El chico impulsivo y enamorado por el que me había envalentonado a dejar mi vida en mi país y a creer en nuestra relación, simplemente ya no era él mismo, y yo no podía entender lo que pasaba.
La verdad es que, así que pusimos los pies en España, sentía que algo estaba distinto, a pesar de no saber decir cuándo exactamente todo había empezado. Quizás bien antes de que mirase mi Facebook a escondidas por la mañana mientras yo seguía en la cama durmiendo. Quizás mucho antes de que empezasen las quejas sobre mis escotes y mi manera de vestir. Estas cosas son sutiles y funcionan como la olla calentando poco a poco a la rana, tan despacio que cuando se entera, la rana ya está en el infierno.
No sabría decir cuándo exactamente había empezado, pero si algún hombre me miraba por la calle mientras estábamos juntos, decía que yo le había provocado. Me hacía frecuentemente sentir culpable, como si no le quisiera lo suficiente y nunca le demostrara lo suficiente. En su cabeza le debía pruebas de amor y de confianza constantemente. La primera vez que salí sola con amigas, tuvo una crisis de celos en la cocina mientras ya estaba arreglada y con tacones, justo en la hora en la que debería estar saliendo.
Si le decía que iba a salir con algún amigo chico, él entendía que “una vez más” yo estaba actuando así para ponerle celoso. Si mi movil sonaba demasiado, le molestaba muchísimo, su frase típica en esos momentos era “¿estás organizando una fiesta?”. Me decía que no le era transparente, no le contaba todo lo que pasaba.
Un día, visitando a su familia, hizo broma de mi país y de mi cultura como si yo no estuviera presente.
Siempre que estaba rayado con algo en el trabajo, montaba alguna discusión conmigo, para al día siguiente justificar que tenía muchas preocupaciones, decir que me quería y pedirme disculpas.
Miraba y hablaba de otras chicas con amigos cuando salíamos juntos, y cuando le comentaba el tema, lo negaba como si yo estuviera loca.
Cuando le contestaba de una manera que a él no le gustaba, me miraba como si le hubiera herido de muerte, nunca llegó a tocarme, pero en una ocasión vino a enfrentase cara a cara de una manera que me hizo huir a la habitación llorando, para 5 minutos después, pedirme disculpas.
Un día me di cuenta que mi corazón se disparaba cuando sabía que estaba a punto de llegar a casa. Me miraba frecuentemente como una niña que merecía ser reprendida, y estas reprensiones podrían ser por cualquier cosa. Hasta los colores de los trapos de cocina tenían que tener su aprobación.
Un día me vi fingiendo estar bien, porque si me viera cansada o espesa empezaría otra vez a cuestionar si yo no fingía todo el tiempo, porque por su cabeza pasaba el que yo no le quería y en esos momentos de cansancio mi cara me delataba. Sabía que él podría en cualquier momento montar un pollo en público, donde sea y por lo que sea, y por lo tanto moldeaba mis respuestas y atención siempre a él.
No sabría decir cuándo había empezado, pero cuando comentaba con algún amigo o con mi familia que había algo raro en mi relación, me decían que tuviese paciencia pues debían ser las diferencias culturales, que él ya había demostrado quererme muchísimo y que igual estaba yo demasiado sensible.
Un día dijo que necesitaba pensar, me dejó sola en el comedor diciendo que pasaría el fin de semana en casa de su madre, pero volvió un par de horas más tarde oliendo a alcohol y tabaco, poniéndose de rodillas y pidiéndome perdón. Iba a repetir lo mismo tres veces más, y yo iba a perder 5 kilos antes de que finalmente él terminase nuestra relación, me dijese que me daría un tiempo para comprar los billetes y volviese a mi país.
No sabría decir cómo había empezado, pero sí cómo acabó. La misma tarde cuando me dijo de la manera más hiriente posible que lo nuestro no valía la pena, hable con dos amigas y fui a vivir provisionalmente con ellas. Volviendo a buscar mis cosas, lo encontré de nuevo en la fase “estoy confuso, pero sé que te quiero”, se puso de rodillas en el pasillo otra vez pidiendo disculpas. Yo le esquive asustada, parecía una broma de mal gusto donde intentaba enloquecerme. Imploré para que me dejara.
Recuerdo que no podía dormir en las semanas siguientes a ruptura. Todo me parecía muy confuso e intentaba mentalmente completar un rompe cabezas, me venían diversos recuerdos de situaciones absurdas que por alguna razón había relativizado y comprendido como cosas “que podrían pasar”, estaba tan atrapada que había perdido el sentido de lo que era aceptable en una relación.
Más tarde, hablando con un amigo psicólogo, escuche que, en algunas situaciones de la vida, como un gran cambio y/o una situación de vulnerabilidad, podemos actuar por supervivencia, soportando cosas que no soportaríamos en un entorno seguro. Aquí en el exterior, él era mi más cercana representación de una familia, no conocía a nadie más y había empezado a estudiar castellano hacía sólo 3 meses.
Aún se pasaría unos 8 meses escribiéndome, diciendo que me quería, que había cambiado, que en el futuro estaríamos juntos y felices, que debería aceptar hablarle y ver en persona cómo había cambiado. Por suerte, me había enterado de que estuve en una relación de codependencia y sufrido abuso emocional. Y que aquel chico, no era en absoluto la persona que deseaba para estar conmigo y construir una familia.
Esta relación acabó por moldear mis relaciones futuras, me sentía muy carente y distante a la vez. Todo parecía desencajado. Tuve que aprender a estar sola y sentirme segura antes de cualquier otra cosa. Tuve que situarme, hacer nuevos amigos, concentrarme en lo que me gustaba, aprender a vivir en un nuevo entorno, con una nueva lengua y cultura.
En la época en que todo eso sucedió, no sabía nada del feminismo que hoy me enamora como objeto de estudio en sus variados matices. Él me ayudó a construir quién soy hoy y a entender el papel de la sociedad en el funcionamiento de todas las relaciones. Esta sociedad suele culpabilizar a la mujer, lo que queda claro en la facilidad en criticarla aunque esté en posición de víctima. “¿Pero por que aceptaba ser tratada así?”, “¿por que no se fue?” y “¿no sabía ella que estaba siendo abusada?” son preguntas recurrentes, y mucho más comunes que “¿por que la trataba él así?”, “¿por que no la deja?”, “¿no sabía él que cometía un abuso?”.
Entretanto, la misma sociedad cierra los ojos a las conductas abusivas a la vez que estimula el sexismo en los medios, reforzando roles sociales y la imagen de lo femenino dentro de los estereotipos que ya conocemos… ¿Para qué equipo juegan?
Compartir estas vivencias es una manera de ayudar otras mujeres que pueden estar viviendo una situación similar. Relaciones abusivas que no siempre vienen con un letrero luminoso con la palabra “Cuidado” en la frente del muchacho, mas bien vienen acompañadas de flores y mucha pasión.
La gente suele enterarse de que estaba en un relación abusiva sólo cuando ésta se acaba. Si crees que hay algo malo en tu relación, si tu chico te hace sentir confundida y culpable, si te hace sentir inferior, probablemente hay un problema. Y no, no es solo una impresión tuya.
Valora tu intuición.
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