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martes, marzo 19

Los límites de la libertad de expresión

La sorpresa de muchas personas ante la irrupción de VOX en el Parlamento de Cataluña con 11 escaños, resulta indignante a la par que insólito. Cuesta entender el por qué nos echamos las manos a la cabeza como si no fuera algo previsible y, además, profundamente legitimado por la opinión social y los medios.

Porque, sí, aunque no sepamos (o no queramos) identificar a los y las votantes de VOX entre nuestros conocidos/as, amigos/as y familiares, nos sorprendería ver la cantidad de personas de nuestro entorno que compran ese tipo de discursos y que, además, alardean abiertamente de ello.

No obstante, es importante señalar los factores que han podido contribuir a que un partido de ultraderecha que siembra un discurso del odio allá por donde pisa, haya llegado tan lejos en Cataluña y en España, así como saber identificar la parte de responsabilidad que tenemos cada uno/a de nosotros/as en este hecho.

En este sentido, es evidente que los medios de comunicación han tenido y tienen un enorme poder a la hora de influenciar en la opinión pública. Ya sabemos que “lo que no se menciona, no existe” y, del mismo modo, lo que se menciona en exceso termina calando en sociedades caracterizadas por la insolidaridad, el egoísmo, el capitalismo y una historia profundamente marcada por el colonialismo, como es la nuestra.

Hace un par de años, en el contexto de la exhumación del dictador Francisco Franco, un programa de TV3 emitió en prime time una entrevista con el director de la Fundación que lleva su mismo nombre, amparándose en las ideas de “actualidad” e “interés público”, ya que el tema era candente en ese momento.

Ahora, pocos años después, nos encontramos en un debate electoral televisado, previo a unas elecciones parlamentarias en Cataluña, a un cabeza de lista diciendo que hay que acabar con la inmigración ilegal y que, en cuanto su partido llegue al poder, cerrarán la cadena de televisión catalana. El efecto boomerang.

Cuando, en este contexto, la señora Dolors Sabater (candidata de la CUP-G) pide en directo explícitamente al director de la cadena y moderador del debate en ese momento que no permita discursos de ese tipo en televisión, y este se ve obligado a hacer oídos sordos, es cuando deberíamos preguntarnos cómo hemos llegado a este punto.

En este sentido, mi pregunta personal, mucho más dolorosa y profunda es la de por qué nos amparamos en la libertad de expresión para permitir que personas que viven doble y triplemente oprimidas en una sociedad que, no sólo no les tiende la mano, sino que directamente les da la espalda, tengan que escuchar todavía este tipo de discursos.

A la pregunta sobre si la libertad de expresión tiene límites, para mí, la respuesta es afirmativamente rotunda y contundente: Sí, por supuesto que los tiene. Porque cuando tu derecho a expresarte libremente atenta contra los derechos más fundamentales de otras personas (el derecho a migrar, el derecho a existir, el derecho a tener una vida digna o el derecho a no ser discriminado/a por motivos de origen o nacionalidad), estás utilizando tu libertad para oprimirlas (aún más).

Así, la teoría de la Agenda Setting, definida por los sociólogos a finales de los 60, la cual explica “la influencia de los medios de comunicación en la formación de la opinión pública”, nos sirve para entender muchos de los porqués sobre el ascenso de este partido en el sistema político de este país en pleno siglo XXI. 

Y es que el hecho de que se hayan facilitado espacios para que este tipo de discursos tengan cabida ha provocado que muchas personas hayan visto legitimadas sus ideas racistas y xenófobas.

Los del “primero los de aquí” han salido de sus cavernas cuando han visto que un señor con traje y corbata aparecía en horarios de máxima audiencia ofreciendo el típico speech de bar de carajillo que, desgraciadamente, representa a tantísimas personas en este país.

De esta manera, la tendencia a que partidos de la ultraderecha acaben gobernando y aplicando políticas genocidas y profundamente racistas ha vuelto alimentada, en gran parte, por el hecho de que muchos medios de comunicación, en su afán por parecer “imparciales” y “plurales”, no hayan sido capaces de censurar discursos que, en cambio, han servido a ciertas instituciones para seguir reprimiendo y silenciando a personas y colectivos que sí hacían un uso democrático de la libertad de expresión.

Así, mientras hoy asistimos a la detención de personas por el mero hecho de rapear o de hacer cualquier otro tipo de reivindicación en forma de arte, el hecho de que Garriga proclame la expulsión de los y las inmigrantes en la televisión pública de este país no es prácticamente objeto de crítica o de controversia. En este caso, sí, la libertad de expresión tiene límites, pero solo para unos pocos.

De la misma manera que jamás ha sido objeto de controversia el hecho de que se permita la celebración de manifestaciones en homenaje a los caídos de la División Azul y que en ellas se hagan proclamas claramente antisemitas.

Si lo que queremos es pluralidad de opiniones e ideas, ¿qué tal si empezamos a escuchar a las personas que han sido históricamente silenciadas? ¿Qué tal si empezamos a leer a mujeres, personas negras o a los hijos e hijas de inmigrantes de este país?

Ampararse en la libertad de expresión para seguir permitiendo que exista una violencia (política, institucional, física, social y económica) hacia los mismos colectivos de siempre, no es justo. Principalmente, porque la libertad de expresión no favorece a todos y todas por igual. Porque, mientras unos se protegen bajo el lema de “la libertad de expresión”, otros quedan totalmente desprotegidos y desamparados de sus derechos más fundamentales.

Por todo lo mencionado anteriormente, si lo que queremos es dejar de sorprendernos cuando un grupo de seguidores de Trump irrumpe en un Parlamento de forma violenta, o cuando un partido que quiere exterminar todo tipo de movilización a favor de los derechos humanos entra a formar parte de un gobierno que presume precisamente de democrático y transgresor, tal vez deberíamos empezar por no permitir que este tipo de discursos tengan cabida en nuestros medios de comunicación, así como tampoco en nuestras calles.


Clara E. Mengual

Periodista especializada en Estudios Migratorios y Género. Lucho por un periodismo antirracista, interseccional y feminista. Instagram: @claraemengual / Blog https://claraemengual.com/


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