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viernes, marzo 29

Desmitificando a mamá. Otras formas de machismo


En las sociedades actuales a las mamás se les ha dejado la responsabilidad de formar y educar a los hijos e hijas, normalmente en las casas, las mamás son las que tienen la “última palabra” cuando de criar a los hijos e hijas se trata. Aunque la maternidad no es una cuestión natural, culturalmente se le han designado características naturales, cualidades innatas sin las cuales la maternidad no podría ser.

Al revisar la breve historia social de la humanidad nos encontramos con que al igual que todos los otros arquetipos sociales, la maternidad también es producto de las construcciones sociales de conformidad a las necesidades y exigencias del momento histórico, en nuestro caso podemos tomar dos momentos para el análisis, uno de ellos es la esclavización, durante este período la maternidad representaba la garantía de la perpetuación del modelo esclavista, de hecho antes de la existencia de la trata transatlántica los griegos utilizaban la maternidad como herramienta de guerra, dado que las mujeres cosificadas sólo servían para parir hijos para la guerra, e hijas para los prostíbulos; otro es el re-surgimiento del capital con la revolución industrial, ya que para que este modelo fuera funcional se obligó a las madres a encargarse de los hijos e hijas, mientras los hombres se ocupaban de acumular capital y rediseñar la sociedad a su antojo y beneficio, “se espera que las mujeres amables y delicadas permanezcan en el hogar para cuidar a la prole y a la familia, permitiendo a los hombres valientes y agresivos aventurarse en los mundos competitivos del trabajo, la política y la guerra” (Coltrane, 1996: 25); esta última percepción fue fuertemente alimentada por el concepto de madre formadora de la iglesia católica, quienes en el siglo XII iniciaron a comparar a las madres con la madre de Jesús, concepto que fue retomado en el periodo de la revolución industrial para convencer a las madres y a las sociedad de que el hecho natural de las madres era la sujeción y con su amor incondicional formar a los hijos hombres para ejercer su función natural (dominar) y a las hijas mujeres para seguir los pasos de las madres; dado que “la maternidad… no se limita a su dimensión biológica, sino que constituye una relación cultural e histórica variable, que tiene lugar en contextos socioespecíficos que varían en función de los recursos y las constricciones culturales y materiales, así como de la construcción activa que hombres y mujeres hacen de ella.”[1]

Socialmente se considera que las mamás siempre tienen razón, que si las mamás dicen algo es porque es así y no se les puede discutir porque lo que las mamás dicen es sagrado, pues las madres representan a Dios en la tierra dentro de la cultura judeo-cristiana (occidental).

Esta representación angelical y perfecta de las madres, también trae inmerso un sinnúmero de violencias que padecen las madres en silencio; violencias que deben padecer discretamente, porque socialmente a las mamás no se les permite quejarse y hartarse de la maternidad. Ese ideal de las mamás legítima las violencias de género que ubican al hombre como ser proveedor y sin responsabilidades frente a la paternidad o la crianza de los hijos, incluso cuando en la familia el padre y la madre laboran y los gastos de la casa son cubiertos por estos en igualdad de condiciones, es común encontrar que las mamás son la únicas responsables del cuidado de los hijos y quehaceres de la casa.  Las mamás se desviven por cuidar la casa y a su familia, pero aun así en el imaginario social cuando las madres no trabajan recibiendo un salario se les considera que son “mantenidas”, su trabajo doméstico no es valorado porque para la sociedad sus quehaceres no son un trabajo, sino una función natural, pero los hijos y el esposo no podrían vivir sin todo el trabajo que las mamás realizan, porque lo que las mamás hacen es generar condiciones de bienestar y comodidad a sus hijos y a su marido ya que “el trabajo doméstico sigue siendo fundamental, aunque nunca haya sido concebido como trabajo o haya sido designado con «el trabajo del amor», que se hace, aparentemente, sin ningún desgaste personal. En realidad, ese tipo de trabajo doméstico, y su utilidad social es uno de los secretos mejores guardados de la sociedad” (Subirats, 1993: 300-301).

Se asume como ley natural que las madres sean las que se encarguen de los hijos e hijas; estas formas de relacionamiento familiar están tan arraigadas en las familias que los hijos recurren a las madres para resolver sus problemas casi de forma inconsciente, pues para ellos y el resto de la sociedad el único concepto aceptable de madre, es el de las madres abnegadas.


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Pero dentro de ese concepto seráfico y puro de las madres también está la perpetuación del machismo. Las madres se encargan de reproducir en sus hijos e hijas las doctrinas del machismo, entonces desde que el niño nace las madres reproducen en él las formas de ser hombre según el sistema machista, la madre enseña a su hijo que su hermana es la que debe hacer los quehaceres de la casa, que cuando ella sea adulta y requiera de cuidados son las hijas mujeres las que deben cuidar a la mamá, la madre también enseña a su hijo que él es el rey de la casa y que por eso debe casarse con una mujer que sea criada como sus hermanas, o en su defecto una mujer que sea la representación de su perfecta madre, para que haga todo cuanto él y la sociedad deseen sin protestar.

Siempre se ha dicho que las madres son maravillosas, (y no tengo duda de que lo sean) y que ellas son responsables de los hijos e hijas, que es antisocial decir que no es así, es profano decir que las madres desde esta concepción también son un arma eficaz para la prolongación de las violencias machistas en la sociedad y que por ello las hijas no podemos obedecer todo cuanto las madres nos enseñan, puesto que de ser así siempre seremos seres de segunda categoría, porque las madres instintivamente reproducen los dogmas patriarcales.

Socialmente se les prohíbe a las mamás hablar de la perversidad de ser madre perfecta, porque “ser madre es un regalo de Dios” y como Dios es perfecto entonces los regalos de Dios también lo son. Pero aunque las madres no se pueden quejar, es evidente que ser una madre perfecta es agotador, inicialmente porque la perfección en sí misma ya es una carga bastante aterradora para cualquier mujer, luego porque debes luchar constantemente con tu yo interior para sobreponer siempre los deseos de beneficiar a los demás, los otros se convierten en un peso insoportable pero que por miedo a la sociedad y a perder el cielo las madres deben aguantar; la madre perfecta debe reprimir sus deseos de comodidad para pensar siempre en los otros, de alguna manera la madre perfecta termina siendo una esclava.

Las madres son las que menos duermen porque se levantan bien temprano para organizar la casa y preparar los alimentos de los hijos e hijas, sí trabajan, madrugan mucho más para poder realizar los quehaceres de la casa antes de irse al trabajo, se acuestan a dormir tarde porque antes de acostarse deben dejar todo perfecto, al día siguiente las ves con ojeras inmensas y ellas se sienten orgullosas porque esas ojeras son producto del amor desmedido por su familia; pero querida madre, esas ojeras son el resultado de que no pienses en ti y no descansas bien, ningún ser humano puede vivir sin dormir, sólo las madres, ellas son las que menos duermen por estar al pendiente de sus familias.

A las madres las carcome un deseo desmedido de la perfección, inconscientemente viven para agradar a la sociedad, al esposo y a los hijos; en muchas ocasiones el esposo es un vago desconsiderado y aun así las madres se esmeran por tener todo perfecto para el disfrute de ese holgazán, y es que ellas no conciben otra forma de vida, son unas neuróticas perfectas. Si los hijos se van para la calle a compartir con sus amigos, las madres se quedan angustiadas y hasta que sus hijos no regresan ellas no duermen, si el esposo se va a vivir aventuras con otras mujeres o a disfrutar de la compañía de sus amigos las madres no pegan el ojo en toda la noche carcomidas por la angustia y la zozobra.

El otro día un amigo llamado Felipe me dijo “lo único que te falta a ti para ser perfecta es que me traigas un vaso de jugo”, yo sabía que él me lo estaba diciendo en “broma”, pero consciente también de que las bromas son el reflejo de nuestras patologías psicológicas y sociales le respondí: “yo no quiero ser perfecta, no me interesa para nada ser una mujer perfecta”, él me miro sorprendido y me pregunto, “por qué no quieres ser perfecta?”, a lo que yo respondí, “no quiero ser perfecta porque prefiero ser feliz”, el continuaba mirándome con su cara de asombro y me dijo, “cómo así, tú crees que las mujeres perfectas no son felices?”, “¡no lo son!” le respondí, y continúe diciéndole, “las mujeres perfectas son como tu mamá, ellas no viven para ellas, no gozan, siempre están en función de cuidar a los otros, yo cuido de mi misma, disfruto de mi cuerpo; las mujeres perfectas tienen relaciones sexuales por satisfacer a sus parejas, no para el disfrute de ellas mismas, no recuerdas las ojeras tan grades que tiene tu mami, eso es porque ella es la última que se va a dormir, dejando la casa limpia y reluciente y luego es la primera que se levanta a organizarles todo para que desayunen bien temprano y puedan sentirse orgullosos de tener una madre perfecta, yo no deseo para nada ser como tu madre, yo deseo poder descansar lo necesario”, él se sintió un poco incómodo y me miro como entristecido, entonces yo le dije, “que tu madre no descanse bien y no se cuide a sí misma no es culpa de ella, es culpa de ustedes, de tu padre y ustedes sus hijos y de la sociedad, y de tu abuela que la enseño a ser así; a ella la obligaron a descuidarse para cuidar de los otros y ustedes fueron criados así, por eso tú te sientes orgulloso de que tu mamá madrugue todos los días a barrer y trapear la casa incluso los días festivos, pues aunque puede quedarse unas horas más en la cama y descansar ella no lo hace porque su cuerpo siente estupor si la coge el alba en la cama, porque una mujer de verdad, mucho menos una madre no se queda en la cama durmiendo como hombre; así tú le digas que no se levante a organizar la casa ella lo va a hacer, ese comportamiento en ella es irracional y las disposiciones sociales son superior a su autocontrol”.  Lo de dormir como hombre se lo dije porque en la cultura machista se considera que quien debe dormir hasta tarde es el hombre porque la mujer se debe levantar bien temprano a realizar los oficios, eso le enseño su madre y él una vez me dijo que yo dormía como hombre, porque según él dormía mucho, ya que los fines de semana acostumbro dormir hasta tarde.

La madre de Felipe es la representación de las madres perfectas, esa señora trabaja y antes de irse a trabajar deja la casa completamente organizada, en el tiempo de sus vacaciones se comporta igual que cuando no está de vacaciones, madruga todos los días, cuando está en casa siempre está lavando y limpiando algo, se va a dormir tarde y se levanta bien temprano, aunque sus hijos ya son grandes, el mayor tiene 31 años y el segundo tiene 30 años, ella sigue desplegando en ellos cuidados desmedidos, les lava la ropa, hasta los calzoncillos (bóxer), les cocina y vive pendiente de ellos como si fueran unos indefensos bebés.

La mamá de Felipe ingresó a la universidad cuando ya se había casado y sus hijos eran pequeños, ella estudiaba en la universidad y trabajaba en la casa cuidando a sus hijos y a su esposo, cuando se graduó empezó a trabajar en un colegio en el horario de la mañana, ella madrugaba a organizar a su hijos para el colegio y a su esposo para el trabajo, algunas veces sus hijos y su marido regresaban a casa al medio día antes que ella y el esposo la esperaba con los niños aguantando hambre porque aunque en la casa había comida para preparar el papá de Felipe no podía cocinar para él y sus propios hijos, pues cocinar era una obligación de la señora María, entonces ésta llegaba corriendo a cocinarles, todos los días se repetía esa escena, y fue pasando el tiempo hasta que ya los hijos tenían catorce y trece años, una vez doña María llamó a la casa y le dijo a su hijo mayor que montara el arroz que ella se demoraba un poco porque estaban en reunión en el colegio, el joven de catorce años fue a la cocina a montar el arroz, y estaba en ello cuando el padre fue a la cocina y enfurecido le dijo que él no tenía por qué cocinar que eso le tocaba a la mamá y apagó el fogón, el señor prefería que sus hijos sufrieran de gastritis al no comer a tiempo, antes que pudieran realizar alguna labor de las que correspondían a la madre.

Cuando Felipe fue a ingresar a la universidad, como su madre lo iba a enviar a estudiar a otra ciudad le enseñó a cocinar y cuando le enseñaba a cocinar le dijo “mijo venga le enseño a cocinar para que ninguna mujer lo humille”, para la señora María que su hijo aprendiera a cocinar no era una cuestión normal y natural, sino un asunto de competencia y rivalidad entre hombres y mujeres, de alguna manera ella le estaba diciendo a su hijo que no podía convivir con una mujer que no cocinara mejor que él, en Felipe la idea que de un hombre no podía cocinar, se reforzaba con la forma como él y su madre realizaban esa tarea, ya que su mamá sólo podía enseñarle a cocinar a Felipe a escondidas del padre porque no es natural que los hombres cocinen o cuiden sí mismos, o de sus hijos e hijas, “ya que un mecanismo típico de las ideologías hegemónicas en Occidente consiste en presentar como naturales las relaciones sociales de poder” (Osborne, 1993: 73).

El problema de que las madres sean perfectas además de los problemas de agotamiento físico y psicológico que les causa a las mamás, también trae consigo la malcriadez de los hijos hombres principalmente, puesto que ellos esperan encontrarse con una pareja que sea como su madre, consciente e inconscientemente anhelan una mujer abnegada que no refute nada y que haga todo lo posible y hasta más para complacer siempre a su marido.

En la actualidad con las reivindicaciones feministas y el surgimiento de las apuestas sociales por las nuevas masculinidades, algunos hombres han hecho consciencia de la necesidad de equiparar las labores de la casa entre hombres y mujeres; pero el común denominador está marcado por la errónea creencia de que deben ser las madres las responsables de los hijos e hijas, y las mujeres las responsables de los cuidados de la casa.

Yo imagino que doña María muchas veces lloró en silencio producto del cansancio y la fatiga que le producía ser la madre perfecta. Desde esta lógica las hijas debemos desobedecer a nuestras madres cuando nos enseñen a ser madres sufridas, porque humanamente no es posible que lleguemos a ser madres perfectas sin dañarnos a nosotras mismas.

[1] ROYO P. Raquel (2011), Maternidad, Paternidad y Conciliación en la CEA ¿Es el trabajo familiar un trabajo de mujeres? Universidad de Deusto, Bilbao, Serie Sociología Vol. 27.


Leidys Emilsen Mena Valderrama


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