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jueves, marzo 28

Hablamos con Ronja sobre identidad, emprendimiento, y la importancia de tener referentes de éxito

«Ni canta ni baila, pero no te la pierdas.» 

S: Voy a empezar por una pregunta que sé que odiamos por igual: ¿De dónde eres? 

R: Efectivamente, es una pregunta que odio con todas mis fuerzas. Soy de Madrid, aunque nací en Cuba. Y siempre hago esta distinción porque para mí, Madrid es mi casa, mi lugar en el mundo, la ciudad donde nunca me he sentido una extraña. Cuba no me representa. Una es de donde no la persigan sus traumas. ¿Por qué me tienen que obligar a ser de un lugar que no es el mío? 

S: ¿Qué trauma te persigue desde Cuba? 

R: Infelicidad. Yo era una niña infeliz. No me identifico con nada de lo que viví ahí. Tuve que ir a psiquiatría porque no sabía ser pobre. (Risas) En serio. De verdad que no sabía. Cuba es el lugar donde yo no podía ir a la escuela porque no tenía zapatos, y donde desayunaba infusión de hojas de naranjo cuando el Estado dejó de darnos leche. ¿Quién no recuerda el Período Especial? 

S: El gran trauma colectivo de nuestra historia reciente, sin duda… R: Sin duda. 

S: ¿Cómo dirías que te ha marcado? 

R: Te voy a contar una cosa que creo que es… No sé… Creo que fue mi momento de inflexión. Tuve algo así como una revelación. Un día, siendo aún bastante pequeña, llegué a mi casa y no pude más. Vivíamos tres menores con dos personas adultas que ya no daban más de sí. No me puedo imaginar lo que tiene que ser tener bocas que alimentar en esas circunstancias. Yo sentí que se habían rendido. Lo VI. Tenían un cartel de neón que decía «Miseria. No hay comida. No podemos más». Y lo único que había era un montón de medicamentos que un amigo se robaba del laboratorio en el que trabajaba. Ya sabes: ese mantra de «inventar y resolver». Ese fue mi primer salario. Salí a vender todo aquello y regresé a casa con cien pesos en el bolsillo y la compra hecha. Ese tipo de cosas me han marcado mucho. 

S: ¿Para bien? ¿Para mal? 

R: Ninguna de las dos. Simplemente no sería quien soy. En su día fue muy duro, pero ahora me gano la vida con mis habilidades comerciales y tengo claro que, en gran medida, me vienen de ahí. 

S: Háblanos de tu proyecto. ¿Qué es Esdrújula? 

R: Esdrújula es una consultoría creativa que estoy iniciando para ayudar a la gente a sacar al captador de ONG que llevan dentro.

(Risas) 

S: Yo quiero. Soy la peor comercial de la historia. 

R: Pues yo soy la mejor. 

S: ¿Modestia aparte? 

R: Ninguna. Hay cosas que no se me dan bien, y busco quien pueda enseñármelas o ayudarme con ellas. Hay cosas que se me dan bien, pero no me compensa dedicarles tiempo o energía. Y hay cosas que me encantan, como esta, y en las que soy la mejor. La falsa modestia es un lastre. Todos tenemos puntos fuertes y débiles, y mi trabajo es ayudarte a identificar los tuyos para que puedas llegar a donde quieras, porque no hay nada imposible. 

S: Soy anti Ley de la Atracción, aviso. 

R: Yo también. No hablo de sentarse a rezar y confiar tus planes a un ser superior. Yo aterrizo las cosas. Nos solemos olvidar de que somos personas trabajando con personas. Cuando hablamos de cosas imposibles, muchas veces simplemente hablamos de cosas que nos parecen difíciles porque no sabemos qué teclas tocar para conseguir aquello que queremos. O damos por sentado que como ha sido difícil para otras personas, también lo será para nosotros. 

S: Entonces ¿qué haces, exactamente? 

R: Crear una comunicación que mi cliente o clienta pueda sostener, porque está alineada con su forma de ser. En este mercado es muy frecuente que la gente se tome la marca personal como un trabajo mecánico: hay que publicar en redes estos días, a estas horas, este tipo de contenido. Y eso no es sostenible. Yo no fomento la frecuencia, sino la COHERENCIA. Que todo el contenido de tu marca personal (creada o por crear) esté en sintonía con tus valores, tus principios, tu voz, tus experiencias… Hago el diseño del producto o servicio, la narrativa de marca, y te ayudo a identificar qué tipo de vendedor o vendedora eres y cuál es tu público objetivo, y eso es fundamental para crear una estrategia comercial, de lo que también me ocupo. 

S: ¿Por qué es tan importante? 

R: No es «importante». Es FUNDAMENTAL. Imagínate que quieres montar una tienda: tienes que saber quién vende en la puerta, quién en la zona caliente, y quién en la caja. Aunque sea la misma tienda con los mismos vendedores, las cifras, la percepción del producto, la satisfacción del cliente, varían muchísimo en función de quien lo atienda y qué le ofrezca en cada momento. Porque el producto puede ser muy bueno, pero hay que saber venderlo. Y hay muchísima gente con ideas brillantes y deseando emprender, que simplemente no saben cómo arrancar. Y yo en eso soy un hacha. Llevo años como directora de equipos de ventas, soy muy observadora, y he ido tomando nota de todo lo que quiero y lo que no quiero incorporar a mi proyecto.

S: ¿A fuego lento, entonces? 

R: Al fuego necesario. 

S: ¿No está un poco saturado el mercado? Sin ánimo de ofender, pero no paro de ver cursos de venta, y webinars de marketing, y sesiones de coaching para emprendedores… 

R: Seguramente, pero es que yo no hago nada de eso. Yo ayudo a la gente a encontrar su propósito. Aquello con lo que es feliz, para que pueda ganarse la vida con eso. No vendo humo ni llevo el sueño americano por bandera. Es que estoy harta de escuchar aquello de «si haces lo que te gusta, te morirás de hambre». ¡Todo lo contrario! Si NO haces lo que te gusta, a lo mejor no te mueres de hambre, pero vas a ser infeliz, que para el caso es peor. Todo el mundo tiene una ambición, un propósito, y eso no es monopolio de los liberales ni se puede satanizar. Hay gente que sueña con nadar en oro y gente que quiere irse a una cueva y vivir de vender collares de semillas, y no sabemos las historias que hay detrás. No se trata de juzgar, sino de apoyar. Yo estoy ahí para todo el mundo. 

S: ¿Ahí dónde? Si no tienes redes, ni web, ni nada… 

(Risas) 

R: Mi forma de contacto es a través de recomendación, porque lleva implícito el resultado. La gente ya ha visto el proceso de transformación de otra persona, y lo que más me gusta de ese «boca-oreja» es ver cómo los clientes también cobran protagonismo: los nuevos siempre llegan hablando maravillas de quien les ha recomendado, y hay mucha poesía en eso. 

S: Pues nada, ya saben: si quieren contactar con Ronja, soy el enlace. R: ¡Me encanta! Suena a película de espías. 

(Risas) 

S: ¿Tu producto más solicitado? 

R: Curiosamente, no es mi producto estrella. Pero sí, creo que es el más demandado con diferencia: Preparar procesos de selección. Porque no sólo te digo: siéntate así o asá, di esto o lo otro. No. Estudio la empresa en cuestión y veo el punto en el que sus valores se alinean con los tuyos, porque tiene que haber una motivación más allá de la pasta. La gente que sólo quiere un puesto X por ganar más dinero, acaba fundida a los pocos meses. Y eso no es sostenible, que es uno de mis pilares. Por cierto, también es el servicio que más me demandan como colaboración. 

S: Colaboración ¿de?

R: Por cada cliente que me contrata tengo bolsa social de horas. Si alguien necesita ayuda y no tiene medios económicos, puede contactar conmigo para ver de cuántas horas dispongo. Gran parte de mi tiempo lo dedico a Batiye, una asociación que está arrancando en Extremadura. Hacen un trabajo increíble ayudando a víctimas de abusos sexuales a verbalizar lo ocurrido, y es un proyecto con el que estoy más que feliz de colaborar. 

S: Igual es porque la publicidad me está taladrando el cerebro, pero me recuerdas un poco a Lola Flores y no sé en qué. 

R: El «poderío», sin duda. 

(Risas) 

S: Seguimos hablando de trabajo. Eres productora de podcasts. En concreto, de los podcasts de Jack Viamonte. Confieso que el de «Migramos» me gusta más, seguramente porque me resulta más fácil sentirme identificada. ¿Por qué un podcast sobre migrantes? 

R: Porque es un podcast sobre el ÉXITO de los migrantes, que es una narrativa que no se encuentra en ninguna parte. Más allá de si compartimos o no experiencias, profesión, u orientación política con los invitados, queríamos destacar ese punto. Piensa en referentes migrantes de éxito. Piensa en gente como tú y como yo, y en como nunca los encontramos en la esfera pública. Cuando se piensa en migrantes, la gente sólo tiene en la cabeza a la interna que cuida a sus mayores, a los camareros, peones y limpiadoras. Y ojo, no digo, ni muchísimo menos, que sean trabajos malos o indignos. Digo que parece que es lo único a lo que podemos aspirar. 

S: Y en qué condiciones, además. Recuerdo a una conocida que se quejó un día de que la peluquería a la que iba cerraba los lunes, porque la regentaban mujeres chinas. No se le había pasado por la cabeza que necesitaran librar al menos un día a la semana. 

R: Por eso surge «Migramos», para contrarrestar el estereotipo, visibilizar el éxito, y darnos referentes. Porque como personas que hemos salido de nuestra zona de confort, y hemos desarrollado mil herramientas para adaptarnos y sobrevivir, creo que tenemos unas capacidades brutales que aportar, y pueden usarse para construir, no para explotar a nadie. 

S: Te voy a hacer mi pregunta favorita de «Migramos»: ¿Alguna vez has sufrido racismo? 

R: Qué raro verse en este lado. (Risas) Sí, y no. No he sufrido racismo institucional. Nunca me han pedido los papeles. No he vivido ninguna redada racista. En ningún trabajo me han puesto pegas, ni me han hecho ningún tipo de comentario ofensivo, ni han dudado de mi profesionalidad. Sé que pasa con otras muchas personas, pero sí tengo que decir que personalmente no lo he vivido a ese nivel. Simplemente tengo la inteligencia necesaria para no generalizar mi caso, porque sé que a mucha gente sí le pasa y eso es algo intolerable que va más allá de mi experiencia.

S: ¿Y entonces? 

R: El «sí» viene a un nivel más… A pie de calle. Por eso hacemos la pregunta en «Migramos». La gente es como es, y cuesta mucho cambiar la mentalidad. A este nivel sí he vivido muchas cosas: cuando estudiaba teatro, el acento «correcto» era el de una zona muy específica de la Península, porque no sólo no valía mi acento cubano: tampoco el canario, ni el gallego, ni el andaluz. He escuchado a muchos tipos con complejo de salvadores pregonando como ayudan a «los negritos». No soporto esa infantilización. Dentro de que no tengo el pelo muy rizado, también tengo mis historias: cuando voy a una peluquería con mi cabello al natural me cobran el doble por peinarme que cuando lo llevo liso. Digo más: cuando llevo el pelo liso debe ser que se me salen los genes chinos (porque mi abuelo era cantonés), y entonces hay gente asiática que me habla en su idioma por la calle, o escucho comentarios de «Mira qué linda la chinita». Cuando llevo el pelo rizado, pasamos a las groserías del putero de turno: «Mami, morenita, te pago tanto por venir conmigo». Soy carne de encasillamiento. 

S: ¿Es una ventaja o una desventaja tener un físico tan maleable? 

R: Ni idea. Creo que lo vivo más como una ventaja. Ahora. Porque de niña tenía un complejo que me moría. 

S: ¿Por qué? 

R: Porque vengo de una familia que también tiene sus ramalazos de racismo interiorizado. Me crearon un complejo diciendo que mi cuerpo de chino viejo no era el cuerpo de negra perfecto, como si eso existiera. No encajo en el estereotipo de belleza caribeña. «Has sacado lo peor de cada raza», me decían. 

S: Así que cuerpo de chino viejo… Ni siquiera de china. 

R: Machismo, edadismo, imposición de un cánon de belleza… La de cosas que nos tenemos que revisar… 

S: Igual no viene al caso, pero ya que estoy, lo pregunto: ¿Cómo es ahora tu relación con tu cuerpo? 

R: Ahora nos queremos y nos llevamos bien. Pero admito que me ha costado. Y no sólo por los comentarios de mi familia en Cuba. Aquí también pasé lo mío. 

S: Cuenta, cuenta… 

R: Vine siendo menor de edad por un proceso de reagrupación familiar. El familiar que se supone que me iba a «acoger» aquí, resultó ser un psicópata que que no compraba suficiente comida para obligarme a estar delgada. Entre otras cosas, lamentablemente. No tengo un trastorno de alimentación de puro milagro. Fueron unos años muy duros. Por abusos psicológicos y económicos en casa, no tuve cosas tan elementales y necesarias como los papeles o la tarjeta sanitaria. Y dejo fuera de esto a las instituciones: fue una decisión que se tomó sobre mí, para hacerme dependiente. Se me privó expresamente de

esos derechos que yo ni conocía. No tenía a donde ir. Pasé las de Caín para estudiar, porque al miedo y a la ansiedad se sumaba la exigencia: se le ocurrió que como yo era muy talentosa y que todo lo hacía muy bien, mi desempeño académico tenía que ser impecable. Acabé destrozada. Eso daría para una entrevista aparte: lo vulnerables que somos al llegar, y más cuando no tenemos a nadie ni un euro en el bolsillo. 

S: ¿Cómo saliste de esa situación? 

R: Yo visualizaba de manera natural incluso antes de saber qué era. Recuerdo hacerlo desde muy joven. Yo sabía que mi vida no siempre sería así. Sabía que en el momento en el que dependiera de mí, me iría sin mirar atrás. Y así fue: conseguí una tarjeta de residencia, un trabajo, y no necesité más. Y me he cuidado mucho, siempre. Autocuidado, quiero decir. Me he construido mi espacio, mi red de amistades, y siempre he vivido en las casas más espectaculares que me pudiera permitir. Mi casa es mi templo. Y no me he malgastado con gente tóxica ni en trabajos que no me gustaran, más allá del tiempo que me llevara encontrar otro. Sólo tengo una vida, y sé cómo quiero vivirla. 

S: Amén, hermana. 

R: Amén. 

PD: Si quieres contactar con Ronja, puedes escribirme a saralajutialoca@gmail.com y le reenvío el correo. 


Sara Tiyá


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