* Este texto está basado en un artículo de Tetteh Hormeku-Ajei perteneciente a la serie ‘Reclaming Africa’s Early Post-Independience History’. Está publicado en Africa is a country bajo el título ‘A history of resource plunder’.
La pugna por los recursos naturales de África es una tónica que lleva reproduciéndose desde la colonización del continente y que continúa hoy por parte de las corporaciones transnacionales. El efecto, pese al paso de los años, continúa siendo el mismo: las economías africanas quedan sumidas en un subdesarrollo y son incapaces de satisfacer las necesidades de sus pueblos, mientras que los estados explotadores se enriquecen cada vez más.
Hubo un tiempo en el que los gobiernos africanos reconocieron este problema y crearon políticas para enfrentarlo. Antes del colonialismo, estos países estaban estructurados respecto a las necesidades internas de cada uno, tanto en el plano económico como político y social. Esto no quiere decir que no hubiese problemas interiores, conflictos o contradicciones internacionales, pero en general, las relaciones fueron moldeadas en favor de las demandas de los diferentes grupos sociales que convergen en África. Esta realidad se vio alterada con el comienzo del colonialismo ya que las normativas existentes hasta entonces fueron destruidas y transformadas. Se puso en marcha una nueva estructura en la que los bienes africanos se insertaron en el orden mundial, pero no como potencia sino como proveedoras de materias primas para el desarrollo de terceros -sobre todo, de la Europa imperial-. Esto ha relegó a la gran mayoría del territorio a depender de estas exportaciones para sobrevivir, hecho que se ha perpetuado hasta nuestros días. Dentro de este juego de poder, África se volvió dependiente de la transacción de materias primas y productos agrícolas apenas procesados (cacao, café, plátanos…) y, a cambio, se mantiene hasta la actualidad gracias a la importación de bienes fabricados en otros lugares que, paradójicamente, la mayoría de veces están hechos con los propios componentes generados en el continente.
Este “intercambio desigual” se ha convertido en el mecanismo básico de comunicaciones entre África y el resto de los estados capitalistas avanzados. Lo que se consigue con este modelo es impedir la acumulación de riqueza en África y con ello, se imposibilita la capacidad de renovarse, mejorar y poder cumplir con las demandas de la población local. Los países africanos se han quedado atrapados en las exigencias de un mercado globalizado en el que no tienen prácticamente ningún control sobre sus productos.
Consecuencias
Toda esta reestructuración socioeconómica en favor de las necesidades externas supone consecuencias devastadoras para África, que se pueden sintetizar en dos hechos clave. En primer lugar, los productos que antes de la colonización se utilizaban para la venta interna se destinaron a servir simplemente como materias no procesadas para la exportación, el uso local de ellos se eliminó. Como resultado, se ha roto con la cadena de procesos, habilidades y conocimientos que hubiese permitido el uso de estos elementos a través de la economía nacional.
En segundo lugar, antiguamente los diferentes tipos de actividades estaban fragmentadas en sectores, de forma que se ayudaban a evolucionar de acuerdo con las necesidades. Por ejemplo, en el tratamiento del hierro, existía una sección dedicada a la extracción, otra a la fundición y otra a la artesanía. Con la llegada de los colonizadores esto también desapareció, ya que los elementos se dedicaron a los intereses exteriores y dejaron de trabajarse para el negocio interior.
MES DE ÁFRICA. La Tienda de Afroféminas
A medida que los diferentes sectores dejaron de trabajar en comunidad, la economía en general se debilitó. Esto generó un mito que llevó a muchos a creer que los países africanos tienen mercados pequeños que no pueden satisfacer las necesidades locales y, simplemente, no hay nada que se pueda hacer contra ello. Pero Países Bajos o Dinamarca, que presentan poblaciones más pequeñas que muchas naciones africanas, tienen mercados profundos gracias a que sus economías no se han fragmentado y orientado de la misma manera. Ahí reside el dilema.
Además, esta problemática se acrecienta con las fronteras artificiales heredadas del colonialismo. Por ejemplo, lo que ahora constituye una línea divisoria entre Ghana y Togo antes era un espacio de interacción monetaria entre ambas sociedades.
Una solución difícil de alcanzar
En el contexto de esta era neoliberal, el problema de la dependencia africana de la exportación de sus recursos ha sido ignorado en el mejor de los casos y celebrado en el peor. El Banco Mundial, que en 1992 alentó a los países africanos a renunciar a que las empresas transnacionales gestionasen sus bienes, paradójicamente ha aprobado programas para “atraer inversiones extranjeras” que reducen los impuestos corporativos y ofrecen concesiones e incentivos a entidades externas para la obtención de, por ejemplo, minerales de África.
Asimismo, muchas de las herramientas efectivas contra esta situación como la planificación del desarrollo africano han sido reprimidas o dejadas al margen por las prácticas de formulación del “libre mercado”. Por ello, tras la descolonización, se vivió una gran toma de conciencia por parte de los gobiernos locales de todas las ideologías, que entendieron que estaba en sus manos acabar con la dependencia de las exportaciones y todas las limitaciones económicas que se derivan de esta. Dicho reconocimiento en todo el continente repercutió en instituciones de la época como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Planificación del Desarrollo o el Instituto Africano de Planificación del Desarrollo. Y, de esta manera, los primeros líderes posteriores a la independencia trabajaron para asegurar que la riqueza se acumulase en los propios territorios del continente.
Pero pese a estos intentos de reconstrucción seguía existiendo una problemática más profunda: restablecer los vínculos internos entre sociedades africanas y hacer que los diferentes sectores que habían sido eliminados trabajasen juntos de nuevo. Este desafío era especialmente complicado y muchas administraciones posteriores al colonialismo no lo abordaron lo suficiente.
Algunos países, por el contrario, sí prestaron atención al restablecimiento de estos vínculos. Botsuana promulgó políticas para garantizar que el procesamiento de minerales extraídos del país tuviese lugar, al menos en parte, dentro del territorio de origen. Esto significó que, aunque la economía dependiera temporalmente de la producción de minerales, permitiría a los botsuanos desarrollar su capacidad industrial y promover una transformación estructural. Pero, en otros lugares, continuó habiendo dificultades: en Egipto, la distribución de la tierra fue desigual, ya que los campesinos solo recibieron pequeñas propiedades frente a los terratenientes que se quedaron con grandes extensiones de terreno. En Zambia, aunque se nacionalizaron las minas, siguieron profundamente controladas por las entidades de extracción internacionales. En otras palabras, las empresas transnacionales volvieron a dominar los recursos una vez más.
Tanto lo que se hizo bien como lo que no en las políticas posteriores a la independencia ofrece muchas lecciones para orientar la lucha actual por los recursos africanos. La historia ofrece un camino a seguir para los esfuerzos contemporáneos: la economía local debe desprenderse de las corporaciones transnacionales explotadoras, tal y como lo hicieron las fuerzas de resistencia coloniales. Esta tarea, pese al paso del tiempo, sigue siendo tan urgente como lo ha sido siempre.
Nerea De Ara