El mundo se ha detenido. Todos nuestros planes se han chafado de un día para otro.
Algunas por ser migrantes, pese a no haber pasado por una experiencia tan complicada, tampoco fuimos como pollos sin cabeza a los supermercados a acaparar hasta las velas de cumpleaños. En el año 94 hice colas para alimentarme, sabía que cuando llegara de la universidad no habría luz, teníamos alumbrones en vez de apagones, tal como se solía decir en aquella época. De comer lo más probable que tendría sería una sopa con piel de plátanos porque el huevo que tanto odiaba, la carne, la verdura, todo desapareció de un día para otro y no estábamos preparados como ahora en España tampoco lo están. Y no, no vivía en África, sino en la Habana; esto puede pasar en cualquier sitio. En nuestro caso lo que ocurrió fue que el muro de Berlín hacía muy poco que había caído y con él toda nuestra estabilidad económica y nuestro sistema de valores y mi generación aún era muy joven como para saber por dónde tirar.
A esta experiencia yo le llamo privilegio migrante que no es otra cosa que las vivencias que hemos traído en nuestra mochila migrante y que por más que han sido subestimadas por los nacidos en Europa, la vida termina poniendo a todo el mundo en su sitio. Estas experiencias son las que nos ayudan a sobrevivir, a relativizar cuando hay carencias y sobre todo a encontrar soluciones y alternativas al poder.
Cuando llegas aquí, en mi caso hace ya años, te sorprende y hasta te deslumbra tanta abundancia: para limpiar se necesitan 3 ó 4 productos químicos, para lavar más de lo mismo, para venderte 4 manzanas necesitan envolvértelas en un plástico «chulísimo» o subirte el precio para el formato a granel.
Cuando veía a la gente acaparando por la llegada del coronavirus, me costó mucho controlar mi enfado: ignorantes, ignorantes e ignorantes.
Ignorantes que dejaron en cero las posibilidades de comer bien a muchos abuelos y abuelas. A determinadas horas sólo quedaba ternera de la más cara; ignorantes que barrieron con todo como si el mundo acabara; cuando en realidad es vuestro consumo irracional lo que acabará con todo.
Me queréis explicar por qué no había papel higiénico? Por qué no había artículos tan simples como pasta de dientes o leche??
La pregunta es retórica: sólo bastaron 4 vídeos sobre la pérdida de estos productos y medio mundo terminó manipulado.
La tienda de Afroféminas
En mi caso particular en vez de Mercadona, me fui a un Vivero. Recuerdo muy bien esos años 90 cuando los jardines privados llenos de flores en la Habana, pasaron a convertirse en pequeños huertos de boniatos; en el patio de mi casa había una mata de aguacate y nos sirvió para alimentarnos y para venderlos también. Eran unos aguacates grandísimos, los vendíamos a 12 pesos, qué pena que por aquí no se vean…
Dos días antes de que ésta locura del covid-19 llegara, planté tomates, cebollas, pimientos verdes, perejil y de tener más espacio hubiese comprado muchísimas más plantitas. Mi pequeñísimo balcón está hasta arriba y nadie imagina el placer que se siente recoger de tu propio huerto la cebolla, el perejil o el calabacín que luego te vas a comer.
Los huertos urbanos no son una moda, más bien son la perfecta solución para rebajar el excesivo consumo. Si todo el mundo los tuviese en casa de la misma manera que no prescinde de un sofá o de una tele, el mundo no se hubiese detenido tan abruptamente y tampoco hubiese aterrado a un grupo de personas de la manera que efectivamente lo ha hecho. Yo lo siento mucho, pero el capitalismo nos ha atontado.
Toca pensar seriamente, toca aprender de lo que está pasando. Si nosotros no paramos de contaminar, la naturaleza nos obligará a parar. Antes se decía esto e insultaban a lxs ecologistas. Vaya por delante que yo no soy ni ecologista, ni vegana, ni vegetariana, es decir no tengo años de lucha en estas cosas ni tampoco es mi objetivo. Yo solo soy una ciudadana y punto. A todxs esos faltones y faltonas hoy les digo: bienvenidos a la realidad, esto no es una peli de ciencia ficción. Hay que parar, repensar nuestros estilos de vida y volver a la simplicidad de la que saben muy bien nuestras abuelas, los migrantes, la gente de pueblo y toda aquella persona que ha pasado por grandes dificultades y han logrado salir de ellas. Romped con el falso mito de superioridad intelectual europea, hablad de «los otros» con más respeto y disfrutad de la vida con más humildad.