Son las cuatro de la mañana. Me despierta un correteo misterioso de chancleticas y frases entrecortadas. A lo lejos, siento el grito de mi vecina Nancy, llamando a su perrita Cuqui, que anda descompuesta, y hace como tres días que no pisa el barrio. Me río pensando en las aventuras de la cuquita, loma arriba, loma abajo. Y me acurruco en posición de feto,bajo el ronroneo melódico del ventilador.
Las seis y media me da un bofetón, obligándome a que deje la seguridad de las sábanas, bajo el olor hipnotizante de la tacita de café, que mi abuela me alcanza a la cama.
-Es el de la bodega ,m’ija. Está mezclado con un poquito de chicharo, pero creo que está bueno- se disculpa la señora, con dulzura y preocupación, esperando me sienta cómoda después de tanto tiempo.
-Es el mejor café que he probado en años gorda.
No miento.
Los chancleteos han disminuído y los gritos de alerta han cesado. Me pregunto a qué se debe tanto alboroto. Y es que Cuba es así ¿no?. Llevas tanto tiempo desconectada, que ya ni te acuerdas. Me reprendo, mientras me preparo un pan con mayonesa casera y un vaso de jugo de guayaba, para enfrentarme a aquel nuevo día. Hoy quiero ver el amanecer sentada en el malecón.
Desfilo toda la Avenida Carlos Tercero, y me decido por la calle G. Me trae recuerdos de antiguos amores y olores, y hoy me apetece cabalgarlos, con todo el romanticismo engañoso, que le regala el tiempo a la memoria. Por el camino me encuentro un señor mayor, recostado a un par de muletas, vendiendo papel, y algunas botellas que deduzco, son artículos de primera necesidad. Son las siete y veinte, le digo cuando me pregunta la hora. – “A ver como se presenta la lucha hoy”, murmura mirando a lo lejos- Me intereso por él. Y me percato, por primera vez, en medio de aquel intercambio sencillo, que aquel señor encaja perfectamente, con la decadencia bucólica que nos envuelve. Y a la misma vez no. Tendrá como mucho veinte años. Quiero preguntarle más; al señor mayor, recostado al par de muletas, que no es tan mayor, y que se camufla con el descascarillado de la pared rosa de fondo. Pero un silbido a lo lejos me interrumpe.¡Mulata! Si te caigo, no dejo ni los huesitos pa’ los perros. ¿El feminismo abrirá debate en algún momento, con la cubanidad y el lenguaje callejero de la Isla? No lo sé. Tampoco es mi prioridad en aquella mañana. Solo quiero ver el amanecer sentada en el malecón. Aprieto el paso, y justo cuando estoy alcanzando el olor a salitre, tropiezo de frente con una cola. GIGANTE. MAJESTUOSA.SOBERANA.
-¿Qué es lo que venden?
-El pollo y el aceite m’ijita-me replica una señora sudorosa, con cara de fastidio, como si viniera de otra galaxia.
-¿Y cuánto cuesta señora?
La mujer se interna en la masa colectiva, con los puños en alto, los dientes saliendo insurrectos por encima de la mascarilla y mi pregunta flotando en el aire. Oigo un grito de tenor, que se abre paso sin problemas en medio de la multitud.<< Señor haga la cola, llevamos aquí desde las tres de la mañana, huyendo al toque de queda, y escondiéndonos de los policías donde encontramos, para que vengan después tan fresquitos a colarse>>. Ahora entendí parte de la historia. Realmente vengo de otra galaxia. Dejo atrás aquel concierto atroz a la supervivencia y me dispongo a disfrutar. Quizás. De mi primer amanecer después de diez años, fuera de la Isla. Un guitarrista soñoliento me pasa por al lado. Está prohibido sentarse en el muro del malecón. Los dos lo sabemos. Los dos somos cómplices. Nos caemos bien en un instante. Y esa es la canción que me dedica mientras se sienta a mi lado. El estribillo estaba cogiendo fuerza,bajito, claro, que somos dos fugitivos, cuando siento la necesidad de hablar. Quiero preguntar. Necesito saber cosas. No lo puedo evitar. El guitarrista soñoliento, ahora inspirado, siguió cantando a desgarro aquel bolero de El Haragán. Sabe de mi urgencia por descubrir los misterios de esa Isla, de los que me he negado saber( a medias)en trece años, de auto destierro. Me sabe drogadicta de información. Todos en algún momento lo hemos sido, cuando de Cuba se trata. Qué cosas. Termina la última estrofa y me dedica una mirada estremecedora. Se avecina un nuevo chute. Todos mis sentidos de escritora (y cubana de otra galaxia, de vacaciones en la Habana) se ponen en alerta.
-Los cubanos somos gente preparada-me dice iniciando el diálogo- yo mismo soy graduado de la ENA, desde hace más de treinta años. Pero todos los músicos no llegamos a grandes. Y eso pasa en cualquier parte del mundo-acentúa esta última frase con malicia pícara-Así que me tengo que ganar la vida, cantándole a yumas perdidos, detrás de piernas contoneadas por el malecón, o tocando violines para la Caridad del Cobre.
Me hace un guiño de complicidad. Y esboza una sonrisa gigante y desdentada. Este hombre realmente me cae bien.
-¿Y a quien le hecho la culpa de eso mi niña?- continúa y ahora la mirada se le extravía por detrás del morro, lejos, pienso- Hay una cosa que se llama macrosistema, y contra eso, bueno…contra eso, hay factores externos e internos-susurra- que dificultan bastantes cosas. ¿Me sigues?.
Le sigo.
-Ahhh pero los microsistemas. Los microsistemas son cosas nuestras. Y de eso solo podemos hacernos responsables nosotros mismos. Yo podía haberme ido en los ’80 en una balsa, pero me dio miedo. No quería dejar a Catalina,el amor de mi vida por aquel entonces. Me daba pena dejar a mi madre sola, sabes. Así que me quedé. ¿Y sabes una cosa? – esperé excitada el desenlace- No me arrepiento. Tengo dos hijas negras preciosas,inteligentes y preparadas. Una es cirujana y la otra es psicóloga. Estoy muy orgulloso de ellas.
-Pero nunca se ha preguntado que hubiera pasado si…
-Pah Pah Pah- me interrumpió sin miramientos-Todos son »cubanologos». En cualquier rincón del mundo, hay alguien que se cree experto en la Isla. Incluso dentro hay gente que también lo cree. Y esta Isla es demasiado compleja para entenderla desde una sola visión. Incluso yo, que soy un viejo loco trasnochado, quizás no sepa ni lo que diga. Cuba hay que vivirla desde adentro. A pie, para que no se te escapen cosas.
Estoy en desacuerdo, creo que si sabe. Y pienso en mi, mientras el viejo se pelea con los acordes del Guayabero y en todas las veces que me he negado a hablar de Cuba. En todos mis sentimientos encontrados. En mi amor/odio. Que siempre fue más amor, desde el egoísmo en mi microsistema Egoísmo por amor a ese trozo de islote, que no entiendo, ni cuando vivía allí, aunque creía que si. Y solo me queda rendirme a ella, cuando el capitalismo me asfixia y termino sintiendo a medias. Siempre a medias desde (a)fuera. Siempre (in)completa desde dentro.
Son las ocho y media, el viejo músico, soñoliento,desdentado, y filósofo se despide, no sin antes invitarme a comer arroz con frijoles, picadillo y aguacate, hechos por Catalina, la mejor cocinera de toda La Habana.
-¿Pero aún sigue siendo su gran amor?-le grito emocionada.
-Como La Habana mija, como La Habana.
»Y ahora todo mi tiempo vivido, todo el amor que he soñado, parece haberlo encontrado,porque estás aquí a mi lado, y no quiero, y no quiero despertar».
Dayana Catá
Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.