Mi pelo, mi color de piel, mi complexión o mis orígenes siempre estuvieron muy presentes en la manera de relacionarme con el mundo, sin embargo, todo esto causó desde un principio en mí una crisis de identidad que yo no sabía que estaba pasando hasta hace no mucho.
Nací en Gran Canaria siendo mi madre canaria y mi padre cubano. Siempre he vivido en Canarias, con mi familia materna y relacionándome en gran medida con personas de nacionalidad española, por lo cual, cuando a mí me preguntaban por mi origen decía “soy canaria”, por ende, española. Sin embargo, esto no era tan fácil de asimilar por el resto.
Cuando empecé en el colegio con tres años y mis compañeros veían mis rasgos racializados, ya sea el pelo rizado o mi tono de piel más moreno, estos me preguntaban por mi origen y respondía como siempre “soy canaria”, pero horas después al ver que me recogía a la salida mi padre, siendo cubano, escuchándole hablar por ejemplo me preguntaban por él y decía que sí, que mi padre era de Cuba pero que había yo había nacido aquí. Esto provocó el inicio de comentarios del tipo “Tú no eres española, tú eres cubana”. Esto en un principio me dejaba desconcertada ya que, con tan poca edad, no sabía cómo manejar la situación y toda la percepción de mí misma que había adquirido en casa, ahora estaba siendo cuestionado por mí misma.
Seguí creciendo y seguí experimentando situaciones que ponían en duda mi origen y lo dotaban de connotaciones negativas. Adultos que se referían a mí como “la cubanita”, en vez de por mi nombre, comentarios hacia mi pelo sobre lo raro que era y las preguntas jocosas sobre cuánto me costaba peinarlo, si tenía piojos y a continuación el comentario de “pues yo prefiero mi pelo” y más adelante, cuando me estaba empezando a desarrollar, me empezaron algunos a tenerme como fetiche para alcanzar la fantasía de estar con una mujer latina por la “fama que las precede”.
Todo esto me hizo mella y surgió la duda en mí de pensar en “¿entonces qué soy?”. Ya que, había nacido, crecido, convivido con personas españolas y adoptando sus costumbres como mías. Sin embargo, muchos me hacían ver como “extranjera” por tener a mi padre cubano. Acudía a lugares nuevos donde no conocía a nadie ,me presentaba, decía de qué barrio venía pero preguntaban e indagaban para buscar el origen de mis rasgos, como si la respuesta que les hubiera dado no hubiese sido válida.
Además de eso, crecí con un escaso nivel de representación. Abría las revistas, veía la televisión y admiraba a mis artistas favoritas, todas ellas caucásicas de pelo liso. Representaban el estándar de belleza del momento, admirado por las chicas de mi edad y también por mí. Altas, de melena ondulada, muchas de ellas con ojos claros… Mientras yo, de baja estatura, morena, de pelo rizado y ciertos rasgos racializados no encajaba ahí, por lo que consideraba no poseer belleza, a no ser que intentase parecerme a las chicas que estaban presentes en los medios.
Uno de los rasgos más significativos que intenté cambiar fue el pelo. Este era objeto de admiración y sorpresa para muchos. No estaba falta de comentarios como “qué pelo más raro”, “¿Te lo peinas? o “qué llamativo”. Muchos no lo hacían con mala intención, sin embargo, me encontraba cansaba tener que escucharlo durante tanto tiempo. Pero lo más que me dejó huella fue el hecho de que, me alisaba el pelo y los comentarios más sonoros eran “Qué guapa estás, estás más guapa con el pelo liso que rizado”, dándome a entender que antes no era guapa ni válida.
Estos comentarios y situaciones seguían desarrollándose con el tiempo y afectaron a mi autoestima, en una época como es la infancia y adolescencia donde la vida es muy difícil de llevar y nadie te enseña a hacerlo. Fue a raíz que fui creciendo, relacionándome con otras personas, informando y reflexionando sobre mi vida me di cuenta de muchas cuestiones, que me hubiera gustado haber sabido o que me hubieran contado.
La primera de todas es que, la sociedad tiene asimilado el término de “nacionalidad” como algo absoluto, en donde, o eres 100% español o no lo eres. Particularmente, considero la nacionalidad como algo propio, más allá de lo que ponga en tu documento de identidad. Es lo que forja tus costumbres, tu carácter, tu manera de ver el mundo y las personas con las que has convivido.
Otra de las cosas que aprendí es legitimar mi propia belleza, no compararme con el resto de personas cuyos rasgos, por su origen y parentesco, son distintos a los míos. Mi pelo rizado, mi piel morena y mi complexión son igual de valiosos que todos los demás. Ahora los luzco sin ningún tipo de reparo ni miedo, me he armado de valor y paciencia y he decidido empezar a aceptarme tal y como soy.
Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que muchos de mis prejuicios hacia mí misma vienen de la mano de la representación. Si hubiesen estado en las revistas, las películas, series de televisión chicas racializadas, mi crisis de identidad no hubiera sido tan grave. Cada vez son más las niñas y adolescentes negras que aparecen en los medios, dando visibilidad y mostrando, no solo que pueden ser admiradas por su belleza, sino también por sus capacidades y su talento
Y he aprendido a tomar calma cuando dudan de mi nacionalidad. Explico amablemente mis orígenes pero recalcando que nací y crecí en España y por ende, soy española, aunque sin renegar de mi herencia cubana, de la cual estoy muy orgullosa.
Me gustaría que esto llegase a más personas, no solo a las racializadas como yo para que sientan un punto de apoyo, sino además, al resto para que puedan conocer cómo nos sentimos y explicarles que comentarios y actuaciones pueden llegar a ser hirientes. Al final todo radica en la educación y por supuesto es posible un cambio en las mentalidades de jóvenes y no tan jóvenes, solo hace falta hacerlo llegar.
Hellen Perdomo
Estudiante de periodismo de 19 años, natural de Las Palmas de Gran Canaria, con ascendencia cubana.
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