Me interesa reflexionar sobre el uso que se le da a este concepto dentro del movimiento feminista, para hacer notar que no existe un movimiento social que este exento de contradicciones o falencias y por esto es importante hacer uso de la autocrítica para redireccionar los pasos si la lucha se aleja del sentido político y filosófico por el cual surge.
En ese sentido, quisiera limitarme analizar el caso concreto de Guatemala, mi país de origen y centrarme en el área urbana o metrópoli, han trascurrido más de 20 años desde que se firmo los acuerdos de paz en el año 1996 tras 36 años de guerra interna. Hago alusión a este hecho, porque dentro de esos acuerdos el Estado se comprometió a garantizar el desarrollo integral de las mujeres, en la creación de políticas publicas con enfoque de género, reconociendo con ello, la desigualdad que existe por la división del género, pero también el reconocer los aportes socioeconómicos de las mujeres para el desarrollo del país.
Sin embargo, la realidad actual de las mujeres en el país no ha cambiado mucho, siguen desapareciendo mujeres de todas las edades, hay un alto índice de femicidios y en algunos casos el Estado es el principal promotor y garante del sistema patriarcal.
Aun con este panorama tan adverso, existen organizaciones de mujeres conformadas en colectivos o pertenecientes a Ong´s, muchas de ellas son académicas y otras activistas sociales, lo que las mueve en muchos casos son las situaciones coyunturales o fechas especificas que se revindican en toda América Latina como por ejemplo el día internacional de las mujeres trabajadoras o el día internacional de la eliminación de todo tipo de violencia en contra de las mujeres, entre otros.
Pero no existe como tal, un movimiento feminista masivo, integral, continuo y por ello en algunas situaciones se percibe como un movimiento exclusivo y muy compacto, puesto que quienes “dirigen” las movilizaciones son organizaciones centralizadas en el área urbana e integrada en la mayoría de los casos por mujeres ladinas o mestizas de cierta clase social.
Y esto debido a la desigualdad social tan marcada y enraizada en la sociedad guatemalteca, así como racismo estructural, en que mujeres pertenecientes a las etnias mayas, xincas, garífunas o afrodescendientes no gozan de los mismos privilegios y viven la opresión patriarcal de distintas formas y niveles, muchas veces son doblemente o triplemente discriminadas.
La tienda de Afroféminas
Pero esta desigualdad de clases y la discriminación racial también es reproducida por esas mujeres que se autodenominan “feministas”, son ladinas o mestizas, que pertenecen a una clase social acomodada, puesto que las mujeres mestizas trabajadoras, que viven en zonas marginadas por el Estado, no tienen las condiciones necesarias para participar en espacios organizativos.
Algunas de estas feministas “privilegiadas” por el sistema capitalista, patriarcal y racista, discursivamente se jactan de abanderar una lucha colectiva, pero sin cuestionar sus privilegios de clase, se ha instaurado en el imaginario del movimiento personajes o actoras que sean vuelto como un tipo de “heroínas” y que es imposible cuestionar su actuar.
Por tal razón, hablar de sororidad para el caso de Guatemala es complejo, porque existen desigualdades que no permiten tejer esa solidaridad entre mujeres, porque la práctica de la sororidad efectiva tendría que partir con el reconocimiento de las contradicciones internas de un movimiento casi exclusivo de la ciudad.
Porque el feminismo del que se hable le pertenece a la academia y a las Ong´s donde se trasmite y reproduce un tipo de feminismo clasista, occidental y que muchas veces privilegia la blancura. Por tanto, el movimiento feminista que se reproduce en la ciudad no corresponde a la diversidad cultural ni a las distintas realidades de las mujeres en el país.
Es por ello, que cuando se cuestiona la sororidad y el responder ¿para quienes? Es precisamente por estas contradicciones puesto que las feministas privilegiadas hablan de sororidad para ellas y su clase social. Y en esa sororidad selectiva y excluyente no caben las mujeres proletarias o de las diversas etnias y lo lamentable es que se sigue reproduciendo desde las feministas practicas desiguales, colonialistas y clasistas.
La finalidad de estas reflexiones sobre la sororidad no busca desprestigiar el movimiento ni los esfuerzos de algunas mujeres, sino el rescatar el verdadero sentido de una sororidad efectiva e integral, que nos despoje de los prejuicios sociales y nos empuje a construir un movimiento feminista intergeneracional, incluye y popular que responda a las necesidades de todas las mujeres sin diferencias raciales o económicas.
Marylin Guevara Zelada
Profesora de Historia y Ciencias Sociales
Universidad de San Carlos de Guatemala