Imagine que necesita solucionar con urgencia asuntos de los que va a depender su calidad de vida, por ejemplo, contratar el suministro de agua.
Suponga que se dirige a la oficina donde debe hacer el contrato. Allí ve a la persona que le atiende con una máquina de agua al lado mientras le dice que el día en el que están no se tratan altas en el suministro de agua, sólo de suministro eléctrico. Que vuelva usted mañana.
Regrese a su casa sin agua corriente. Ponga la TV, contemple la normalidad de otros, gente duchándose, fregando sus platos, haciendo uso de sus baños.
Comente la situación con sus vecinos. Escuche con optimismo sus respuestas “Ya llegará”, “Hay que tener paciencia”, “Las cosas llevan su tiempo”
Siga mientras tanto sufriendo los inconvenientes de su situación: doble esfuerzo, madrugones para ir a la fuente, fregar los platos en un barreño, duchas con una garrafa de agua.
Levántese al día siguiente y vuelva a la oficina de suministros. Sienta tentaciones de reventar la fuente. Entre en razón.
Diríjase a la persona responsable y hágale la misma petición. Observe cómo da un tiento a su vaso antes de contestarle que hoy tampoco, que hoy solo contratos de gas. Pero le ofrece un vasito por si tiene sed. Note como le sube la bilirrubina como a Juan Luis. Regrese a su barrio y comparta su indignación con los vecinos. Descubra la condescendencia. “Al menos te ofreció un vasito” “Hay personas que están peor”. “ Seguro que mejora”.
Mastique despacito el amargor sazonado con ganas de rendirse. Vaya a la fuente, llene sus garrafas. Entre en casa, lave los platos en su barreño. Báñese con su garrafa. Cuestiónese los procesos de suministros, planteé alternativas. No duerma.
Vuelva a la oficina de nuevo. Mismo funcionario, misma respuesta.
Así, todos los días.
¿Agotador?
Pues lo mismo con el sistema y la lucha antirracista.
Amavi Akakpo
Periodista. Redactora de Afroféminas. Presenta el programa Soultown en Unika Fm.
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