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viernes, marzo 29

Rosalía Gómez, una de las últimas mujeres esclavizadas en España

Rosalía Gómez nace el 28 de abril de 1801 en el sur de Tenerife y hereda de su familia la condición de mujer esclavizada, como ya lo fueran su madre, su abuela, su bisabuela y hasta su tatarabuela. A lo largo de su vida tuvo tres propietarios distintos, siendo comercializada por unos y otros como mera mercancía, sin que se reconocieran ninguno de sus derechos. Consiguió la libertad a los cuarenta años, después de toda una vida de vejaciones y privaciones, constituyéndose como unas de las últimas mujeres esclavizadas en territorio español, sin contar las colonias americanas.

Su madre, Úrsula Antonia González, era madre soltera y puede que fuera objeto de alguna agresión sexual por parte de su amo, Antonio Gómez, o algún miembro de su familia, ya que las mujeres eran tratadas como meros objetos al servicio de los hombres. Curiosamente, Rosalía utilizó mayoritariamente el apellido de su primer esclavista, lo cual podría aumentar la posibilidad de que fuera realmente una hija ilegítima suya. Siendo muy niña la alejaron de su madre y la llevaron a vivir a Arona, un pueblo cercano, aunque en aquel momento las conexiones eran mucho más complejas de lo que resultan hoy. Pero, además, Rosalía y Antonio Gómez tenían un pasado común, ya que ambos eran descendientes de una pareja del siglo XVI, relacionada con el linaje del mencey o rey guanche, don Diego de Adeje. 

A finales del siglo XVIII las ideas progresistas de la Ilustración y de la Revolución Francesa consiguieron resaltar la importancia de abolir la esclavitud, lo cual se materializó a principios del XIX en varios países como Francia o Gran Bretaña. Uno de los últimos fue España, posiblemente por el arraigo al Antiguo Régimen y la tardía llegada de las ideas progresistas. Pero, incluso, cuando se había prohibido la esclavitud, esto solo supuso la ilegalización de la práctica, pero no su total exterminio, especialmente en los territorios más alejados de la metrópoli como Canarias. Se considera, por tanto, que es Rosalía la última cautiva de Tenerife y posiblemente la última de España, aunque, en realidad, las últimas personas esclavizadas fueron sus hijos, Antonio, Viviana y Simón, que, antes de la promulgación de la llamada ley de vientre por el ministro de ultramar Segismundo Moret en 1870, habían heredado también de su madre tal condición y debieron conocer en su niñez y juventud los estragos de haber nacido cautivos.

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La vida de Rosalía ha sido objeto de estudio del historiador Nelson Díaz Frías que analiza junto a ella la historia reciente de la esclavitud en Tenerife

Los aborígenes canarios, por lo que se sabe, no conocían la esclavitud, así que esta inhumana práctica llegó con la conquista en el siglo XV, momento en el cual buena parte de la población prehispánica fue, además, capturada y trasladada a la fuerza a la península ibérica para servir de espectáculo y ser esclavizados por las familias nobles de la época. De hecho, los menceyes –o reyes del territorio insular– fueron algunos de los que sufrieron esa suerte; es más, uno de ellos, el mencey Belicar, fue entregado por los reyes católicos al dux de Venecia como simple moneda de cambio para mejorar las relaciones comerciales entre ambos territorios. Así lo cuenta Juan Manuel García-Ramos en su libro El guanche en Venecia.

Pero, volviendo a la vida de Rosalía, debemos subrayar el profundo desarraigo que supuso para ella ser vendida desde muy pequeña y trasladada fuera de su localidad de nacimiento, Charco del Pino, hasta otras áreas de Tenerife. Por razones desconocidas, Antonio Gómez del Castillo decidió desprenderse de la muchacha y la vendió a un vecino de San Miguel de Abona llamado José Hipólito Calcerrada, que luego, a su vez, la vendió nuevamente en 1814 al indiano José Antonio Bethencourt Medina, su último amo conocido. En la redacción de su testamento, en 1821, este instó a sus herederos a que le dieran la libertad a Rosalía si se portase con honradez, poniendo sobre la mesa la capacidad de decisión que estos terratenientes tenían sobre lo que debían y no hacer las personas esclavizadas que servían para ellos. 

Aunque la madre y los tíos de Rosalía pronto se convirtieron en fugitivos, movidos por el deseo de conseguir su libertad, parece que ella no heredó ese espíritu indomable de su familia materna o, simplemente, no sabía hacia dónde dirigirse o qué camino tomar siendo libre. Se sabe que acudía al lavadero público de Arona para lavar las ropas de los esclavistas y hacer todo tipo de recados y mandados, pero nunca trató de huir, algo que su amo controlaba en todo momento, por lo que se cree que tampoco la dejaría visitar a su madre.

Nunca se casó, ya que la miseria y la marginación social que rodeaba a las personas presas las hacía poco atractivas para contraer matrimonio, salvo con otros esclavos o pobres. Eran, eso sí, presas fáciles de abusos y agresiones sexuales, no solo por parte de sus amos y otros varones de la familia, sino incluso vecinos y allegados. A los dueños, lejos de importarles, les beneficiaba si ello causaba el embarazo de su cautiva porque eso suponía una nueva vida a la que esclavizar. Aun así, en el momento de juventud de Rosalía ya se consideraba delito violar o agredir sexualmente a una mujer, aunque fuera esclavizada.




Su libertad llegó en torno a 1840 a 1841, cuando la hija de su amo, María del Patrocinio Medina, alcanzó la mayoría de edad y pudo decidir su destino, aunque su padre aún vivía, por lo que Rosalía siguió sirviendo en aquella casa como criada, percibiendo ahora un salario por su trabajo y pudiendo negarse a hacerlo cuando quisiese. Parece que, tras la muerte de este, por iniciativa propia o de sus descendientes, dejó la familia y pasó a vivir en el caserío aronero de Túnez junto a sus hijosViviana y Simón, lejos de la casa de los esclavistas con los que tantos años había estado recluida.

Después de ello trabajó como jornalera y como sirvienta. En los datos que se conservan tras su muerte figura que no conocía su lugar de nacimiento o quiénes eran sus padres, lo cual puede relacionarse con la temprana edad a la que fue sustraída de su hogar o, simplemente, que no quisiera contar a su prole su ascendencia, también esclavizada, por considerarse poco arraigada con ella.

La mujer libre en la que se había convertido fallece el 22 de noviembre de 1874 a los 73 años. Y con ella muere el último resquicio de la esclavitud en Tenerife. Su historia nos hace reflexionar que, precisamente, la trata de personas, que asociamos a menudo a países como Estados Unidos, fue una institución que estuvo entre nosotras hasta no hace tanto tiempo.

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Era habitual encontrar este tipo de mensajes en la prensa española anunciando la venta de personas, especialmente mujeres. Fuente: Diario de la marina

La trata de esclavos en España comenzó muy temprano. Ya desde mediados del siglo XIV empezaron a llegar a los puertos de Andalucía occidental barcos cargados de humanos, especialmente procedentes de dos lugares: de las islas Canarias, que estaban siendo conquistadas en aquel momento, y de Guinea, donde eran capturados por los portugueses. Los esclavos iban encaminados al trabajo doméstico, por ello dos de cada tres cautivos eran mujeres como Rosalía. Además de personas negras, abundaban los mudéjares y moriscos, atrapados tras la guerra de Granada y las rebeliones en el siglo XVI en las Alpujarras.

Pero pronto España comenzó a efectuar esta práctica también en América, sobre todo para poder saquear los productos que ofrecía el Nuevo Mundo. Aunque inicialmente se emplearon indígenas para esta labor, rápidamente comenzó a reducirse la población a causa de las enfermedades que los europeos habían trasladado hasta allí, como la gripe y la viruela. Ante la merma de la población y las acusadas quejas de la Iglesia al maltrato que recibían aquellas gentes, Carlos V acordó en 1542 aprobar las llamadas Leyes Nuevas, que proclamaban la libertad de los indígenas como súbditos de la Corona. A partir de entonces la trata se efectuó puramente con población negroafricana.

Aunque el comercio con personas duró varios siglos, el gran beneficio para España llegó a principios del siglo XIX con la abolición de la trata en la mayoría de territorios que hasta ese momento habían tenido un gran poder en el llamado comercio triangular, como Holanda, Gran Bretaña o Francia. Aunque la esclavitud en la península ibérica se abolió en 1837, en los territorios de ultramar se mantuvo encaminada a servir como mano de obra en las plantaciones de azúcar, tabaco y algodón. Se estima que los beneficios de la trata ilegal entre 1821 y 1867 alcanzaron los 100 millones de dólares (cerca de 2.000 millones de reales en moneda peninsular) por los casi 700.000 seres humanos vendidos.

Pero, aunque cuando pensamos en la esclavitud en España la asociamos a las explotaciones caribeñas, en la metrópoli el tráfico de personas tampoco se detuvo nunca. De hecho, en Sevilla se aglomeraba el principal mercado de esclavos de Europa, después de Lisboa. También en Barcelona se concentraban grandes núcleos de población esclavizada, y en el País Vasco, donde fueron estos presos quienes ayudaron a financiar la modernización de la industria. 

En la península se dice que de manera efectiva la esclavitud había acabado en 1766, cuando el Estado expropió a todos los esclavos y los vendió al sultán de Marruecos, de nuevo sin importar el arraigo o los sentimientos de estas personas. Sin embargo, como ya hemos dicho, la abolición legal de la esclavitud llegó en 1837, impulsada por Gran Bretaña, aunque se mantuvo en América dada la presión de la oligarquía de Cuba y Puerto Rico, que amenazaban con anexionarse a Estados Unidos. 

Souscription pour le rachat des esclaves de Cuba et Porto Rico à Madrid, en Espagne, en 1868. (Photo by API/Gamma-Rapho via Getty Images)
En la segunda mitad del siglo XIX tuvieron lugar distintos actos abolicionistas con el fin de recaudar fondos para liberar esclavos. Fuente: API/Getty

En la actualidad nuestras calles están llenas de nombres que están manchados con la trata de esclavos, aristócratas o nobles que amasaron sus fortunas a costa del sufrimiento de esta gente. Por ejemplo, en el Puerto de Barcelona se levantaba un monumento a Antonio López y López, primer marqués de Comillas, que fue retirado hace poco más de un año, por demostrarse que consiguió su riqueza con la trata de esclavos en las Antillas, pero aún se mantiene el pedestal y la plaza que lleva su nombre. Otro nombre que también nos suena es el de la reina María Cristina de Borbón, cuya estatua se sitúa frente al Casón del Buen Retiro, también en Barcelona, quien practicó y promovió la trata de esclavos en las islas caribeñas y tuvo participaciones en las plantaciones de azúcar en el siglo XIX. Ejemplos como estos los podemos leer en La esclavitud en la Españas: Un lazo transatlántico, del catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I de Valencia, José Antonio Piqueras.

Pese a que España fue el último país europeo en abolir la esclavitud, todo lo referente a este episodio ha sido hasta ahora silenciado y olvidado, hasta el punto de que muchos españoles creen que la trata fue una práctica ancestral a este lado del Atlántico. Pero creemos que es el momento de subrayarlo junto a historias como la de Rosalía, para visibilizar que esas mujeres y hombres esclavizados pudieron ser nuestros vecinos y amigos o alguno de nuestros ascendientes, sometidos por el poder y la codicia de quien carecía de miramientos para tratar a las personas como mero ganado únicamente por su origen o su raza. De hecho, si tanto tiempo duró en España esta práctica no fue sino porque no generó un rechazo social importante, como en otras sociedades, lo que hizo que cualquier medida legal al respecto llegara más tarde, demasiado tarde.

Natalia Ruiz-González



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