En la etnia fang todos los nombres significan algo. Al nacer me llamaron Elé Miang o árbol de dinero. Sonrisas. De pequeña, cuenta mamá, cada vez que alguien pronunciaba mi nombre, los blanquecinos dientes que heredé de la bisabuela Eyene se asomaban al exterior. Hoy ya no me produce tanta gracia el nombre. Me reconforta de vergüenza. Sufro de sudor repentino en los dedos de los pies cuando alguien me llama. La desarrollada conciencia que en la infancia me adoctrinó el catequista de mi pueblo para respetar los mandamientos de la ley de Dios se ha pervertido: ahora mi dios es la rebeldía de mujer y la Casa de la Palabra, mi enemigo a tumbar. Ya tengo un machete y una escopeta cargados, instrumentos fang de guerras larguísimas vetadas para las mujeres. Estoy en guerra permanente si quiero vivir en libertad.
Cuando nací, cuenta mi abuelo Ndong, de dentadura ennegrecida por culpa de la droga banga que fuma de forma ininterrumpida, le preguntaron a mi padre en la Casa de la Palabra por mi sexo. Fue contundente. «Mi esposa ha dado a luz a millones de francos», sentenció tragando con altivez gotitas de malamba. Todas las mujeres fang somos árboles de dinero. Producimos francos hoy y en la antigüedad ekueles, pescado ahumado, limas y machetes para el chapeo deshonrado de fincas, animales salvajes cazados y victorias guerreras que terminaban en nuestros cuerpos de mujeres entre tribus ganadoras de batallas salvajes.
Así como las hojas de los árboles caen y vuelven a prosperar en abundancia, las tribus, principal división social de la etnia fang con la mujer de esclava, esperan que produzcamos dinero sexual.
Si no pagas, no consumes. Es como el mercado de los mitangan, los blancos. Maldito capitalismo. El viejo Mebiam, envidia pueblerina, salió de la pobreza porque gracias al destino, siete hijas de productividad sexual acomodada le trajeron las ganas de vivir. Ministros de yernos, generales de yernos, empresarios de yernos. Y luego, un desgraciado ntangan, un blanco con la cabeza y las manos ambientadas de sarnas y con esta altivez que Francisco Franco Bahamonde, español de estatura vergonzante y terquedad acumulada les heredó. Y sin consideración, habló de prostitución fang. Puñetas. ¿Y tú quién eres, eh? Las mujeres se enfadaron. Los hombres se escandalizaron. Las niñas lloraron. Las armas fang sonaron. Abajo el colonialismo, independencia, 1968. ¡Arriba la República de Guinea Ecuatorial! Luego soy nguan, soltera. Suena muy bonito. Antes sí. Ahora no. Comenzó la guerra.
Doctrinas fang. Pensamientos fang. Desde la primera menstruación dejé de ser una carga para mi familia. Tenía entonces catorce años. Papá y mamá contestaban a mi necesidad de dinero con una enfadada cuestión: ¿Es que todavía no has menstruado? ¿Ye ne wa a be nguan? ¡Ahora debes traer dinero a casa! ¿Los hombres que se acuestan contigo no pagan? Con la mirada encogida y la vergüenza encendida, callaba. Las mujeres fang deben callarse. Las niñas fang deben callarse.
Amaba mucho a Andrés. Las piedrecitas del río Nkam, el más caudaloso de mi ciudad, Akonibe, nos unieron. Jugábamos no solo a las piedrecitas, sino a la comba, a la natación, al arrastre del trasero al suelo con los calzoncillos y las braguitas rotas. No se imaginan los chillidos de nuestras madres. ¡Sucios! Nos llamaban marranos y los dos, nos reíamos con miradas enamoradas. Me dejó tras varias humillaciones de mi tribu. Todas las tribus fang se tratan como enemigas. Le dijeron que no podía consumirme. No tenía vehículo propio, salario religioso ni parientes acomodados.
Yo solo quería besarle todo el día. Yo solo quería hacer el amor con él todos los días y oler su cabello africano. Yo quise ser una persona con él. Olvido. Soy el árbol de dinero de mi tribu. Escucha de pie, con las manos cruzadas en la espalda y temblorosas.
—Hija —indicó mi abuelo fumando banga en la Casa de la Palabra—, te llamas Árbol de dinero. Andrés quiere consumirte pero es de familia humilde. Los hombres que te consumen deben pagar. Eres una nguan. ¿No estás orgullosa de tu identidad?
No contesté. Las personas mayores fang siempre tienen la razón. Andrés se fue con mis sentimientos. Los orgasmos que siempre me regaló nadando en las aguas del río Nkam, allí agonizan. Le lloro por las noches cuando viene el hombre de dinero que sí aceptó la tribu para consumirme. No es nada mío. Ronca feo. Está siempre agotado. No escucha. Con él soy lo que la etnia ha hecho de la mujer fang.
Escritora ecuatoguineana. Forma parte del grupo Afrohispánicos (UNED)
Empezando su tesis en España sobre el matrimonio consuetudinario en Guinea Ecuatorial dando un enfoque de género.