Últimamente estamos lamentando mucho las pérdidas que nos está provocando la pandemia. Lo más duro, claro, lxs familiares y amistades que nos han abandonado para siempre. Con todo, también estamos desprendiéndonos forzosamente de lugares, momentos y gestos como los abrazos. Estamos hartxs de extrañar lo que teníamos y eso que todavía no ha pasado ni medio año desde que se decretó el confinamiento de Marzo.
Ahora, imagínense, perder ocho años de la vida de un ser querido. Supongan que ese ser querido no puede corresponder a sus sentimientos de amor porque ni siquiera les conoce bien. Pónganse en la piel de alguien que echa de menos a la persona a la que durante 9 meses llevó en su interior y a quien prácticamente no pudo ver una vez nació. Pues bien, algo parecido le pasó a Omozele, una mujer nigeriana de 42 años, que alumbró a X en 2012 y de la cual le separaron tras un proceso de acogida/adopción irregular.
Para llegar hasta aquí se han dado una serie de hechos nefandos que han provocado la situación actual: Omozele aterrizó en 2002 en España procedente de su país. Tuvo una pareja, una primera hija, rompió con el padre y decidió mudarse desde Madrid, lugar en el que siempre trabajó cuidando a personas mayores o limpiando hogares, a Pamplona. Sus inicios en la nueva ciudad fueron duros. Era 2011, estaba embarazada de un hombre que la abandonó en cuanto supo que estaba encinta, vivía en una habitación alquilada, no tenía trabajo, no conocía a nadie y no podía recibir ayudas porque, como recién llegada, no tenía derecho a ellas.
Supuestamente, Omozele abandonó a la niña en el hospital en el que nació en 2012, y esta fue recogida por los servicios sociales del gobierno de Navarra. Pronto, la bebé comenzó a convivir con una familia de urgencia hasta que, en octubre del 2012, pasó a residir con una familia adoptiva compuesta por la madre, el padre y dos menores más.
Por medio de auto de 28 de enero de 2013, el juzgado de primera instancia número tres de Pamplona acordó la constitución de acogimiento familiar predictivo de la pequeña.
Omozele recurrió en apelación el acogimiento porque, según me comentó en esta entrevista, había firmado sola unos papeles, sin la asistencia de unx intérprete, pese a no hablar bien castellano, ni de unx abogadx. Había estampado su firma a ciegas, desesperada, en un texto que no entendía, pensando que sería algo positivo para ella y su familia.
La tienda de Afroféminas
No obstante, su recurso no llegó a buen puerto: por medio de auto de 22 de abril de 2013 del juzgado número tres de primera instancia de Pamplona, se acordó la adopción de la menor por las personas acogedoras. Tras este hecho, Omozele, sin medios y con su escaso conocimiento idiomático, emprendió un camino arduo en los tribunales prácticamente en solitario. No podía rendirse, lo que estaba en juego era un pedazo de su ser, una vida, la de su niña. Demostró que su consentimiento no fue obtenido con todas las garantías y ganó. La Audiencia Provincial se pronunció en sentencia de 7 noviembre 2015, en la cual se decía que la niña debía volver con su madre biológica. Así pues, X podría regresar con ella, aunque tendrían que pasar inicialmente, un proceso de transición por el que solo la vería una hora al mes. De eso han pasado cinco años. Tres más desde que nació. Ocho en total, casi tres mil días sin poder disfrutar con su hija. ¿Qué tipo de transición es aquella en la que todo se mantiene inmutable?
Ante esta situación, en 2017, Omozele interpuso demanda ejecución de sentencia, alegando que no se estaba garantizando su cumplimiento, ya que el procedimiento utilizado por los servicios sociales no estaba suponiendo un proceso de vuelta de la menor a su familia biológica y tampoco se habían llevado a cabo las acciones conjuntas de ambas familias (la biológica y la de acogida) para que la menor tuviera un ingreso positivo en su familia biológica, además de no permitirse el encuentro de X con su hermana biológica.
Tanto la familia acogedora como la Comunidad Foral de Navarra se opusieron aduciendo que sí se estaba dando cumplimiento a la sentencia, aduciendo argumentos como que se habían realizado 25 visitas y la menor no había logrado vincularse con la madre biológica o que X había sufrido una recesión de su estado emocional con estado de ánimo bajo e impropio al que venía manteniendo, así como que había verbalizado, en más de una ocasión, rechazo a la madre biológica y miedo a ser separada de su familia de acogida.
El 1 de junio de 2018 se celebró la vista por la que se acordó desestimar la oposición realizada por la familia de acogida y la Comunidad Foral de Navarra.
El 30 de enero de 2019 por decreto aclarado el 1 de febrero se acordó el archivo del proceso al no existir en aquel momento una situación en cumplimiento sin perjuicio de su reapertura en caso de que se proceda al cumplimiento de lo acordado.
Han pasado ocho años desde que se produjo esa acogida irregular, sin embargo, Omozole, que aparte de fortaleza tiene corazón, no culpa a los padres de acogida, puesto que entiende que sientan cariño por su hija y eso a pesar de que ellos han salido en medios de comunicación como Tutoberri dando su versión de los hechos y haciendo comentarios como que “será la pequeña quien pague las consecuencias” o asegurando que la niña les “dijo que se escondería y que se llevaría la pistola de agua”, cuando tuviera que ir a ver a su madre biológica dado que sabe que “una mujer la llevó en la tripa y que luego se marchó”
Lo que Omozele no comprende, en cambio, es que las cosas sigan igual ni, por supuesto, la inacción de las instituciones, aun cuando ella ya ha pasado por varios exámenes psicológicos que han determinado que puede encargarse de su pequeña.
Y aquí viene la sarta de cuestiones que cabe formularse llegadxs a este punto: ¿por qué el Gobierno de Navarra permite que se obstaculice el cumplimiento de la sentencia? ¿a cuántas mujeres migrantes les habrá pasado algo parecido? ¿cuántas habrán denunciado? ¿cuántas habrán ganado los juicios? ¿cuántas se estarán culpando ahora mismo de algo de lo cual no tienen culpa? Omozele está sufragando su defensa jurídica privada desde el principio , aunque cuenta con el apoyo y orientación jurídica de AJAE (Asociación de Juristas Afroeuropeos) , pero… ¿y qué hay de todas las que no pueden pagar? ¿cuántas historias no conocemos?
Relatos como el suyo evidencian cuán complicada puede ser la vida de una mujer migrante. No basta con llegar, obtener los papeles que garanticen una situación regularizada administrativa, tener más dificultad para acceder al mercado laboral o al alquiler o soportar el racismo del día a día, hay mucho más. Con todo, ser madre soltera, pobre y migrante no significa no querer a tus hijas o no ser capaz de cuidarlas y darles una vida digna. No debería ser necesario explicar algo así, pero ya ven.
Y antes de concluir, piensen en esa niña a la que, en contra de la voluntad de su progenitora, le han extirpado de cuajo su cultura de origen, su nombre original para ponerle uno vasco, su posibilidad de crecer junto a su hermana biológica y de no sentirse la única negra en todos los sitios, incluida su casa o su familia.
Ahora, reflexionen, actúen, apoyen y compartan: #OmozeleQuiereQueLeDevuelvanASuHija
CUENTA BANCARIA: ES17 2100 4112 3621 0004 9323
(ESTE ES UN ARTÍCULO ESCRITO EN COLABORACIÓN CON AJAE)
Lucía Mbomío
Periodista, actualmente en “Aquí la Tierra” en TVE
Twitter @luciambomio
Istagram: luciambomio