien sea, infectado o no, sin pararse a pensar en cuánto mal podría hacer a todo un pueblo, con tal de dar de comer por unos días a su familia. Y tampoco le condenaría, “¿Quién se para a ver más allá del hambre cuando se le ofrece pan? Claro, no le da tiempo a ver si esta envenenado o no, ¿caducado quizás?… No, a buen hambre no hay pan duro”. Sí, estaba dedicando tiempo de mi vida a reflexionar sobre el ébola!!! Me había dado cuanta que sí que era un peligro y quería saber más de la enfermedad y su evolución. Recuerdo que durante varias semanas procuré no perderme la noticia sobre el avance del ébola.
Y uno de esos días salió Camerún, luego Nigeria y mi corazón empezó a agitarse cada vez más rápido, “Está muy cerca de Guinea, demasiado cerca. Hay de mi gente!”… Hasta que llegó. Me enteré del caso Pajares y las monjas que lo acompañaban, dos eran de Guinea Ecuatorial (todos ellos religiosos de misiones en Liberia, habían estado en contacto directo con los enfermos hasta que se infectaron Pajares y Sor Paciencia Mergal. Todos estaban en peligro). Y sentí de cerca el ébola, Sor Paciencia, Misionera de la Inmaculada Concepción fue mi tutora cuando estuve de interna en el Colegio Santa Teresita de Malabo. Y se me pasó de todo por la cabeza, recordé nuestros tiempos en el internado. Todas las exalumnas y alumnas desde diferentes puntos de la esfera terrestre estábamos hablando del tema. Y se unió la comunidad para pedir por la vida de Sor paciencia, y la de sus hermanos religiosos que estaban dando sus vidas por el servicio al prójimo. Fueron días largos, de espera interminable. El túnel se hacía cada vez más oscuro, su vida se apagaba cada día a la luz de un nuevo sol y con ella sentía mi voz ahogarse en oraciones. Hasta que llegaron ecos de esperanza, una luz al final del túnel, una tabla de salvación. Un avión. El gobierno español había dispuesto un avión equipado para repatriar a sus enfermos.
Recuerdo que se armó un gran debate en España por la idea de rescatar vidas contaminadas en Liberia. Se oían diferentes opiniones, algunos estaban de acuerdo, otros sin embargo rechazaban rotundamente la idea. Recuerdo entonces pensar “qué gente tan desalmada y egoísta. Piensan así porque no se trata de sus familiares, no tienen vida por la que temer. No pueden ponerse en lugar de otros”. Algunos se preguntaban ¿sobre quién iba recaer el peso económico de la repatriación? Y yo pensaba “¿No es suficiente pago el que esa gente haya puesto su vida en peligro por ayudar a otros?”. Otros tenían miedo de que llegara el ébola a España y se pusiera en peligro la vida de muchos tantos por querer salvar a unos pocos. Y en cada opinión negativa sobre el tema, se alejaba mi esperanza y con ella la vida de Sor paciencia.
Y por fín, el avión aterrizó en Liberia y despejó portando tan sólo dos vidas, la de Pajares y la de otra monja más de nacionalidad española y origen ecuatoguineano, Misionera de la Inmaculada Concepción. España había ido por sus ciudadanos, sólo españoles. Sor paciencia era ecuatoguineana, entonces sentí su nacionalidad como el dedo que baja el interruptor apagando la luz. Yo sentí que la estaban condenado a muerte por no poseer un papel “Por un trozo de papel ¿Si podían trasladar a dos qué costaban dos vidas más?”. Y me sentí indignada, decepcionada y frustrada. De nuevo sin luz, sin tabla y casi sin esperanzas, “No queda más que orar” pensé.
Recuerdo que cuando estaba volviendo a los Estados Unidos, Pajares estaba luchando por su vida en España y Sor Paciencia estaba en lo mismo en Liberia. Por suerte la otra monja repatriada junto con pajares no se había infectado. Pero Sor Chantal no pudo no pudo robarle el boleto de la vida a la muerte y se nos fue (Sor Chantal había sido abandonada en Liberia, junto con Sor Paciencia, las dos enfermas).
Llegué a E.E.U.U. y ni se murmuraba sobre el ébola, hasta que unos días después se registró un caso en Dalas. Recuerdo bien que cuando se abrió el debate en mi clase, muchos ni habían oído hablar del ébola, otros culpaban a los negros de áfrica. Muchas opiniones se dejaron escuchar, de entre todas hay una voz que se me quedó grabada en la memoria, la de aquel chico, sigue resonando en mis oídos hasta hoy, me dijo que era bueno para los africanos que ébola llegase a los Estados unidos pues siendo así pronto habría cura. Le respondí que en este mundo tan globalizado era poco inteligente pensar que los problemas de allá no podrían afectar a los de acá. Y seguí pensando en Sor Paciencia.
Semana después al abrir mi Facebook me sorprendió una foto de Sor Paciencia, “Dios mío te la has llevado!” pensé. Leí el titular y ponía LAS ENFERMEDADES NO ENTIENDEN DE MUNDOS, LA SOLIDARIDAD TAMPOCO. Seguí leyendo y qué alegría, “Se dio el milagro” Sor Paciencia había ganado la batalla contra la muerte. Y cuál fue mi asombro, recién convaleciente, ella había sido requerida por el Gobierno Español para viajar a España a colaborar en la cura del padre Pajares. La mujer que semanas antes habían abandonado en África estaba siendo requerida para sanar a otros en España, “Necesitaban su sangre de la negra para crear un suero que cure al blanco”. Y ella viajó a España, desgraciadamente no llegó a tiempo para curar a su hermano Pajares pero su sangre sirvió para curar a una de las enfermeras de Pajares que se había contraído el ébola.
El periódico El Mundo califica de “milagroso, misterioso, enigmático, incógnito, o de difícilmente inteligible” el caso de Sor Paciencia y opina que “esta actuación del Gobierno español puede resultar jurídicamente discutible. Porque la asistencia consular (o, en su caso, la protección consular o diplomática), es la obligación del Estado de ayudar, de forma directa o a través de sus misiones diplomáticas o consulares, a sus nacionales en situación de necesidad en el extranjero, y que el concepto de nacionales no solo se refiere a personas físicas, sino también a morales. La Hermana Paciencia Melgar Ronda, creemos, habría estado ejerciendo su noble misión humanitaria en Liberia como miembro de una congregación religiosa reconocida como persona jurídica en España, y en cuya virtud debía haber tenido un trato igualitario aunque no tuviera nacionalidad española como persona física, más aún sabiendo España que el sistema sanitario del país de su nacionalidad –Guinea Ecuatorial– es lo que es: un desastre total”.
Curioso el caso de la Hermana Paciencia Mergal, pero tan real como el miedo que pasé. Durante días el ébola estaba sonando en mis oídos y sí lamente por esas miles de vidas pero realmente tuve miedo cuando me tocó de cerca. Al pasar el peligro me siento egoísta, individualista, hipócrita. Ya casi me olvido del ébola, no sé de cuántos más siguen muriéndose. Sé que Sor Paciencia está bien. Creo que escribo esto para restar un poco de esa culpa, me gustaría compartir contigo la historia de sor paciencia, y que me ayudes hacerla llegar a muchos más. Pero sobre todo, quiero compartir su espíritu de solidaridad. En internet encontrarás más cosas sobre esta historia. Periódicos importantes de España han escrito sobre ella, El Mundo, El país, etc. También hay publicada una rueda de prensa que dio ella en España, donde en vez de reprochar sobre el abandono que sufrió sigue dando gracias porque le hayan dado la oportunidad de salvar una vida.
Que no pare de sonar el ébola, y ojalá la cura de esta y muchas enfermedades que azotan el mundo esté en manos de gente solidaria que no sólo piense en sus intereses económicos sino además en el regalo de la vida.