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martes, abril 16

5 cosas que aprendí sobre mantener un espacio feminista predominantemente blanco y cisgénero

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«Publicado originalmente en Everyday Feminism». Traducido por María Belío Bergua 

Bueno, voy a ir directamente al grano:

Si tu espacio feminista (y en realidad cualquier tipo de espacio orientado a la búsqueda de justicia) es predominantemente blanco y cisgénero (cis), lo más probable es que estén presentes una serie de dinámicas complicadas y descontroladas. 

Os voy a contar la historia de cómo tome consciencia de esta realidad, aparentemente obvia, y lo que he aprendido de ella.

En mi primer año de universidad, fundé una organización feminista con otras dos mujeres cis. Una de ellas era blanca y estadounidense y la otra era morena e india. Yo soy del sudeste asiático y trans, pero en aquel momento me relacionaba más con gente blanca y me identificaba como cis, bueno, o como no trans al menos.

Así que no hace falta que os diga que yo era un desastre y que también estaba en una situación complicada.

La organización feminista se convirtió en un espacio en el que nosotras, las tres líderes, organizábamos debates para profundizar en lo que nos parecían asuntos feministas interesantes. Como las tres teníamos más amigas blancas y cis, esto se reflejaba en la demografía de las asistentes a nuestras reuniones y en las personas que solicitaban un puesto en la dirección del club. 

Ahora estoy en el último año de la universidad y, después de haber crecido mucho como persona, he entendido porqué había algo sobre el club que me molestaba a medida que pasaban los años. Obviamente, una de las razones era que aquella mayoría blanca y cis no era lo que yo necesitaba para descubrir y aceptar mi propia identidad.

Sin embargo, otra razón fue que no lograba entender porque otras personas de color (POC) y trans no asistían a las reuniones, tal y como lo hacía yo.

Otro de los motivos principales, aunque había mucho más, fue que la demografía del club reflejaba la manera en la que habíamos creado y gestionado nuestro espacio. No teníamos ni idea del racismo anti población negra, ni del antagonismo trans, así que terminamos por contribuir a que nuestro espacio fuera silenciosamente excluyente y opresor.

Dejadme contaros algo más sobre lo que aprendí:

1. Ningún espacio feminista que sea predominantemente blanco y cis es «seguro» o «está abierto para todo el mundo.»

Empiezo por aquí porque es algo que está presente en todo tipo de espacios «blancos progresistas», la creencia de que realmente existe un espacio seguro o universalmente accesible. 

Habitualmente, las líderes de estos espacios (que suelen ser progresistas blancas, y a veces alguna persona de color) intentaran ser todo lo progresistas que puedan para recibir y dar la bienvenida a personas que no comparten su misma identidad. 

Esta actitud puede estar motivada por buenas intenciones, pero la realidad es que se termina creando un espacio donde, por ejemplo, la gente blanca y cis acaba siendo la mayoría y ostentando por ello el poder social y cultural.

Tanto si su intención era esta como si no, e incluso si entre las asistentes se encuentran personas con identidades diferentes, sigue permaneciendo una norma de ignorancia incuestionada y unos planteamientos de la política específicos (como la respetabilidad).

Esto puede llevar a que las personas marginalizadas presentes en esos espacios se sientan silenciadas, empequeñecidas o micro agredidas.

Uno de los resultados de esta dinámica es que el espacio acaba proclamando su accesibilidad, pero sin tener en cuenta la accesibilidad a la salud mental.

Esto resulta especialmente relevante en el supuesto de que este espacio exista en un entorno mayoritariamente blanco y cis, como una universidad o un instituto blanco (conocidos como PWI, institución predominantemente blanca, por sus siglas en ingles).


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2. En los espacios feministas liderados mayoritariamente por mujeres blancas y cis, debe existir una reflexión entorno a la distribución de poderes y recursos.

Es vital que las organizaciones con estas características redistribuyan sus poderes y recursos.

Esto no quiere decir que otras identidades no sean importantes, pero yo he decidido centrarme en la raza y el género dada su importancia en la afianzacion de la dominación cultural y la exclusión en los espacios feministas.

Además, también son importantes en mi propia historia.

Es por ello por lo que es de vital importancia que, cuando se encuentren en posiciones de poder en el seno de organizaciones feministas o de búsqueda de justicia, las personas blancas y cis aborden el problema de la hegemonía cultural que pueden crear.

Esto puede pasar desapercibido cuando se confunde con una progresividad libre de problemas (porque «estamos en ello»)

Y, como he mencionado antes, esto sucede todavía más en los entornos mayoritariamente blancos y cis como las PWI. En este tipo de entornos, los y las estudiantes marginalizados suelen disponer de menos «espacio cultural», como yo lo denomino. Razón de más para que plataformas de gran influencia cultural redistribuyan ese poder y rompan con la dominación cultural que suele aparecer.

3. Si un espacio feminista pretende abrir un debate sobre las experiencias (emocionales, culturales o relacionadas con su identidad) de personas marginalizadas, la persona que comparta sus experiencias debería ser la que guiara el debate.

Uno de los grandes errores que cometimos en mi club fue el de abrir debates sobre temas que, o bien especulaban sobre las experiencias de otros individuos (cuando entre los asistentes no había nadie que compartiera tales experiencias), o bien las abordaban de tal forma que ponían en una situación incomoda a algunas de las personas marginalizadas.

Como, por ejemplo, invitar a un profesor blanco y cis a hablar sobre las diferencias en las actitudes culturales en relación a  la cirugía de reasignación de sexo de Caitlyn Jenner o la «transición racial» de Rachel Dolezal.

En aquel momento, la dirección del club la formábamos unas 7 mujeres blancas y cis y dos personas de color. Ninguna de nosotras tenía el conocimiento suficiente sobre racismo anti población negra o antagonismo trans, así que no nos dimos cuenta de lo inapropiado de aquella reunión ni de como restaba importancia a las verdaderas protagonistas.

Y si no nos hubiera quedado más remedio que continuar con la dirección que teníamos, porque otras personas de color o trans no hubieran mostrado interés por estas posiciones, tendríamos que habernos centrado en nosotras mismas y en la mayoría blanca y cis de nuestras miembros.

Sin embargo, decidimos seguir presentando debates como los que hemos mencionado con «expertos» del mundo académico, porque no reconocimos la importancia que tenía el cuestionar la violencia generada por una mayoría blanca y cis que estábamos creando en aquellas circunstancias.

4. No es inteligente que la misión de un espacio feminista predominantemente blanco y cisgénero sea dedicarse a cambiar la cultura, a menos que ese cambio de cultura sirva para criticar de forma directa la supremacía y el privilegio de la población cisgénero.

Por mi experiencia y mi papel de cómplice en la perpetuación de la opresión, he aprendido lo importante que es, para un grupo feminista predominantemente blanco y cisgénero, reflexionar sobre las practicas propias en lugar de especular o teorizar «con buenas intenciones».

Tiene mucho, mucho sentido. Cuando somos privilegiados o ignorantes, deberíamos centrarnos en cuestionarnos a nosotros mismos, y no sentirnos con el derecho de explorar públicamente nuestra ignorancia.

5. Las personas como yo pueden ser muy dañinas en espacios mayoritariamente blancos.

Cuando empezamos este club, yo estaba más o menos bien informada sobre las estadísticas relacionadas con las injusticias raciales en este país (Estados Unidos), pero no entendía casi nada sobre como operaban a nivel interpersonal las dinámicas opresoras.

Las personas de color absorben la supremacía blanca, y algunos la internalizamos más que otros. 

Pero, en particular la comunidad asiática, en la que a muchos se nos enseñan que somos mejores que las demás personas de color, tiende a asimilar y a confirmar la supremacía blanca.

Y a veces, con motivo de este condicionamiento, estamos demasiado dispuestos a invalidar las experiencias de otras personas de color a través de la opresión. Y cuando hacemos eso, los blancos nos usan como minorías simbólicas que legitiman su violencia.  

Esto se traduce en que no apoyamos ni nos alzamos junto a otras personas de color en su lucha frente a la supremacía blanca.

Es decir, que normalmente hay algunas personas de color en los espacios mayoritariamente blancos que prolongamos la supremacía blanca que existe en ellos.

Nosotros, las personas de color (especialmente los que no somos negros), tenemos que tomar una actitud mucho reflexiva en torno a nuestro confort con la gente blanca y a como nuestra propia ignorancia, en los espacios mayoritariamente blancos, también está descontrolada.


Ayesha Sharma es una erudita y artista no binaria del sur de Asia que trabaja continuamente una relación con ellos mismos y sus comunidades a través de prácticas de descolonización. Está más interesada ​​en la recuperación literal y simbólica como práctica artística y en invertir en el cuidado de la comunidad. Ayesha ha escrito para el Laboratorio de Democracia Urbana y se publica en ANTYAJAA: Indian Journal of Women and Social Change.


1 comentario

  • Necesitamos crear nuevos espacios seguros. Y mejor si no son predominantemente blancos y cisgénero. Las personas que no respondemos a lo que el hetropatriarcado esperaría de nosotras deberíamos estar más organizadas, al menos tanto como la gente conservadora, que se encuentra en sus diferentes templos. En torno a una nueva religión atea/agnóstica, no dogmática, feminista, antirracista y ecologista lo estaríamos, y se podrían crear multitud de comunidades. En infinito5.home.blog escribo sobre ella.

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