Microcuento
—Negra Pizarro.
— ¿Disculpe?
—Usted me preguntó mi nombre.
—Ah, sí, claro. Pero…
—Pero, ¿qué?
—Es que no escuché bien.
—Negra Pizarro.
— ¿Es ese su nombre?
—Es ese mi nombre, caballero.
—Eh, ¿desde cuándo?
—Desde siempre.
—Es decir, ¿su nombre…
—Déjeme interrumpirlo, porque veo que tiene problemas entendiendo. Le aclaro. No es un nombre escogido por mí de adulta, ni es un apodo, ni un mote. No me lo cambié legalmente tampoco. Me hubiera encantado, pero al parecer mi madre es la mujer más astuta del mundo, y supo desde que estaba yo en su vientre, que de cualquier nombre acuñado sobre la faz de la Tierra, yo iba a preferir ese precisamente. Entonces, ella, mi madre, inteligente ser como pocos en este planeta, me bautizó con el nombre de Negra Pizarro. ¿No le parece hermoso?
—Bueno, sí. Claro. Lo anotaré aquí. Eh, pero, si me permite, quisiera muy respetuosamente indicarle que nunca había escuchado cosa igual.
—Sí, lo entiendo. Mi madre era especial. Siempre me hizo sentir única.
—En efecto. Creo que es único ese… ese nombre. De hecho, creo que nadie le pondría Negra a una hija. No lo digo para que se sienta mal. Sólo es una observación.
—No se preocupe. No me hace sentir mal. De hecho, creo que es la sociedad la que debería sentirse mal. Fíjese que estamos acostumbrados a utilizar “colores” para bautizar a niñas y niños y sin embargo, ese no se usa.
—¿En serio? No conozco a ninguno.
—¿Qué nunca ha escuchado el nombre Blanca, Violeta, Coral o Rosa? ¿O en inglés no sabe de personas con el nombre Blue, Grey, Rose, Violet, Pink, Tangerine, Sage o incluso Purple?
—Eh…
—Exacto.