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viernes, marzo 29

El racismo no acaba, la guerra no termina y ¿A quién le importa las vidas negras en Colombia?

Mujer afrocolombiana manifestandose en una marcha por las calles de Cali, exigiendo justicia por la masacre de cinco jóvenes entre los 14 y 15 años, ocurrida el 11 de agosto en Llano Verde. (Foto: VANGUARDIA)

El racismo, en tanto estructural, atraviesa todas las configuraciones de la sociedad Colombiana. En las bases del país está el racismo, es algo que hace parte de su tejido social y configura la vida de quienes habitamos su territorio. Aunque bajo la idea del mestizaje y la trietnia, todos somos negros, blancos e indígenas a la vez, pero no hay nada más cierto que el abandono estatal y el empobrecimiento sistemático por parte del estado Colombiano a los territorios ancestrales negros y los territorios donde se ubican los resguardos indígenas. Es imposible no pensar en una racialización del conflicto armado colombiano, imposible no darse cuenta cómo las corporalidades que fueron violentadas, masacradas y despojadas hace quinientos años, hoy siguen siendo las mismas aunque por circunstancias diferentes.

Fue en las zonas rurales y marginales donde el conflicto armado se estableció en sus inicios. Es en estos territorios donde viven o vivían excluidas, mujeres afros, pero la guerra, ha ocasionado que éstas mujeres experimenten múltiples formas de dolor, de discriminación y violencia en razón a su condición étnico/racial, y a las situaciones de desigualdad social y económicas que históricamente han vivido las comunidades afro.

En Colombia, mujeres afros de todas las edades, han sido víctimas de abuso sexual, lo que conlleva a visibilizar la transversalidad en miras a la Defensa de los Derechos Humanos de las comunidades. En este país, las víctimas, además de ser mujeres, son afrocolombianas, son pobres, son cabeza de hogar, y sumado a ello, han sido golpeadas por la vulneración de la integridad, a causa de la violencia sexual, sin sumar las ocasiones, en que a consecuencia de ésta situación, han tenido que emigrar a otros lugares, es decir, son víctimas una vez más del desplazamiento forzado.

Los casos de homicidio y desaparición forzada  que se han presentado en lo transcurrido del año 2020 sacan nuevamente a luz pública que las comunidades negras aun somos víctimas de agresión y actos racistas. El Valle del Cauca lo conforman aproximadamente 647.526 personas afros, segundo encuesta de DANE del 2019, las cuales están ubicadas en los sectores donde se presenta el mayor índice de desempleo, pobreza, homicidios y desaparición; prueba de ello, son los casos que sean registrado en lo transcurrido del presente 2020. Cali lleva reportado 574 homicidio que se concentran en las comunas donde habita la mayoría de personas negras; los casos que lo compruebas son el de Cristian Adrián Angulo España de 24 años de edad, quien fue encontrado asesinado en una finca en el sector de navarro del oriente de Cali el nueve (09) de marzo; la masacre presentada el 11 de agosto en el barrio llano verde en Cali donde fueron asesinados cinco (05) menores de edad; el 17 de agosto  en el municipio de Samaniego-Nariño nueve (09) jóvenes asesinados; igualmente, la desaparición de Edison Mina Gonzáles de 24 años de edad desaparecido desde el 29 de junio en el municipio de Santiago de Cali, dos (02) adolescentes de 15 años de edad aproximadamente que desaparecieron el 11 de agosto de 2020 en el barrio el retiro del oriente de Cali. Sin contar con los casos que aún no reportan las autoridades, y los que han sido registrado durante los últimos días.

La realidad es esta: a las mujeres afros en Colombia las despojan de su territorio, le asesinan a su hijo, le arrebatan a su esposo y le violan a su hija.

Parece que ser mujer afrocolombiana en nuestro país, es sumirse en un cúmulo de infortunios, los cuales con lástima,  los estados no observan,  pero en cambio, la pobreza, sexualización y la trata de personas, evidencian a flor de piel, las injusticias que prevalecen, así cómo la lucha por ser ciudadana  negra, pobre, analfabeta, madre, mujer, y víctima.

Cuando se marcha a las ciudades forzosamente, huyendo de la muerte y de los atropellos que les toca vivir en el campo, les espera el racismo, la discriminación, la segregación (en otro plano más) y la indiferencia de toda una sociedad, que esta construida bajo un orden social, racial y colonial, que para su forma de perpetuación y supervivencia exige la existencia de la opresión, de la dominación social, de la exclusión e invisibilizaciòn de los pueblos afros.



Por esta razón, la violencia sexual ejercida contra las mujeres afros, por parte de un actor armado, no es solo, una expresión de la violencia de género sino del racismo estructural, que a pesar, de que el conflicto armado no tienen carácter étnico, la estructura social, racial, excluyente, y sexualmente jerarquizada que caracteriza a la nación colombiana, hace que el conflicto armado, profundice las violencias sufridas por las mujeres afrocolombianas.

El impacto que esta violencia ha tenido sobre sus cuerpos y sobre sus vidas son terribles e inhumanos. Comprender estas afectaciones y revictimizaciones son requisito indispensable para pensar en la reparación integral y  en la no repetición de estos hechos violentos contra las mujeres afrocolombianas.

Y como si fuera poco, en Colombia los miembros de las comunidades afrodescendientes e indígenas, históricamente han sido relegados de los espacios de toma de decisiones políticas locales como también nacionales. Limitar las posibilidades de acceso a la universidad pública a los y las jóvenes de las comunidades afrodescendiente es una forma de no dejarlos transitar por los corredores de toma de decisiones, la universidad acaba siendo altamente elitizada en términos de clase y raza, donde la colonialidad del saber se ha fundado y se mantiene junto con la colonialidad del ser “controlando un saber con el cual se controlan subjetividades, formas de pensar y de hacer”. Esta colonialidad del poder, del saber, del ser las vemos reflejadas en el racismo académico que impide el acceso y la permanencia de estudiantes afrodescendientes, indígenas o racializados, que llevan consigo sus propios y particulares formas de vida y de pensamiento.

¿Existen en Colombia verdaderas oportunidades de acceso a la universidad pública para todos y todas?. Vivimos en un país en el que se hace necesario democratizar la universidad, volverla más humana, accesible, responsable por el bienestar colectivo, convertirla en espacio de debates y reflexiones en comunidad que permitan la participación de todos y todas, desde su conocimiento ancestral y sus diversas formas de ver y vivir el mundo.

La guerra las despojó de sus tierras, les robo sus proyectos de vida, les quitó la mirada de sus hijxs, la sonrisa de su hogar. La violencia sistemática, nos mata, pero la violencia sexual en la misma tendencia, es un dolor, que queda para toda la vida. Por eso las mujeres afrocolombianas levantamos nuestra voz unánime, para decir BASTA, AQUÌ Y AHORA. Basta de injusticias, de abusos  sexuales. Basta de excluirnos, porque la vidas negras deben  importar, en Colombia, en América y en todo el mundo.

Basta del dolor que causan a nuestras ancestras, cuándo con indiferencia nos observan. Basta, gritan nuestras abuelas, que quizás ya muertas, sienten el dolor y las pérdidas que sus hijas afros atraviesan.


Texto en colaboración con:
 Alejandra Pretel
 Ana María Bello Gómez
 Betty Zambrano Zabaleta
 Margleinis Mosquera Cuesta.
 Karen Yiseth Hinestroza Narváez