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viernes, marzo 29

No estás sola

Nos bombardean continuamente en los medios de comunicación con imágenes y noticias de jóvenes manadas que salen a la calle violando mujeres. Grupos de hombres y jóvenes, que, bajo el amparo de una ley paternalista y permisiva, dan riendas sueltas al monstruito que llevan dentro. Y a mí, que me preocupan muchas cosas, quiero escribir sobre »la cultura de la violación».

No sé por qué tengo tan adolorida la espalda. Pero me preocupa no ser veraz, me preocupa como buena escritora, no poder plasmar con fiereza la brutalidad realista del asunto. Me preocupa contribuir a un morbo que nos ha insensibilizado tanto por el bombardeo en los medios, series de televisión, novelas; que lo digerimos de la misma manera en que digerimos un plato de ensaladas, viendo un programa de cotilleos a las ocho de la noche.

Pero lo que más me preocupa, es que de los pocos rostros que acaparan los medios, (poniendo en manifiesto una vez más, que el patriarcado se ceba con la victima haciéndola culpablemente visible, y no con el agresor) ninguno sea el de una mujer negra. Tengo la boca reseca y todo me da vueltas. Ninguna. Quizás si me doy una larga ducha todo parará de girar.

¿Será que en realidad no hay ninguna mujer negra que sufra violación en España? ¿Será que a pesar de la hipersexualización y de la obsesión colonial de Europa por poseer hasta el orgasmo forzado, cuerpas negras, marrones y mestizas, nos quedamos camufladas en algún limbo, donde nuestro sexo no es detectado por depredadores, herederos de patriarcado?

Quédate quieta Dayana. El agua caliente sienta tan bien. Un rato más. Me gustaría creer en esta fantasía, pero la lógica me dice que no es real. Me gustaría creer, que el sábado por la noche, cuando una mujer negra se arregla delante del espejo, hermosa y empoderada, lista para mover las caderas, estará libre de que en su bebida le echen algún estupefaciente, que la haga despertarse en un callejón sin bragas. Me gustaría creer que, en algún punto, habrá una mujer negra que no quiera mantener relaciones sexuales con su pareja, sin ser obligada de manera pasivo-agresiva, y no pudiera dejar de sentirse culpable. Me gustaría creer que hay alguna mujer negra que después de compartir una cita sana de Tinder, y de terminar la velada en casa de un hombre, sin que eso supusiera sexo explícito, no despertara desorientada y adolorida al lado de un extraño.

Como me duelen las caderas. Me gustaría creerlo de verdad. Y de mi entrepierna no deja de brotar sangre. Pero aun así la mayoría de las noticias que veo, son de mujeres blancas y europeas. ¿Dónde están las mujeres negras? ¿Por qué no denuncian las mujeres negras?

El patriarcado y el supremacismo blanco, han hecho un trabajo tan excelente despojándonos poco a poco de recursos donde refugiarnos legalmente, que, al estrés postraumático, los daños físicos a veces irreparables, la depresión crónica, el doble estigma social, la culpa, la vergüenza, el asco, el miedo; también tenemos que añadirle el tener que luchar contra la invisibilización, que paraliza.

No me puedo mover. Llevo dos días sin comer. Me rio, bailo y te digo que estoy bien. Pero solo quiero que este agujero me engulla.  Me da miedo hablar de estas cosas, y contribuir de cierta manera a fortalecer estereotipos como el de Jezebel, estereotipos que fomentan la idea errónea que nuestros cuerpos son de usar y tirar.  Estereotipos que dan soportes para que los hombres puedan danzar a su libre albedrío, sin sentirse culpables; doblemente culpables.

Me da miedo enfadarme y que mis letras, puedan servir de abono, a seguir perpetuando en el imaginario colectivo, que cuando estamos, solo pueda ser de esta manera, y derive al doble acoso de los medios de comunicación, que no nos deja pasar por alto el que seamos negra y mujer.  Pero mis letras siempre han sido insumisas, y un escritor que no se plantee, al menos una vez al día, el abordar un tema social desde la incomodidad, en mi opinión no puede ser un escritor real. Hay que ser valientes, aunque dé miedo.

Quizás si me lees, entenderías que no estás sola. Que, aunque los monstruos del sistema hayan tomado tu cuerpo, jamás tendrán tu esencia porque esa está protegida por tus ancestros, y los míos, y los de todas las hermanas negras, que te abrazan, aunque no lo sepas.  Este método de violencia la usaban contra nuestras antepasadas en los cañaverales también, porque para el hombre blanco solo éramos un trozo de carne, y no seres humanos sintientes, con dolores, penas y alguna que otra alegría; porque creían que, a través del control de nuestro sexo, podrían hacerse con el poder de nuestra piel, de nuestros cantos a Oloffin, de nuestra identidad. Pero no pudieron, porque ellas resistieron, y te pasaron el bastón, para que la lucha continúe.  Porque siguen sin poder, por mucho que lo intenten. 

No deberías pasar por esto, ninguna mujer debería, pero piensa que no estás sola, somos muchas, somos poderosas, y el miedo se desarma cuando la palabra y el bolígrafo se usan como lanza. Llevo mucho tiempo queriendo escribir sobre »la cultura de la violación» pero nunca sé por dónde empezar.


Dayana Catá

‌Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.


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